The figther (2010) trata el drama de dos hermanos, ambos inmersos en el
mundo pugilístico y con grandes habilidades, solo que cada uno abriéndose paso
por un camino distinto. Era el ángel malo y el ángel bueno, seres de la misma
sangre desviándose cada uno por su lado, distanciados, enemistándose. Esa fue
la dosis del porqué esta película de drama sobreexpuesta tomó vuelo. La afrenta
entre dos hijos de la misma sangre es un referente clásico, uno que nos remonta
a la versión bíblica de Caín y Abel, el mito griego de Etéocles y Polínices, respecto
al cine, expuesto en Toro salvaje
(1980), a propósito de la temática de la lucha. Warrior o La última pelea
(2011) es una película efectiva al punto de promover el género de acción y
drama de la mano, basándose en el citado argumento de los hermanos enfrentados,
cada uno dispuestos a ganar un torneo de artes marciales mixtas, una versión de
combate –no es gratuito esto –más ruda y competitiva.
El director Gavin
O’Connor desarrolla un filme que, a diferencia de The figther, no se degrada por completo al lado dramático. La
historia de Brendan (Joel Edgerton) y Tommy (Tom Hardy), dos hermanos que
practican este deporte, además de cargar cada uno sus propios dramas –Brendan
está a punto de sufrir una hipoteca, mientras que Tommy rehúye de sus malos
recuerdos de guerra –comparten uno en común, el mismo que los ha lapidado por
casi toda su vida. Warrior es la
historia de una familia escindida, fragmentada por el alcoholismo de un padre
que en la actualidad ha cambiado, pero que sus hijos se niegan a perdonar.
Paddy (Nick Nolte), un padre envejecido, veterano de guerra y como entrenador
en la jaula, sufre el presente por sus errores del pasado. La película
desarrolla un argumento que rebosa por todos sus costados el drama, los
perfiles de seres atormentados tanto con su pasado o su presente, pero que se pierde
por unos instantes cuando la escena se muda al ring.
Warrior es una película que alegoriza el juego de titanes, la lucha de
testosterona entre un grupo de hombres que crean sus imágenes mediáticas a
propósito de un torneo de artes marciales, la misma que se corona como el
“encuentro madre” de todos estos combates. A diferencia de la saga de Rocky, donde había un solo enemigo por
secuela, la película de O’Connor dispone más de uno. Por delante está el
inevitable encuentro entre los dos hermanos, sin embargo a estos le siguen la
figura de un ruso como el más aguerrido del torneo, la perfil de un luchador
que desea revancha, y la aparición de otros anónimos que la misma situación en
uno de los hermanos provoca preguntarnos: “¿y quién será el próximo
contrincante?”. Si bien la película está estructurada bajo un drama potente
como se perfilaba la misma película de The
figther, en esta ocasión hay una necesidad por despertar el lado aguerrido
de la película, el choque de cuerpos por un grupo de personas que rivalizan por
propósitos deportivos o personales, y son estos últimos los que despiertan y
alteran el drama. Tanto el drama como la acción dependen de cada uno,
revitalizándose entre sí.
El mayor atractivo de
la película es rescatar el tema del amor y la redención en medio de un juego de
violencia. Tanto el padre como los hijos, si bien son seres que aplican a las
leyes de la fuerza –como la newtoniana, explicada a principios de la película
–, esto no evita que estos mismos se cobijen en medio de sentimentalismos.
Hasta la misma fuerza, siendo una manifestación agresiva, está sostenida por
una ley y, por lo tanto, depende también de otros elementos. Es así como Warrior se descubre, una película donde
vemos íntegramente el razonamiento de personajes orgullosos, testarudos,
resentidos, pero que en ciertos momentos, reducen su rango de pelea. El bajar
la guardia cuando se trata de pelear con un ser querido. El combate entre dos
hermanos –donde ninguno es el malo –y la fuerza, solo dependerá del rango de
odio o de amor que se tienen entre sí, dos situaciones que en la naturaleza
humana no están lejos el uno del otro.
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