martes, 24 de abril de 2012

La última pelea (o Warrior)

The figther (2010) trata el drama de dos hermanos, ambos inmersos en el mundo pugilístico y con grandes habilidades, solo que cada uno abriéndose paso por un camino distinto. Era el ángel malo y el ángel bueno, seres de la misma sangre desviándose cada uno por su lado, distanciados, enemistándose. Esa fue la dosis del porqué esta película de drama sobreexpuesta tomó vuelo. La afrenta entre dos hijos de la misma sangre es un referente clásico, uno que nos remonta a la versión bíblica de Caín y Abel, el mito griego de Etéocles y Polínices, respecto al cine, expuesto en Toro salvaje (1980), a propósito de la temática de la lucha. Warrior o La última pelea (2011) es una película efectiva al punto de promover el género de acción y drama de la mano, basándose en el citado argumento de los hermanos enfrentados, cada uno dispuestos a ganar un torneo de artes marciales mixtas, una versión de combate –no es gratuito esto –más ruda y competitiva.

El director Gavin O’Connor desarrolla un filme que, a diferencia de The figther, no se degrada por completo al lado dramático. La historia de Brendan (Joel Edgerton) y Tommy (Tom Hardy), dos hermanos que practican este deporte, además de cargar cada uno sus propios dramas –Brendan está a punto de sufrir una hipoteca, mientras que Tommy rehúye de sus malos recuerdos de guerra –comparten uno en común, el mismo que los ha lapidado por casi toda su vida. Warrior es la historia de una familia escindida, fragmentada por el alcoholismo de un padre que en la actualidad ha cambiado, pero que sus hijos se niegan a perdonar. Paddy (Nick Nolte), un padre envejecido, veterano de guerra y como entrenador en la jaula, sufre el presente por sus errores del pasado. La película desarrolla un argumento que rebosa por todos sus costados el drama, los perfiles de seres atormentados tanto con su pasado o su presente, pero que se pierde por unos instantes cuando la escena se muda al ring.

Warrior es una película que alegoriza el juego de titanes, la lucha de testosterona entre un grupo de hombres que crean sus imágenes mediáticas a propósito de un torneo de artes marciales, la misma que se corona como el “encuentro madre” de todos estos combates. A diferencia de la saga de Rocky, donde había un solo enemigo por secuela, la película de O’Connor dispone más de uno. Por delante está el inevitable encuentro entre los dos hermanos, sin embargo a estos le siguen la figura de un ruso como el más aguerrido del torneo, la perfil de un luchador que desea revancha, y la aparición de otros anónimos que la misma situación en uno de los hermanos provoca preguntarnos: “¿y quién será el próximo contrincante?”. Si bien la película está estructurada bajo un drama potente como se perfilaba la misma película de The figther, en esta ocasión hay una necesidad por despertar el lado aguerrido de la película, el choque de cuerpos por un grupo de personas que rivalizan por propósitos deportivos o personales, y son estos últimos los que despiertan y alteran el drama. Tanto el drama como la acción dependen de cada uno, revitalizándose entre sí.

El mayor atractivo de la película es rescatar el tema del amor y la redención en medio de un juego de violencia. Tanto el padre como los hijos, si bien son seres que aplican a las leyes de la fuerza –como la newtoniana, explicada a principios de la película –, esto no evita que estos mismos se cobijen en medio de sentimentalismos. Hasta la misma fuerza, siendo una manifestación agresiva, está sostenida por una ley y, por lo tanto, depende también de otros elementos. Es así como Warrior se descubre, una película donde vemos íntegramente el razonamiento de personajes orgullosos, testarudos, resentidos, pero que en ciertos momentos, reducen su rango de pelea. El bajar la guardia cuando se trata de pelear con un ser querido. El combate entre dos hermanos –donde ninguno es el malo –y la fuerza, solo dependerá del rango de odio o de amor que se tienen entre sí, dos situaciones que en la naturaleza humana no están lejos el uno del otro.

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