Un día como hoy se estrenó en EEUU Poltergeist, película dirigida por Tobe Hooper y producida por Steven Spielberg; ambos directores muy influyentes en el cine. Aquí un análisis del filme.
The Texas Chainsaw Massacre (1974), o también conocido como La Masacre en Texas, significó para Tobe Hooper el inicio de una carrera tempranamente prodigiosa. Este filme fue sin duda el referente directo para muchos directores durante la década de los ochenta. Antes que Jason Voorhees, Michael Myers o Freddy Krueger, estuvo Leatherface; uno de los personajes de terror más retorcidos en el cine estadounidense. Tobe Hooper, a diferencia de otros directores del género de terror, no se retrajo del género gore, tipo de cine que recién migraba de las producciones de serie B al cine comercial, luego que la censura frente a la violencia gráfica obtuvo mayor tolerancia, introduciéndose pronto a la gran industria. Lo cierto, además, es que el género gore dentro de este filme no significó una necesidad de depurar el comportamiento sádico o reprimido de un grupo de personajes que no justificaban la disección o mutilación de víctimas indefensas que encontraban a mitad del camino. Para Tobe Hooper, el gore no era más un anexo al realismo brutal, visión de un cine correspondiente a la coyuntura de aquellos tiempos violentos, tanto bélicos (la Guera de Vietnam) como suburbiales (de la familia Manson a otros casos "cotidianos" que dieron a parar en la contracultura).
El siguiente filme de Hooper fue Eaten live (1977), aludiendo nuevamente al estereotipo de los rednecks, aunque con un desacertado argumento y más abierto a la comedia (La masacre en Texas, en cierta forma, tiene de comedia). Más adelante, adaptaría un libro de Stephen King, renovando la atención del público. Salem’s Lot (1979) se estrenó en televisión a modo de miniserie, resultando una lectura moderna a la novela de Bram Stoker que se libra de lo gótico. Ese mismo año se estaría adaptando su versión al cine gracias a la buena recepción que tuvo en la TV. A inicios de los ochenta estrenaría dos nuevos filmes. La primera fue The funhouse (1981), filme que alimenta el terror desde su relación con lo circense. Nuevamente vemos a un colectivo asociado a lo retorcido y la violencia, pero con pautas infantiles. No se niega, sin embargo, que Hooper tenía la genialidad para recrear formas grotescas, imágenes que perturbaban a un espectador que recién se estaba acostumbrando a la virtuosidad de la nueva tecnología y al maquillaje realista. Fue así como Steven Spielberg, ya convertido este en uno de los directores más respetados dentro del mercado, se fijó en el aún desconocido director, cediéndole la dirección de un guión que había fabricado junto con Michael Grais y Mark Victor. Para entonces Spielberg ya tenía confirmado el inicio de rodaje de E.T. El extraterrestre (1982), esto evitándolo de dirigir un segundo filme al mismo tiempo.
Ese filme fue Poltergeist (1982), que en efecto nace de una idea original de Steven Spielberg. Se sabe también que el mismo Spielberg fue un director adjunto a Hooper, lo que ha traído la suspicacia entre comentaristas que más bien sería el creador de Tiburón (1975) quien realmente dirigió en gran proporción esta película. Cierto o no, Spielberg siempre ha tenido la genialidad de encuadrar la imagen, de puntualizar la historia y de evocar al maestro Alfred Hitchcock mediante el suspenso. Hooper, sin embargo, siempre ha preferido emular lo macabro, adjuntar lo cómico al terror, y fabricarlo sin necesidad de una antesala o suspenso. Poltergeist tiene más de esto último, y es en este filme que se expresa un gran logro desde La masacre en Texas; capacidad que el mismo director no superaría en el resto de sus filmes, hasta la actualidad. Entre Spielberg y Hooper, ambos comparten una habilidad creativa, sea en el argumento o en la exposición visual de sus imágenes, y esto se ve reflejado en el filme; una historia amoldada al relato “Spielberg” y al imaginario grotesco de Hooper.
Respecto al argumento; Terror en Amityville (1979) ya antes había retratado una historia similar, sobre una familia que va experimentado sucesos sobrenaturales que más adelante tendrán una explicación casi razonable –además de un exorcista –. Poltergeist, a diferencia de la película mencionada, posee razonamientos casi ridículos en su historia. Si en el primer filme el argumento repasaba el espantoso asesinato de una familia a manos de un hombre seducido por la locura, en el filme de Hooper era la manifestación maligna de una casa y sus espíritus, luego que se profanara un cementerio indio que yacía en las profundidades de un jardín. A una familia se le ocurrió fabricar una piscina en un lugar maldito. Aunque parezca contradictorio, he ahí la primera evidencia provocadora de este filme. Steven Spielberg había creado la historia de una familia normal. La típica “american family” compuesta por dos padres de familia relativamente jóvenes, la hija adolescente y los dos pequeños. En el día, los mayores con su trabajo de oficina y los menores en la escuela; en la noche, los padres fumando hierba, mientras que los niños juegan en sus recámaras. La adolescente, quién sabe dónde andará. Todos estos habitando dentro de un suburbio. Es lo usual.
Spielberg, influenciado por el espíritu hitchcockiano, toma a un grupo de personas normales y los vuelca a lo imprevisto. Poltergeist es la historia de una familia brutalmente normal que de pronto se verán envueltos en una serie de hechos inexplicables; eventos que casi a mitad del filme serán justificados, y que para entonces se habrá disfrutado de avistamientos fantasmales y ruidos estrepitosos. Es mediante una larga introducción que Tobe Hooper va haciendo terreno de su afición por la dialéctica macabra, cocinada desde La masacre en Texas, y que más adelante directores como Wes Craven o Sam Raimi tomarían prestada. Poltergeist se inicia con un reconocimiento de lo intangible. En la escena, la angelical Heather O’Rourke se levanta luego que la TV rompe su emisión local. Una mano fantasmal atraviesa el televisor y el sonido sinfónico, compuesto casi enteramente por instrumentos de viento, explotan y alertan que algo desconocido ha invadido el mundo normal. El quiebre de la rutina se da, y Hitchcock diría: “es momento del suspense”. Es así para los espectadores, aunque no para los protagonistas. Se siembre el idioma macabro, entre leves carcajadas que erizan la piel y entablan el límite entre lo cómico y lo terrorífico. La familia sigue actuando de lo “más normal”, sin imaginarse con lo que se están enfrentando.
Es así como observamos escenas cuando la madre juguetea con los espíritus. Fraternizan, los conoce, se divierte de ellos (no con ellos), les pone pruebas, a medida que va subiendo el nivel de dificultad, o más bien, el nivel de irrealidad. Intenta con cosas, luego con su hija. Después le muestra al padre su gran descubrimiento - hilarante secuencia -. Hay una necesidad de entablar los lazos de lo normal con lo sobrenatural, esto como un gesto de afrenta o reto que deconstruye los miedos y los convierte en risas provisorias. Décadas anteriores, nunca habríamos visto a la víctima mofándose del “Hombre lobo” o el “Monstruo del pantano”. Tobe Hooper recrea una manera distinta de causar terror. Los personajes están expuestos al peligro, conviven con ello, y esto no causa más que pánico y desconcierto en el espectador preguntándonos o debatiéndonos una y otra vez sobre “¿qué pasará?” o “yo me lo tomaría en serio”. La familia ha sido seleccionada de tal manera que no cuestiona lo extraño. Ellos no tienen religión, son gente de clase media; ¿quién querría hacerles daño?. “No hay motivo para asustarse”, dicen sus miembros. Obviamente el espectador dice todo lo contrario. Ya más adelante ocurrirá la desaparición de la pequeña que había advertido a la familia: “There’re here” (Ellos están aquí). A partir de eso, la familia pasa de la normalidad a la perturbación.
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