Al igual que ocurrió con The fighter (2010), anterior película de David O. Russell, Silver linings playbook (2012) ha sido parte de una campaña sobrevalorada, esto a partir de una premisa que ha provocado a diversos sectores de la crítica condecorarla hasta el punto de un clásico más del boxeo o de la comedia romántica. Russell agrega a la convencionalidad unas cuantas cucharadas de complejidad, esto manifiesto en la doble personalidad inserta en dos boxeadores o dos personajes víctimas de intimidades frustradas. En su filme pugilístico, el director se inclinada en encarnar esa dualidad del hermano bueno y el hermano malo, el que tiene futuro y el que no, el buen deportista y el que ha tirado la toalla. Russell, en su último filme, (re)crea una nueva química, la de juntar a dos personas que aparentemente se complementan.
Ante todo, hagamos un espacio sobre las interpretaciones de sus protagonistas. Bradley Cooper, Jennifer Lawrence e incluso Robert De Niro, juegan a un mismo rol. Son personajes excéntricos, sobreactuados, levantan los brazos, gritan y recitan a la vez, ironizan, encojen los hombros, son capaces de lanzar por lo menos cuatro palabras por segundo. De Niro por su lado es un caso con más control. El verlo más sofocado era ver al protagonista de El padre de mi novia (2000), entonces una versatilidad más en el actor, pero que luego se fue caricaturizando en sus secuelas. Cooper y Lawrence están bien, nada más, tan bien como Chris Tucker está en su corto papel. Eso sí, nadie se hubiera imaginado que Tucker tendría tan poco protagonismo en una película, mucho menos irse sin hacer una que otra payasada. Eso no pasa. Aquí los excéntricos son otros y, ciertamente, estos como aspirantes a un Oscar, es prematuro.
Pat (Bradley Cooper) acaba de salir de un reformatorio. Ha pasado tiempo desde que ha descubierto la infidelidad de su esposa y ha concluido que nuevamente está en órbita para retomar su vida matrimonial. Exacto, el tipo no se ha recuperado. En el camino encontrará a Tiffany (Jennifer Lawrence), una joven y simpática viuda que ha decidido construirse la fama de “chica fácil”. Silver linings playbook es el encuentro de dos personas que tienen algo en común. Ellos han caído en una profunda depresión la misma que reprimen, uno insistiendo que su separación matrimonial no es más que un breve “break”, mientras que la otra haciendo oficial su intimidad libertina, siempre dispuesta, siempre acompañada. Pat y Tiffany se resisten a llorar o quebrarse cuando están a solas o acompañados. El caso que los diferencia el uno del otro es que uno afrenta su realidad mientras que el otro lo niega. Independientemente que la muerte de su esposo sea un evento que no tiene marcha atrás o forma de enmendarlo, Tiffany crea en su velo de “mujer que insiste en no estar sola”, una estrategia de auto-castigo, una aceptación de culpabilidad, la misma que repite a diario. Ella cambia las lágrimas por las relaciones fugaces, muy a diferencia de Pat que la cambia por ataques de histeria.
Es a partir de esto que Tiffany posee un sesgo de fortaleza, algo que en cierta forma se ha frustrado ya que la imagen ficticia que se ha creado, la de mujer de todos, se le ha comenzado a ir de las manos. Silver linings playbook junta a dos personajes que tienen eso que le falta al otro, así como el luchador que tenía la técnica y el otro la buena conducta. Tiffany es la técnica y Pat es la buena conducta; entre comillas, claro. Tiffany abandona esa mala fama, mientras que Pat ahora repite una terapia de baile. Ambos se enderezan y pasa lo que tiene que pasar. Mitad de la película es una serie de sucesos convencionales, giros y escenas que ya se han visto en otros filmes de corte romántico que en todo caso tienen derecho a reclamar su nominación al Oscar.
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