Artículo publicado originalmente en Cinespacio.
En Django (1966), Franco Nero está a punto de batirse a duelo frente a cincuenta hombres, aproximadamente. El pistolero ya antes había hecho demostración de sus habilidades, sin embargo el número de enemigos había sido muchísimo menor. Lo que va ocurrir en dicha escena es posiblemente una de las más celebradas en la historia del spaguetti western. Sergio Corbucci realiza un filme violento, uno que no se alimenta del puro goce, sino de la consecuencia de la tensión o el suspenso, algo que Quentin Tarantino conoce y logra provocar por ejemplo en Inglourious basterds (2009) durante su famosa escena en una taberna. El encuentro de un grupo de soldados judíos infiltrados en un nido de nazis, es el ejercicio tenso y calculador que será el preámbulo a una masacre, la misma que provocará en el espectador un efecto de catarsis resultado del desfogue de dicha tensión. Es decir, un goce justificado.
En Django (1966), Franco Nero está a punto de batirse a duelo frente a cincuenta hombres, aproximadamente. El pistolero ya antes había hecho demostración de sus habilidades, sin embargo el número de enemigos había sido muchísimo menor. Lo que va ocurrir en dicha escena es posiblemente una de las más celebradas en la historia del spaguetti western. Sergio Corbucci realiza un filme violento, uno que no se alimenta del puro goce, sino de la consecuencia de la tensión o el suspenso, algo que Quentin Tarantino conoce y logra provocar por ejemplo en Inglourious basterds (2009) durante su famosa escena en una taberna. El encuentro de un grupo de soldados judíos infiltrados en un nido de nazis, es el ejercicio tenso y calculador que será el preámbulo a una masacre, la misma que provocará en el espectador un efecto de catarsis resultado del desfogue de dicha tensión. Es decir, un goce justificado.
Django sin cadenas (2012) relata la historia de un esclavo negro del mismo nombre, uno que será liberto gracias a las habilidades de King Schultz (Christoph Waltz), un cazarrecompensas de origen alemán. Ambos, casi por puro oportunismo, serán convertidos en socios, teniendo como último propósito buscar a Broomhilda (Kerry Washington), esposa de Django (Jaime Foxx), para así comprar su libertad de quien la posea. QT por fin realiza su propio western, uno que ciertamente no le es leal al género clásico. En este filme el director no tiene ánimos de hacerle un monumento al spaghetti western, mucho menos al western de John Ford o Howard Hawks, a quien admira mucho. “Homenaje”, como muchos han afirmado, no es exacto, ya que esto implicaría adoptar ciertos estamentos del género o de sus directores, cuestiones que van más allá de los escenarios tales como líneas temáticas, personajes o técnicas. Lo que sí hay, son citados del género. Lo más cercano sería llamarlo un tributo al cine de Sergio Corbucci, de quien ha tomado por prestado el nombre de su película más famosa, además de fabricar un cameo del mismo Franco Nero.
No existe nada más inspirador para QT que ser fiel a sí mismo. Django sin cadenas es un western muy propio de este director. Esto puede identificarse en similares recursos que retoma de sus anteriores películas, muchos de estos asociados a su estilo de cine donde la violencia rebasa, la ironía y la elocuencia es continua y situacional, las acciones son estimulantes y la tensión se libera a modo de un ritual, severo y bien premeditado. Todo esto sin embargo nunca antes ha sido tan débil en alguna otra película realizada por este director. Django sin cadenas se convierte en la “oveja negra” de QT, esto gracias a una historia modesta, deficiente de sorpresas o giros repentinos, exabruptos donde los personajes o la misma ficción (coincidencia) van creando. Desde Reservorio de perros (1992) hasta Inglourious basterds QT ha sabido fabricar diálogos que nos enganchan a la historia, esto a pesar que el tema debatido pueda ser ajeno a la trama en sí. La conversación entre Vincent y Mía mientras esperan su orden en Pulp fiction (1994) o el inusual discurso de Bill sobre los cómics y los superhéroes en Kill Bill 2 (2004) tienen sentido y simpatía independiente. Esto parece ausentarse en Django sin cadenas.
En la saga Kill Bill el enfrentamiento de espadas era el paso a un festín de sangre, algo que si bien el director remarcaba, no tiende a lo exagerado. Es correspondiente ver tres litros de sangre cuando un hombre es decapitado o cuando ocurre un tiroteo y en este son muchos los decesos. Django sin cadenas ocasionalmente desvirtúa el sentido de la violencia en el cine de QT. El pistoletazo a quemarropa, en efecto, es el desenlace de un momento de tensión, la apertura a una escena cómica o la reacción inoportuna o inesperada de algún pistolero, pero en medio de esto el director se deja arrastrar por el espíritu morboso, el mismo que por ejemplo provoca la saga El juego del miedo o Saw, sobre el destripamiento y fragmentación de extremidades, que de hecho hubieron en sus películas anteriores, solo que ninguna precisaba del remarcado sonido de vísceras explotando, el chorro de sangre que brota a litros del agujero provocado por un arma que no tiene apariencia ni efecto (me imagino) tan bizarro. QT parece haber cedido a la necesidad de exagerar, que no es nada más que el exceso de algo, aquello que está demás, que no es necesario. Para eso están los teens gore.
QT, más que discriminatorio, usa o recrea los mismos prejuicios sociales, los históricos o los actuales, y a partir de ello crea situaciones, personajes que al hablar o dialogar ironizan a otro o se ponen a sí mismos en ridículo. Django sin cadenas tiene momentos de humor logrados, unos muy hilarantes, tal como el recibimiento de Stephen (Samuel L. Jackson) al esclavo liberto Django en la hacienda “Candyland”. Sin embargo, hay momentos en que el humor confunde la ridiculización de sus personajes con la ridiculización de la acción. Una escena a descartar es la riña a boca entre unos encapuchados, debate que parece estar inspirado en algún capítulo animado de Seth MacFarlane. Django sin cadenas es entretenida, más se desintoniza de la habilidad de QT en provocar con ingenio. Lo mejor de la película es sin duda el personaje de Stephen, individuo que asalta la misma intención que tuvo Harriet Beecher Stowe en La cabaña del tío Tom. La interpretación de Samuel L. Jackson es además la mejor en todo el filme, reconocimiento que no es justo sea apañando ni por Leonardo DiCaprio como Calvin Candie o el “ex cazador de judíos”, ahora “cazarecompensas”, Christoph Waltz, quien por cierto en esta película tiene un sesgo misericordioso. ¿Reivindicación aria? Solo Tarantino lo sabe.
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