Slacker (1991) iba por el camino de un cotidiano poco conocido. Entendamos por
“cotidiano” como situaciones objetivas y puntuales. Toda historia aquí es corta
y superficial. Existe pues una multitud de personajes, muy a pesar, no hay
tiempo ni espacio para encariñarnos con alguno de estos. Las visitas a un
fragmento de la vida de estos individuos son fugaces. En estas, cada uno va
charlando su propio “rollo”, ninguno (salvo un caso) sufre algún hecho
increíble, todos lucen comportarse bajo la rutina, eso sí, no en un sentido
cansado, sino gozoso. Dentro de sus acciones poco activas, la mayoría aquí
parece disfrutar por lo que pasa. Nadia comparte lo del otro, sin embargo, todos
tienen algo en común. Ellos vagabundean. Son los tipos que están de paso. De
esos que cruzan la calle y te saludan y te hacen conversación como si el tiempo
no corriera para ellos, y esto es significativo para el tiempo en que
vivimos.
Los inicios de Richard
Linklater están bajo las órdenes de un cine que hace una pausa frente a los
filmes que sufren acciones tras acciones. Es la contemplación hacia un mundo
“invisible”, una especie de sociedad que se incluye al grupo de los “pequeños
detalles”, sobre cómo sujetos, del más selecto común, pueden ser interesantes,
graciosos, ocurrentes, situacionales, espontáneos, impredecibles, y muchas
otras cosas que crean curiosidad, no obsesiva, pero al menos suficiente para
desear saber un poco más sobre este tipo de personaje con un estilo de vida
errático: el vagabundo. Este ya había sido tratado en su ópera prima It’s impossible to learn to plow by reading
books (1988) y posteriormente en Dazed
y confused (1993). Mientras tanto, Linklater le reza al poder de la
dialéctica, pero no una convertida en una perorata interminable, sino que se
renueva continuamente, muda de temas, se va por las ramas, siempre desembocando
a convertirse en puntos aparte. Lo cierto es que su personaje principal, el
vagabundo, si bien lo contemplamos, casi siempre no nos vemos a través de este.
Los diálogos son fascinantes, está bien, pero todo es epidérmico y limitado.
Antes del amanecer (1995), cuarto filme de Linklater, siguió la misma fórmula
aplicada por este director. Dos jóvenes están de paso, se conocen y conversan
de una y otra cosa. La ventaja de los primeros filmes de Linklater es que
invitan a una atención que no es obligatoria para comprender la historia, ya
que estos mismos discursos guardan una apariencia independiente. Lo que se
expone son en su mayoría diálogos que nos son familiares, sea porque los
incluimos como parte de nuestro ocio o porque giran en torno a temáticas que
están dentro del interés general. Este último filme citado, sin embargo, pone
en observación un asunto que por fin logra quebrar ese límite que, valga la redundancia, a su vez
limitaba a que el mismo público espectador se sintiera reflejado ante esta
nueva rutina. Antes del amanecer toca
un tema universal: el amor. Pero no es un amor cualquiera, es un amor especial,
concebido de manera especial, tratado de forma especial y que une además a dos
personalidades muy especiales. La historia de Jesse (Ethan Hawke) y Celine
(Julie Delpy) se gesta como una anécdota juvenil, imprevista, improvisada, la
que la convierte en una historia transparente y sincera.
Antes del amanecer es el “amanecer” de un romance idílico entre dos jóvenes que
tienen mucho en común, pero que a su vez no dudan en manifestar eso que
posiblemente incomode o no se adecúe a la personalidad del otro. Jesse es estadounidense,
bromista, relajado, sin hoja de ruta, es pesimista, pero también no puede
evitar ese lado romántico que aflora casi inconsciente de él. Celine es
francesa, muy leída, continuamente piensa en el futuro, es optimista y víctima
de una manojo de prejuicios que van desde lo existencial a lo místico. Uno
proviene de una familia fragmentada, mientras que la otra de un matrimonio de
largo tiempo. Son ocasionalmente opuestos, pero existe demasiada química entre
los dos. En medio de conversaciones que abarca desde lo íntimo hasta lo
cotidiano, la pareja deja al descubierto esa timidez virgen propio de los
primeros "verdaderos" amores. Son pruebas de que se está gestando algo puro y que va más
allá del encantamiento furtivo. Richard Linklater y sus actores son orfebres de
una improvisación que fluye de manera natural y verosímil. El final de esta
historia es abierto. Nueve años después, el caso se reabre.
En Antes del atardecer (2004), el
reencuentro de Jesse y Celine es igual de anecdótico, solo que desde un sentido
distinto a las expectativas. Ambos han madurado, él se casó y ella ahora parece
no temerle tanto a la muerte. De la misma forma que en su primera parte,
nuevamente la pareja se enrumbará a una infatigable conversación. La química
sigue presente, muy a pesar la magia parece haberse disipado. Esta vez no hay
nerviosismo en ellos. Ambos parecen haber extraviado esa seducción torpe y
primariosa que un día se revelaba en medio de sus conversaciones. Antes del atardecer es un plano de
madurez. Jesse y Celine son conscientes que no están en la situación ni en la
edad de fantasear con un amor idealista. Es por eso que las conversaciones
parecen ser más frías, incluso menos interesantes. Hay una gran ansiedad que se
está gestando, tanto para el espectador como para sus protagonistas. Ellos
desean saber qué está pensando uno del otro. Las pistas los delatan. La
conclusión es que “uno no deja de ser el mismo aún pasen los años”. Jesse no ha
dejado de ser romántico ni Celine ha dejado de ser idealista. Ambos han jugado
a fingir, a ocultar eso que un día sucedió pero que han ido arrastrando por años.
Nuevamente ocurre un final abierto.
Antes de la medianoche (2013) es el equivalente a la rutina. Otros nueve años se
han sumado a la vida de esta pareja, y ambos parecen haber sobrevivido a las
dudas impuestas en capítulos anteriores. Jesse y Celine es una pareja de
casados, con hijos en común, y, sobretodo, con problemas en común. A medida que
ha ido pasando el tiempo, la dosis de idealismo se ha ido relegando por el
realismo. La vida de matrimonio es lo que se espera. Es la contemplación a momentos
gratos y discusiones maritales. A diferencia de las dos películas anteriores, Antes de la medianoche tiene otros
personajes. La vida matrimonial como un lazo que parece haber quebrado ese
ambiente íntimo, uno que a duras penas parece rescatarse. Muy a pesar, el
director se las ingenia para otorgarles intimidad a la pareja. Jesse y Celine retomarán
una nueva caminata juntos y a solas. El espacio íntimo se va reconstruyendo,
sin embargo, la llegada a un hotel cambiará esa animosidad que parecía
remembrar sus años mozos.
En el cine, el cuarto de un hotel ocasionalmente ha reflejado el desencuentro entre la vida de pareja. Es
el espacio de los amantes que van a romper, los que se encuentran a escondidas
o que intentan rescatar el fuego de la pasión. Es una especie de preámbulo al
desamor, y esto no es ajeno a Antes de
la medianoche. Jesse y Celine no son la pareja perfecta. Lo que parecía una
recreación a lo íntimo ideal, se convierte en lo íntimo en su estado de crisis.
La rutina como crisis; esa es la médula de esta nueva historia. Al igual que
sus anteriores, este nuevo filme tiene un final abierto. Richard Linklater en
ningún momento parece agotar esta historia, cada una vista y razonada desde
ánimos distintos. Al igual que los diálogos expuestos, los tres filmes tienen esa ventaja de
ser digeridos independientemente. Jesse y Celine han pasado por ciudades que juegan a ser una suerte de etapas. Viena como la ciudad ideal, París como ciudad de la razón,
mientras que la península del Peloponeso, Grecia, como la ciudad de la crisis,
no económica, sino marital.
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