martes, 28 de febrero de 2017

Silencio

Desde el inicio de la historia, la duda codea a los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), sea producto del escepticismo ante la apostasía de un mentor, así como del miedo frente a una próxima misión a la que ambos se ofrecieron voluntarios contra advertencia. En calidad de misioneros, estos jesuitas portugueses llegan al Japón feudal del siglo XVII, tiempo en que el cristianismo no solo era prohibido en dicho territorio, sino que además fue perseguido, lapidado y, en muchas ocasiones, ajusticiado. Silencio (2016) será una historia sobre la fe cristiana puesta a prueba en tiempos de hostilidad e intolerancia, pero es sobre todo un relato sobre la fidelidad y la claridad dogmática, a propósito de esa distinción entre obstinación y convicción, o el evadir un martirio y el renunciar ante una doctrina. Martin Scorsese para ello inclina su narrativa a un plano oral, una dialéctica epistolar que le pudiese permitir hablar con franqueza (y de paso depurar sus dudas) a uno de los protagonistas de esta labor autoimpuesta.
A diferencia del protagonista de Diario de un cura rural (1951), la crisis de fe no se manifiesta en el “pensamiento” del padre Rodrigues. La misión del portugués además no podría reducirse a un testimonio motivado por un fracaso espiritual, consecuencia que ciertamente sería cuestionable. El largo trayecto de Silencio sugiere por lo menos tres etapas dentro de esa misión y dentro de la experiencia cristiana de este jesuita. La travesía inicia con el reconocimiento a una comunidad que se resiste a abandonar su fe, aquella que si bien se expresa de forma clandestina, no teme ante la represalia o la inmolación que pueda obligarlos a negar su creencia. En una escena en que los padres recién llegados son invitados a una cena, Rodrigues consulta por qué unos no comen. “Ustedes nos alimentan”; responde uno de ellos. Durante ese período existe un adiestramiento de la fe que es mutuo. Es la comunidad nutriéndose espiritualmente y expiándose a través de sus guías, son los padres asombrándose ante el coraje y la plegaria de estos fieles que no hayan más amparo que en la propia fe.

Ya después llega el momento más sórdido de la misión. Los padres Rodrigues y Garope son testigos de la “cacería” que hace remembranza a las persecuciones cristianas contadas en las sagradas escrituras. Es la etapa en que la fe se encuentra a prueba. Aquí la inquisición no es como la católica en tiempos medievales. La corte de justicia japonesa es más cerebral. El método de castigo no solo se empeña en exterminar a los cristianos, sino que se encarga de inducir a sus líderes a la apostasía. Es la supresión física y el de la idea a un mismo nivel. Es la destrucción de la ideología. Entonces la duda es más frecuente en la integridad de Rodrigues. Su resistencia de pronto no tiene ese nivel de coraje que el de los kirishitan, e incluso el del mismo Garope. Son en esos instantes en que el filme de Scorsese hace alusión al cura de Robert Bresson, al descubrir los pensamientos de un sacerdote redundando un mea culpa, cuestionando su labor y fortaleza ante lo encargado, y a su vez demandando ante esa ausencia divina, ante ese “silencio”. ¿Dónde están las respuestas? ¿Deberían de haberlas?
La última etapa de Silencio, que es además el cierre de la misión, acontece con la aparición de Ferreira (Liam Neeson), ese padre que fue el motivo de la misma y del que se decía o se rumoreaba se convirtió en un apóstata. Es el fragmento magistral de toda la película. A diferencia del carácter testimonial que había primado en el filme hasta ese momento, la narración ahora se torna una crónica. Después de los últimos testimonios de Rodrigues, la posta oral la asume un comerciante holandés; voz anónima que esboza con una precisión a veces ambigua. Lo resto que sabremos de Rodrigues y Ferreira será puntual y conciso. Scorsese dilata las cortas temporadas y encoge las largas, siendo esta última etapa la alusión a un epílogo sobre una travesía que evidencia la solidez, no solo del dogma, sino también el de sus líderes y los que la profesan en silencio. Esto, por cierto, bosqueja además un escenario en donde la fe se profesa sin inmolación o martirio. Como el Jesús de La última tentación de Cristo (1988), algunos de los protagonistas de Silencio se saltan el castigo sin separarse de su fe.

Apasionante es el personaje de Kichijiro (Yosuke Kubozuka), quien ciertamente es más complejo que el mismo Rodrigues. A Kichijiro lo conocemos en un estado deplorable; ebrio, digno de no fiar. Los padres recién llegados lo miran con recelo. Desde entonces, a dónde vaya Rodrigues, Kichijiro lo seguirá. Este se dejará ver, se inclinará y confesará ante el padre. Será discípulo y también felón ante este su mesías. Es decir; venderá al hombre, mas no su fe. Kichijiro es el eterno traidor, y en distintas escalas. Muy a pesar, su fe no está lejos de la que resguardan sus compatriotas más fervorosos o los mismos padres portugueses. Así como Kichijiro, Silencio manifiesta a otros personajes con una lealtad clara, pero razonando bajo un código de ética distinto. Desde una perspectiva espiritual, la traición no alcanza a Kichijiro más que en un plano terrenal. Sea optando por el sacrificio o el camino de la “formalidad”, como lo llama un gendarme de la inquisición, no existe una forma correcta de profesar o preservar la fe.
Silencio es lo mejor que haya realizado Martin Scorsese desde Buenos muchachos (1990). Una película que también alude a los temas de la ética y redención, aunque desde un plano metafísico. Lograda la fotografía del mexicano Rodrigo Pietro que parecen inspirados a los tonos expresionistas de La pasión de Cristo (2004), aunque con menores saturaciones. Andrew Garfield superior incluso a su protagónico de Hacksaw Ridge (2016), en donde también observamos a un protagonista sintiendo ese peso mesiánico sobre sus hombros. Loables además las interpretaciones de Yosuke Kubozuka y Adam Driver. De anécdota cómo incluso con las presencias de actores jóvenes y comerciales como Garfield o Driver, Silencio no tuvo alternativa para ingresar a las candidaturas principales en los Oscar. Misma estrategia tal vez asumió otro maduro director como Mel Gibson, solo que su cine bélico fue de gran asimilador para su temática doctrinaria, cada vez más caduca frente a esta nueva moda inclusionista.

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