martes, 13 de octubre de 2020

27 Festival de Valdivia: Isabella (Gala)

Matías Piñeiro realiza su película más compleja. Sus filias están intactas, aunque esta vez acude a representaciones y mecanismos que desafían al espectador. El argentino es de esos directores que hace lo mismo, pero de distinta manera. Isabella (2020), posiblemente, sea un simple estado de gracia o un gesto de Piñeiro por ascender a su cine a otro nivel. En esta nueva historia, tenemos una nueva referencia al teatro de William Shakespeare. El argentino es un obsesionado con el teatro del inglés. Lo importante aquí, y en el resto de su filmografía, es entender que la creación de Shakespeare es como un fantasma dentro de los argumentos de Piñeiro, una sombra que no deja de rondar a sus personajes que parecen emular los conflictos que se plantean en la obra teatral en cuestión del inglés. En Isabella, Mariel (María Villar) es una mujer experimentando niveles de frustración en su vida. Ella hace su esfuerzo por superarse, sin embargo, las circunstancias parecen jugarle en contra. Por un lado, no puede encontrar la estabilidad económica, por otro, no logra alcanzar una meta que se ha figurado en su vida como una obsesión significativa.

Isabella se centra en las temporadas en que Mariel intenta obtener el papel de Isabella, la protagonista de la obra Medida por medida –quien dentro de la trama confrontará dudas y frustraciones–. En este trayecto, se disimula una obstinación, algo que va más allá del simple deseo o pasión hacia el teatro. Es como si Mariel reconociera en esa meta una prueba que terminaría con su frustración. Si alcanzara el puesto de Isabella, sus dudas y frustraciones terminarían; piensa. Piñeiro, indirectamente, crea proyecciones de él. Sus protagonistas se obsesionan con Shakespeare. Caso Mariel, el representar el protagónico es equivalente a alcanzar la perfección, algo que la pondría a un nivel superior de Luciana (Agustina Muñoz), una conocida que juega a ser su antagonista, pero además es su modelo a seguir. Si el fantasma de Piñeiro es Shakespeare, el fantasma de Mariel es Luciana. Esa figura obsesiva. Esa mujer le recuerda sus frustraciones, pero además la inspira. Su presencia es motivo de dudas, aunque también es un estímulo, y esto es claramente representado en la última secuencia de la película.
Ahora, lo interesante de este filme radica en las formas cómo es que Piñeiro comienza a dramatizar, escenificar y simbolizar el conflicto de Mariel, a propósito de sus frustraciones y dudas. En principio, tenemos esta recreación o cábala de las 12 piedras lanzadas, en donde cada una representa una acción, las cuales serán lanzadas al mar cuando la puesta al sol descubra el color púrpura. Al final, uno se queda con las piedras que representaban esa acción con la que te sentías incapaz de realizar o las que te generaban dudas. Es a partir de esa dinámica que se va perfilando una serie de situaciones en donde Mariel expira sus vacilaciones. En gran parte de la película, la vemos construyendo una maqueta, que no es más que una simulación o búsqueda del púrpura, ese color que le ayudará a tirar sus piedras. Curiosa la escena en que Mariel aguarda el tránsito del auto rojo en una carretera, indicador que su hermano acaba de llegar. Pero, ¿cómo reconocer el rojo en la noche? Nuevamente, la duda. Cuestión que se repite cuando Mariel descubre a Luciana en el taller de audiciones para Medida por medida, lo que le recuerda esa vez en que su modelo a seguir le arrebató el papel. Invadida por la frustración, Mariel se difumina ante nuestros ojos. Se convierte en fantasma ante su propio fantasma.

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