“Los desorientados”, “los extraviados”, “los sin rumbo”; es así como podría nombrarse hasta el momento la breve filmografía de Sofia Coppola. Desde Las vírgenes suicidas (1999) hasta su último filme, En algún lugar, Coppola se ha creado una senda temática e inclusive estilística, esta recién concebida con Lost in translation (2003), hasta el momento su película más lograda. Los personajes de Coppola abren su intimidad al mundo, no por desearlo, sino por ser seres expuestos a una rutina banal y aglomerada, un estilo de vida vacío y frustrante para ellos mismo que, muy a pesar, admiten como parte de su naturaleza.
En algún lugar es la historia de Johnny Marco (Stephen Dorff), uno de los actores más respetados en Los Angeles, por lo tanto, en todo el mundo. Su vida consiste en estar de fiesta en fiesta, tragos de noche, para el desayuno y para el almuerzo, viajes y conferencias de prensa pendientes, sesiones de bailes eróticos en privado, sesiones fotográficas, sesiones sexuales de paso, llamadas de una maternal manager, mensajes de texto amenazantes, paseos solitarios en un Ferrari; y se repite la historia, una y otra vez, vueltas y vueltas de forma estrepitosa como si estuviese trepado a un auto en una carrera baldía que no se escucha más que el quejido de un motor, y no cualquier motor; este es de un rugido distinto y sofisticado, aunque, después de todo, sigue siendo un alarido más que se pierde al vacío, a la nada.
La primera escena es la introducción a la historia de un solitario. Un individuo encima de un auto de lujo dando vueltas en medio del desierto en un circuito cerrado. Marco es una especie de cowboy moderno, toda una leyenda cargada en hombros, sin embargo, es el más solitario de todo el viejo oeste. El peso de su fama es más significativo para el resto que para sí mismo. Marco va moviéndose de un lado a otro, montado a su caballo color negro último modelo sin saber cuál es el motivo. Marco es un ser desmotivado. Su gran rol protagónico, interpretando al gran “Johnny Marco”, es su peor película, no tiene inicio ni final, es una película de escaso guión, con una gran variedad de personajes secundarios, y a lo sumo, un personaje principal además de él, su hija de once años, Cleo (Elle Fanning).
Como sucede en gran variedad de dramas o comedias, la historia de un soltero –que le guste o le apeste su vida –que de repente inicia una nueva vida asumiendo un rol paternal, nos motiva a pensar que existirá un giro emocional en la vida de este individuo. La llegada de un ser –muy cercano –externo a su mundo, ajeno a su rutina, es motivo para que este se reconfigure; hablando en código Hollywood, sea otra persona. Cuál es el resultado; un final feliz o uno trágico, una de a dos. En algún lugar se toma esta trama, más nunca el rumbo de su personaje cambia su curso. La presencia de Cleo, la pequeña niña de Marco fruto de una relación fructuosa, es apenas un despistaje. Es un “huésped” que ha ingresado a la vida del actor, eso quiere decir que ha venido, no para quedarse, sino para luego volver a lo suyo. La relación entre padre e hija ciertamente no cambia el rumbo de la historia en el filme de Coppola. Así como ambos personajes comparten un helado en la cama, Marco sigue teniendo su misma rutina: va de gira a otros países, sigue acostándose con chicas desconocidas, una que otra de rostro familiar, continúa perturbándose por el posible acecho de algún paparazzi. Su mundo nunca lo ha abandonado, o mejor dicho, él nunca abandona su mundo.
Marco y Cleo comparten sus días juntos tomando el sol o jugando con alguna consola, pero eso no evita que ambos no compartan la mesa con una de las tantas amantes de Marco. Cleo en la vida de Marco –al menos en el tiempo de días que estuvo junto a su padre –significa apenas un distractor, es una presencia que le provoca olvidar o abandonar por apenas algunos minutos su vida virtuosa, desenfrenada y odiada. Si en otras películas los personajes masculinos cambian sus vidas por una nueva, una más sana o apacible, Marco lleva una vida compartida, e inclusive, a veces, parece estrechar a ambas de la mano, actitud a la que responde Cleo con miradas llenas de celos, una ligera inclinación de su mirada, una voz más meditada y seca.
En Lost in translation el personaje de Bill Murray, al igual que Marco, es un personaje solitario en medio de un aglomerado bullerío vestido de fanáticos o contratistas de imagen. Un actor reconocido en un mundo extraño donde hablan un idioma distinto al suyo, donde conoció al personaje de Scarlett Johansson, también una huérfana en ese mundo desconocido, y disfrutó de una vida distinta, escapando y esquivando de su rutina, estilo de vida a la que –él sabía –tendría que retornar; sin embargo, esto no evito negar por unos días su naturaleza, escaparse, dejarse llevar, esta vez, por algo que en realidad desea, algo motivador.
En algún lugar es un filme hueco, monótono – cosa irónica por su misma temática –porque no existe de esto. Luego que se marchara Cleo, Coppola intenta provocar en el espectador ese mismo sentimiento que ocurrió en Lost in translation –la escena de la despedida en esta película es formidable –. Cleo sube a un auto y en medio del ruido de un helicóptero su padre se despide afectuosamente de su hija, enunciado que parece no haber escuchado la pequeña, como también pudo haber ocurrido lo contrario. El hecho es que no pasó nada porque no había motivo para decir: “ahora Marco vuelve a su vida de siempre”, debido a que nunca había ocurrido esto.
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