Enterrado es un filme –aún no comprendo si es española o estadounidense –que el año pasado se ha construido una fama inmensa. Creo estar acertado en compararla con el caso de Actividad paranormal (2007), una película que, ciertamente, también es modesta, tanto por los escasos recursos que contenía como por su misma trama, sencilla, pero –la palabra no es ingeniosa –creativamente expuesta o planteada. Preciso seguir comparando este filme con la última cinta del español Rodrigo Cortés, esto debido a que, además de las reacciones símiles y favorecedoras tanto de la crítica como del público, ambas películas se sostienen de un elemento crucial, motor que ejerce en ambas una sensación tanto de suspenso como de terror: la claustrofobia.
En el caso de Actividad paranormal, este filme, citando un estilo de grabación casera, se sirvió de un contexto limitado, un hogar compartido por una pareja de novios, hogar, que por cierto, estaba acechado por un espectro. Entonces, los únicos escenarios que podemos observar en este filme son cuartos o pasadizos, todos estos, lugares estrechos, oscuros, apenas alumbrados por una luz tenue. La misma calidad de la imagen dona además un efecto de vértigo que perturba y alimenta la ansiedad, esta enfatizada también por la ausencia de un ente que nosotros sabemos anda deambulando por las habitaciones.
El caso de Enterrado es casi lo mismo. El espacio es uno solo, no siendo en esta situación un hogar con aspecto acogedor, sino más bien un ataúd enterrado, sabe quien, muchos metros bajo tierra, y dentro de este, nuestro personaje principal; Ryan Reynolds. Los múltiples enfoques que toma la cámara ubicando todas las perspectivas del cajón de madera son similares a las distintas habitaciones o baños que se van graficando en Actividad paranormal. Son vistas diferentes, muy a pesar, siguen siendo el mismo lugar oscuro claustrofóbico. El suspenso, no cofundamos el terror con el pánico, que se produce en Enterrado es también paradójicamente incentivado por –acá no hay un solo fantasma –entidades que están ubicadas en un punto ajeno al contexto, pero, sin embargo, están latentes pues influyen mucho dentro del contexto-ataúd, esto a través de un celular, vista como un intercomunicador entre los de afuera y el de adentro.
Son la multiplicidad de enfoques, las escenas agitadas, muy apretadas, pero convulsivas, las continuas llamadas de distintos enemigos, que van desde un supuesto terrorista a una fría contestadora, los que alimentan el suspenso o la tragedia de un sujeto que tiene la posible herramienta que parece ser la salvación –un celular en un secuestro; eso sí que es tener una chance –pero que, sin embargo, es el responsable de una extensa odisea que paradójicamente ha recorrido nuestro personaje dentro de un mismo lugar y en la misma posición, boca arriba. Actividad paranormal resultó tener la misma dinámica, grabación tras grabación es incertidumbre tras incertidumbre. La moraleja parece decir: “la tecnología nos complica más la vida”. Nuestros personajes de ambas películas están castigados a una serie de maldades y jugarretas que, se veía, tratan de burlar, de esquivar lo inevitable.
Finalmente, tanto Enterrado como Actividad paranormal son lo mismo, “mucho ruino, pocas nueces”. En sus casi 100 minutos –hasta en la duración coinciden –logran a lo mucho, dos a tres escenas rescatables, lo demás está de más. Aunque, es cierto, Actividad paranormal tiene lo suyo. Parece que este tipo de dinámica tiende a ser más dable en un género de terror, además por el mismo estilo de imagen de grabación casera, sin banda sonora, todo tipo de ruido extradiegético, e inclusive, hasta cierto modo el mismo diegético, excluido, borrado, causando un mudez que provoca pánico; hay que ser justos, no aburrió tanto. Enterrado, sin embargo, en sus primeros 40 minutos ya parece ser extensa. Qué más puede pasar en un ataúd, una culebra, ¡vamos!, no hay algo mejor; la misma Beatrix Kiddo –que también experimentó en Kill Bill Vol. 2 una estadía bajo tierra –ha de haberse sonrojado.
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