viernes, 16 de agosto de 2013

17 Festival de Lima: The Lunchbox (Semana de la Crítica de Cannes)

En el filme de Ritesh Batra se reza: “el tren equivocado puede llevarnos al camino correcto”. Esto es lo que ocurre literal y metafóricamente en The lunchbox (2013), ópera prima que se desplaza por el cuento moral y romántico entre una pareja que se conoce por correspondencia. En la ciudad aglomerada de Mumbai, los repartidores de niños y almuerzos son efectivos al momento de transportar sus “enseres”. A diario, madres embarcan a sus hijos, esposas envían las comidas a sus maridos, pero nunca antes una encomienda había llegado al destino incorrecto. Ila (Nimrat Kaur) y Saajan (Irrfan Khan) se conocerán por accidente. La joven mujer será cocinera voluntaria de alguien que no es su marido, pero que ciertamente ha hallado en dicha circunstancia esa fantasía que no percibía en su vida marital.
The lunchbox es el encuentro fortuito entre dos personajes comunes, ambos seres sensibles en medio del letargo rutinario y la inmensidad. El principio del filme es el reconocimiento a una ciudad amplia y alborotada. El ruido urbano, el gentío y los vehículos aglomerados son imponentes. En Mumbai, aparentemente, no hay espacio para el vacío. Muy a pesar, Ila y Saajan son dos solitarios. Una en la cocina y otro en un escritorio de oficina, ambos inmersos en lo cotidiano. La mujer entera a expresarse, mientras que el hombre aprisionando sus pensamientos. Similar a ciertos clásicos románticos del cine norteamericano, este relato sigue esa línea sobre dos extraños viviendo en una inmensa ciudad. Son los olvidados, habitantes de sus propios conflictos, ambos desconociendo la existencia de su complemento.

Ritesh Batra realiza un filme atípico al ritmo del cine de Bollywood. En The lunchbox están los recursos románticos, cómicos, dramáticos e incluso la mirada social y cultural, todo esto, sin embargo, se despliega con moderación. Esta película hindú no tiene ese aire jubiloso ni trágico correspondiente a la industria fílmica de su país. La mesura es la gran virtud de esta historia. Los giros que aplica la trama no son vuelcos intempestivos. El director prefiere en su lugar provocar las pequeñas dosis de ternura, el sentimiento nostálgico de personajes enclaustrados. Creo percibir ciertos brotes de El apartamento (1960), de Billy Wilder.

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