martes, 6 de noviembre de 2018

4 Semana del Cine ULima: Largo viaje hacia la noche

Aunque ocasionalmente muy densa, la nueva película de Bi Gan no deja de ser inquietante a propósito del diálogo que existe entre su trama y los artificios que emplea, dialéctica que por cierto se asentó en su ópera prima. En Kaili Blues (2015) el protagonista hace un viaje. La búsqueda a un familiar perdido lo obliga a viajar a un pueblo lejano. En el trayecto experimentará un desvío y a la vez una especie de extravío, y con ello una epifanía. El tiempo en ese pueblo es difuso. El pasado, el presente y un futuro hipotético del protagonista afloran mediante los personajes que va encontrando en este lugar, individuos que revelan sus memorias y parecen concretar sus deseos. Sin darse cuenta, el protagonista de la historia se vuelve espectador de un circuito de representaciones que lo estimulan porque acontecen en base a sus experiencias pasadas, algunas estancadas. En paralelo, se despliega un tour visual, una inagotable presencia de texturas y artefactos (relojes, minas, túneles, trenes) que vigoriza la historia y germina un discurso que solo el cine es capaz de entablar.
Largo viaje hacia la noche (2018) es un nuevo caso, una nueva historia con un nuevo protagonista que experimenta similar episodio del hombre que se desvió de su camino y halló un lugar en donde la realidad recrea sus memorias y le dispone nuevas posibilidades. Sucede además que Gan se vale del cine negro para emprender la historia de Luo Hongwu (Huang Jue). En esta vemos a un personaje melancólico. Como varias del género, todo inicia con el antihéroe recordando su pasado, tiempo en que un personaje desparecido lo impulsó a convertirse en “detective” y en su camino conoció a una mujer –la femme fatale– que en su presente está ausente. La película nos guía en principio a una doble temporalidad: Luo en su presente buscando a la mujer que no ha dejado de amar; y Luo buscando a un familiar, tiempo pasado que lo llevó a las consecuencias que hoy vive. Este modo de narración es importante atender. Gan desde principio comienza a perfilar su discurso de lo cíclico. Tanto en Kaili Blues como en Largo viaje hacia la noche sus protagonistas parecen estar condenados a revivir sus memorias. Ellos abrazan el pasado, acto que no solo los arrastra a la melancolía, sino también a lo permanente.

A partir de aquí se puede mencionar elementos que son reincidentes: el tiempo y la memoria. Estos son la base del universo de Gan. A partir de estos se construye la personalidad de sus protagonistas y también la apariencia de su estilo cinematográfico. En efecto, su modo en que dilata o atrapa al tiempo mediante el desplazamiento de cámara y la escenografía nos podría derivar al cine de Andrei Tarkovsky y Wong Kar Wai, sin embargo, Gan no se queda en el contenido artístico o el goce visual. A su carga sensorial siempre se adjunta el discurso de las formas en cómo la memoria puede ser representada, mientras tanto, el tiempo siendo cómplice de dichas construcciones o modos de representación. Por ejemplo; Luo deambulando entre vestigios o reflejos de vidrios rotos, texturas que dan señas del paso del tiempo, y luego espacios iluminados por luces de neón o ennegrecidos por lo crepuscular, indicadores de que ya no se trata de un pasado, sino de una posibilidad. Tal vez ya no es realidad, sino un sueño. Es decir, en la travesía de este protagonista hay cambios abruptos, que son continuos y ocasionalmente imperceptibles, y esa reconversión de tiempos solo es posible dentro del cine.
Sin ser metaficcional, Largo viaje hacia la noche puede ser digerido como un modo de cómo la ficción construye realidades e inventos. En un momento de la película, Luo afirma que la diferencia entre la memoria y el cine es que el cine siempre será ficción. Pero también agrega que la memoria es la suma de recuerdos y también de inventos, entendidos como recuerdos no claros, que por obvias razones la consciencia humana no sabe preservar o simplemente el inconsciente decide modificar. Gan concuerda con la definición de ficción (o mímesis) aristotélica o la memoria selectiva expuesta por Mario Vargas Llosa. El recuerdo humano tiene de cine porque tiene lagunas, imagina o inventa deseos, rompe con los tiempos, ya sea extendiéndolos o saltándose estos. Desde el celuloide, representado en las texturas de acero corroído o el tránsito de trenes en donde sus ventanas parecen ser un carrete en actividad –esta idea más clara en Kaili Blues–, hasta el mismo segmento del 3D, Bi Gan pone en evidencia cómo a través del cine se pueden construir posibilidades de tránsito y extravíos que desembocan al éxtasis sensorial. La memoria en un estado de epifanía gracias al cine.

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