domingo, 4 de noviembre de 2018

4 Semana del Cine ULima: Weldi

Así como en Hedi (2016), ópera prima de Mohamed Ben Attia, en esta nueva historia vemos a una figura paternal constrictora que sofoca al hijo y lo compromete a los deseos que obedecen al orden conservador de la sociedad tunecina. Mi querido hijo (2018) inicia con un sobre aviso: el primogénito sufre un ataque de migraña, una severa. A partir de esto, los padres no dejarán de volcar sus preocupaciones hacia el adolescente. La madre es estricta y hasta opresora, el padre es complaciente y sobreprotector. La pareja vuelca sus emociones al adolescente que está a vísperas de un examen que lo enrumbará a la vida adulta. Es el hijo acongojado por las expectativas de sus padres. La película tiene los recursos para generar una fuerza dramática, sin embargo, Ben Attia opta por lo sintomático. Lo más atractivo del filme corresponde a los primeros planos al rostro del muchacho reprimiendo la angustia, encorvándose, desviando la mirada hacia el vacío, además de otras señas que da indicio de la seriedad del asunto.
Incluso cuando lo inesperado acontece, la historia sigue el mismo ritmo casi parco. Hay un ejercicio de la contención incluso en los momentos de desesperación. Mi querido hijo en lugar de desfogar emociones, libera signos de escozor, huellas físicas que delatan un malestar. El protagonismo de Mohamed Dhrif como el padre no solo sobresale por su presencia constante, sino también por su involución física. La consumación de su semblante da pauta del tránsito del drama y del tiempo. A esto le acompañan los gestos que adoptó en el tramo. Sin darse cuenta, va asumiendo la desidia que en un momento quiso curarle a su hijo. A este cuadro íntimo, Mohamed Ben Attia le suma el calor político. Refugiados y la situación Siria son temas de coyuntura en la Túnez de hoy. La familia de pronto es el reflejo de una crisis de identidad que se manifiesta a nivel global, en donde el valor social toma orden, pero no deja de gestar el desorden.

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