sábado, 10 de noviembre de 2018

4 Semana del Cine ULima: Las cenizas son del blanco más puro

Desde sus primeras y densas El mundo (2000) o Naturaleza muerta (2006) hasta las más recientes, las películas de Jia Zhang-ke hacen apunte del tránsito de China al actual milenio observado desde la conversión industrial. Sus historias inician siempre con un retrato a la China tradicional, este compuesto en gran parte por una sociedad de jornaleros, comunidades dependientes de una minera de carbón que anuncia su decadencia, al igual que su propio contexto de texturas deterioradas. Sus protagonistas serán los que nos transitarán a posteriores momentos, el de una China que más bien resurgió y ha comenzado a adoptar nuevas tendencias, como las musicales en Plataforma (2000), o que incluso ha preferido migrar para estar más expuesto a la renovación occidental, como sucede en Más allá de las montañas (2015). Ash is Purest White (2018) no es ajeno a este trayecto épico, en este caso, conducido por una pareja de amantes separados por un acto de lealtad.
Luego de cumplir una condena, Qiao (Tao Zhao) va en busca del hombre que amó y además le dictó los valores de la hermandad a la que ambos se vincularon. Zhang-ke gusta de los personajes que parecen extraviados a propósito de un estanco íntimo que de alguna forma contrasta con las reformas que el país asiático ha comenzado a emplear desde el 2000 en adelante. A Qiao la vemos reclamando algo que se ha extinguido. Del amor y las normas del hampa en el presente ya no queda sino el recuerdo. Ash is Purest White nos retrata a una sociedad que si bien ha perdurado al ritmo del progreso social, esta reprime un estado de resignación. Es la imagen de una sociedad aparente, solitaria y dolida por dentro. Si bien el pueblo de Qiao nunca pasó a la postergación, en la posteridad esa suerte parece haber recaído en su ánimo como en otros habitantes.

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