jueves, 8 de noviembre de 2018

4 Semana Del Cine ULima: Dulce país

Un logrado western desde el terreno australiano. De Warwick Thornton hay que verse Samson y Delilah (2009), un extraño romance entre dos aborígenes de dicha nación que provoca la comedia involuntaria y un drama contenido. Sweet country (2017) muy poco se relaciona a esa ópera prima. Aquí también los protagonistas principales son aborígenes, y de igual forma se detecta un humor inconsciente, y es que hay algo de especial y excéntrico en la naturaleza de los personajes de Thornton. Si se comparan los comportamientos entre los nativos de su Samson y Delilah, orientado en un tiempo presente, y los de su última película, representado a puertas de la década del 30, veremos que a pesar de la lejanía del tiempo los aborígenes parecen haber preservado un comportamiento calmo y parco. Pueda que en la primera película eso responda al consumo de drogas, tema importante en esa historia, pero en Sweet country las razones de esa conducta parecen responder a un síntoma social.
Thornton narra la historia de un incidente. Sam (Hamilton Morris) es acusado de la muerte de un blanco. Su condición de indígena lo obligará a escapar del lugar que lo acogió. El panorama que se descubre en esa Australia es el mismo al del Viejo Oeste del siglo XIX o el racismo hasta antes de los Derechos Civiles en terreno estadounidense. La relación entre el blanco y el aborigen, por muy benefactor que sea –a propósito del trato de un predicador hacia su fiel ayudante–, es el de amo y esclavo. No es de extrañar por eso que el director para el final de su historia se incline a subrayar esa brecha que divide con agresividad a esas dos naturalezas que comparten un mismo contexto. Es el fragmento menos logrado del filme. No precisamente por su cuota aleccionadora, la moral y la redención aquí son primordiales, sino tal vez por el alargue y el descenso de la catarsis provocada hasta antes de eso.

En mayor proporción Sweet country es el trayecto del western. El paso de la tranquilidad a la ofensa que desemboca en una revancha y desata una cacería sin clemencia. La vida de Sam y los suyos es apacible hasta la llegada de Harry March (Ewen Leslie), un blanco que desde principio se perfila a ser la mala semilla del desierto. Al estilo de Howard Hawks o John Ford, la expedición toma partido en medio de un paisaje que luce inmenso y acotado a la vez. A los neófitos aventureros están los sabuesos del desierto. Claro que eso no asegura la caza a la presa, pues el desierto reserva sus propias trampas, desde los más insignificantes hasta los que vienen a tropel. La misma obstinación o la actitud rebelde contra el territorio desconocido es también otra desventaja. El personaje del sheriff Fletcher (Bryan Brown) es un ejemplo. Sweet country con sutileza va creando marcas de las fronteras que se ha delimitado esa sociedad. Todos los personajes de la historia buscan un reclamo territorial. Eso los convierte en sujetos sin tierra, se sienten no correspondientes al lugar en donde se encuentran. A todo acto de violencia, una carencia y un drama se descubren.
Thornton trabaja sin apuro un estado de tensión, y en paralelo nos dispone un lado trágico que ha dividido a la nación en clanes. Sucede que esto no se reduce a la separación entre blancos y aborígenes. La sola contemplación a los naturales nos evidencia existe una escala de servilismo o antagonismo hacia los blancos. Los hay sumisos y rebeldes, e incluso los dispuestos a alienarse. La comunidad nativa contiene por sí sola sus fronteras. Lo cierto es que a esta visión antropológica, el solo western hace de Sweet country una película memorable. Warwick Thornton crea una historia en donde un prófugo está a la deriva, y su obstinación responde a otro carácter fuerte. El director no crea ningún personaje a medias. Se podría decir que de los secundarios terminan siendo más complejos de lo que parecían. La atractiva forma para predecir o recrear el flashback mediante una edición invasiva, por ejemplo, nos pone al tanto del doloroso drama del villano March. Están también los logrados planos generales que atrapan ese carácter ambiguo que responde a protagonistas como el sheriff, demente pero con un lado frágil, el mismo que descubrió su redención en esa formidable escena en un desierto escarchado, momento surreal, momento de epifanía.

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