lunes, 19 de agosto de 2019

Había una vez... en Hollywood

El cine de Quentin Tarantino es un cine de fetiches, y es por encima de toda esa lista, conformada por primeros planos a pies bien arqueados, la atractiva trivialidad de sus diálogos extendidos e incluso la misma violencia, que su obsesión por hacer una remembranza a una época se estima como su mayor valor, y no solo atendiendo a un apunte cinéfilo, sino cultural. Es mediante la voluptuosidad de su utilería de antaño, pasando por su conglomerado de jergas, hasta su coctel de clásicos y pequeñas piezas de culto musical, que el director ha provocado una conformidad unánime entre sus seguidores y detractores. No hay forma de eludir y devaluar esa gran bondad presente en su filmografía. Había una vez… en Hollywood (2019), posiblemente, sea su mejor puesta en escena, artísticamente hablando. La reconstrucción de los alrededores de la Meca del Cine de finales de los 60 es exigente hasta en el detalle de una caja de fósforos.
En esta nueva historia, Tarantino rescata del olvido a esos elementos específicos que en un momento fueron componentes de una fantasía. Que no se confunda su labor de reconstruir un periodo con la de un compromiso histórico. Si existe un compromiso en el cine de Tarantino, es siempre con la ficción, nunca con la pauta realista. El abordar a una serie de guiños, artefactos, imágenes y sonidos es en pie a retraernos a una fantasía que dentro de su historia nunca se difumina. En su cine no habrá giros realistas. La acción y sus personajes siempre abrazarán lo que apunta la norma de la fantasía fílmica o cultural. Basta atender la motivación de sus protagonistas –y el trayecto de sus acciones– de su más reciente película para comprender esta idea. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt) son un dúo que ha dependido de la gloria del cine. El éxito de estos, tanto del actor como de su doble de acción, es gracias a Hollywood. Ahora, lo cierto es que la dependencia es recíproca.

De no ser por los roles de Rick y Cliff, y sus tantos similares, Hollywood no sería Hollywood. Ellos son parte del show y la fantasía. Y aquí se asoma una idea importante de la película. Mientras Hollywood no se desplome –algo imposible para la ficción–, estos actores, estas fantasías, se mantienen vigentes. Existe de antemano una “negación histórica” en Había una vez… en Hollywood. Nos asentamos en una época menguante para las industrias de cine, sin embargo, el panorama de esta no deja de ser apoteósica y titánica desde la mirada que se crea con el recurrente uso de los planos con grúas. Por un lado, Tarantino teje la historia de la agonía de una generación de actores en decadencia –es la factura que le llega a las industrias fílmicas de Los Ángeles encabezada por la nueva relación entre el espectador y la televisión–, y por otro, no deja de reanimarlos o revalorarlos. El director no asume la crisis del cine pos Época de Oro como una derrota, sino más bien como un punto de suspensión o hasta en reforma.

A propósito de esto, es que se asoma una escena formidable y esperanzadora para su protagonista. Rick, luego de un conflicto estimulado por su miedo ante la realidad –ese dejar de vivir la fantasía– que vive, encuentra un momento de inspiración actoral en donde, literalmente, una nueva generación se inclina ante él. En efecto, esa secuencia no provocará un punto de inflexión ante la situación irreversible en la que se encuentra el cine –por ejemplo, el de un género “muerto”–, sin embargo, pone por hecho la vigencia tanto del actor como de la Industria, además de desmitificarse la idea del actor ceñido al cliché. Ahora, no deja de ser significativo que esta secuencia se desarrolle en el escenario del otro bando, el de la industria emergente. Si bien este no es el terreno de Rick, deja registro que Hollywood de alguna manera adiestra y provee a esos otros ámbitos, por ejemplo, y curiosamente, mediante la improvisación, mecanismo habitual en los primeros momentos de la televisión.
Adicionalmente, Tarantino no deja pasar la oportunidad de poner en evidencia que Hollywood rompió fronteras incluso en su momento más letárgico, esto en relación a la invocación del spaghetti western y el éxodo de actores de Hollywood a Italia. Nuevamente, no es una decadencia, es solo una temporada de cambios al que muchos actores se vieron obligados a experimentar por el solo deseo de continuar viviendo su fantasía. Definitivamente, es una mirada romántica la que propone el director. El epílogo de su historia en cierta manera delata una complacencia hacia sus protagonistas, y no solo por el hecho de convertirlos en héroes, sino que también se hacen merecedores de una venia que llega de los actores que por ese momento son la tendencia en Hollywood; eso y además de una serie de halagos de boca de nostálgicos como Tarantino, los cuales se venían manifestando en el transcurso de la película. La afición conduce a la valoración. Ahora, no todo es afición en esta película. Al margen de esta historia, una infame también se reconstruye.

Había una vez… en Hollywood alude a La Familia, el grupo de jóvenes hippies reclutados por Charles Manson en un rancho ubicado en Hollywood, y, por obvias razones, es esa misma alusión la que nos hace una regresión a la masacre que marcó un hito y cierre de la década de los 60. No solo es la presencia del personaje de Sharon Tate (Margot Robbie) la que tienta a una mirada al hecho histórico, sino que también la introducción del ritual de un narrador ocasional que hace lectura a una suerte de inventario policial sustentado por fechas y horas. Tarantino juega a ser un corresponsal objetivo del caso La Familia y Tate. Rick y Cliff son los protagonistas, sin embargo, Tate y Roman Polanski (Rafal Zawierucha) no dejan de interferir en la acción. Muy a pesar, siempre están en un segundo plano, a veces asumiendo un protagonismo fugaz o tomando cierta distancia ante la cámara. Esos dos personajes y compañía son tratados como puntos de observación. Tarantino, al igual que cualquier documental criminal de la televisión por cable, estimula el acto de la expectativa y su referencia a una cercana fatalidad al tratar a los mencionados como sujetos con los que no hay que empatizar a fin de crear imparcialidad ante la proximidad de una desgracia.
El hecho es que Tarantino no es ni historiador ni documentalista imparcial. El director, una vez más, se compromete con la ficción, en honor a los Rick y Cliff que desfilaron en la pantalla grande. Había una vez… en Hollywood tendrá ese perfil fiel de los hechos, aunque su única finalidad es el de someter más adelante a este gesto a la ficción. Es decir, la película no hace más que seguir ciertos antecedentes verídicos con intención de fabricar su propio festín de sangre. Todo queda a merced de la ficción. Esa es la propuesta de Tarantino, el sacarle la vuelta a lo real. En un momento del filme, un personaje dice: “Vamos a hacer lo que Hollywood nos ha enseñado”, y eso es lo que hace, acto que resulta ser un giro en su historia, pero que tampoco deja de ser un truco que el mago ya hizo en una ocasión. La novena película de Quentin Tarantino no debería concentrarse en debates en base a lecturas feministas –es como hacer un debate sobre el sentido de su violencia–. El único debate que se avista es que su cine se va haciendo cada vez más evidente a causa de que el autor reconoce al cine como herramienta de reacción ante un acto indemne que solo el terreno de la ficción es capaz de abatir.

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