En una entrevista, Kim Ki-duk comentaba sobre la "mudez" de sus películas. Decía que sus guiones originalmente tenían diálogos, ya después en el rodaje se suprimían las palabras y simplemente quedaban esas emociones que habían percibido los actores y actrices al momento de la lectura del guion. Entender esta forma de realización es un atajo para comprender y apreciar los filmes de este director, responsable de que muchos festivales comenzaran a prestar atención al cine en Corea del Sur que para principios del presente siglo comenzaba a engendrar a una nueva y estimulante generación de jóvenes directores. El 2003 fue clave para el cine de este país. En ese mismo año se estrenaron OldBoy, Memories of Murder y Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera. Park Chan-wook se convirtió en el director de exportación por excelencia con su historia de ultraviolencia. Años después, no sería recién con el estreno de The Host (2006) que Bong Joon-ho lograría similar empatía provocada por Park, eso a pesar de que Memories of Murder es hasta el día de hoy la mejor película del director y tal vez de la historia del cine de Corea del Sur, pero que recién obtuvo la atención internacional merecida gracias a la acogida y cariño que el director se ganó con el estreno de Parasite (2019).
Pero el cine de Kim no era decadente, fatalista o tarantinesco –derivado a una violencia con el fin de regodearse en esta–. Era más bien todo lo contrario. Desplegaba historias esperanzadoras, había mucha redención, sus personajes en cierto punto de sus vidas experimentaban la expiación a partir de una suerte de epifanía. Kim parecía tener una influencia indirecta del neorrealismo italiano. Sus personajes eran parias sociales en contextos insanos, pero lo cierto es que ninguno de estos protagonistas tenía falsas aspiraciones de sobrevivir. Solo eran presencias dispuestas a seguir siendo agentes de la mafia o explotadores sexuales. Y entonces llegaba ese momento que generaba un viro en sus rutinas villanas. Es, por ejemplo, el personaje principal de Bad Guy conociendo a una inofensiva muchacha. En primera impresión, su vida no parece cambiar. La joven se convierte en una víctima más de esta bestia que no habla, solo labra y gruñe; es un animal. Sin embargo, hay algo en él que ha comenzado a remover sus entrañas. Se ha vuelto más violento, pero también más dependiente de ese sujeto al que no deja de explotar, aunque también sobreprotege. Es toda una contradicción de emociones. Kim recrea la lucha del bien y el mal en el interior de sus personajes. Es la búsqueda del zen, el estado de equilibrio, el encuentro con la paz y el orden.
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