Hasta lo que hemos visto, La casa Emak Bakia se convierte en el filme más atractivo del FIACID.
Todo empieza con una
obsesión. Un personaje está fascinado por el arte creativo de Man Ray, pero
especialmente es su fascinación hacia Emak-Bakia
(1926), un cortometraje donde el artista vuelca sus goces dadaístas y
surrealistas a la imagen cinematográfica, aquella que apela a la exploración
frenética y cede a nuevas perspectivas, que le permite jugar con tiempo y con
el espacio, mirar a lo cotidianamente “invisible” con otros ojos, distorsionar
la realidad, transgredir, ser puramente creativo y experimental. Es así que se
inicia un viaje. Así como Alberto Fuguet va en busca de las locaciones de Rusty
James, Oskar Alegría va en busca de una locación distinta, la casa donde Man
Ray encontró “inspiración”, una que por cierto nadie conoce o ha escuchado. No existe mapa o registro que la detalle. Tal
vez fue derrumbada, tal vez sea hoy base de algún edificio o haya sido incluso carcomida
por el tiempo. Quien sabe nunca existió.
La casa Emak Bakia (2012) es el recorrido uniforme y no premeditado de un
viajero que reza por “el azar” y “el viento”. Seguir a ellos será el encuentro
con el espíritu Man Ray, dejarse arrastrar por la curiosidad, el buen arte de
explorar lo exquisitamente cotidiano, esa esencia que un día se gestó bajo el
techo de una casa que de seguro hasta el día de hoy esconde artilugios o
rezagos de un artista apasionado. Oskar Alegría nos invita a lo incierto, y es
este mismo lo que estructura su narrativa, una que posee un lenguaje lúdico e
inquieto. Nuestro personaje mientras va en busca de la posada “Emak Bakia”,
vocablo vasco que se traduce al español como “Déjame en paz” (enfático), busca
en paralelo la necesidad de irse por la tangente. Es el hallazgo de objetos,
fotos, postales, lápidas, nombres muertos, nombres vivos, el descubrimiento de
una historia, la reconstrucción de los hechos, el acoso a testigos, la
satisfacción de haber indagado y el retorno a lo que vino.
Lo que se inicia como
una obsesión, se convierte en una aventura. A cada que se busca algo, se
encuentra otra cosa. Más allá de un cumplir una meta, Alegría persigue la
necesidad de saber qué se hallará en su camino. Su filme descubre así a un
aficionado de Man Ray con inclinaciones detectivescas, aquel que a medida que
se abre camino encuentra cosas, despertándole su curiosidad, planteándole nuevas
obsesionas a corto plazo, y es a raíz de esto que se desentierran historias, se
despiertan recuerdos y se entrevista con lo cotidiano. La casa Emak Bakia habla sobre la memoria. Por un lado son los
testimonios de a pie, el encuentro con personajes que narran sus vidas o las de
otros. Es el ingreso a las viejas glorias, la remembranza a un director
italiano, el encuentro con una princesa de un país remoto, la prima de un gran
novelista, la ubicación del único individuo que recuerda a los pescadores del
litoral. Y es, por otro lado, también el testimonio fílmico, el corto de Man
Ray y el enigma de una casa, real o ficticia.
Oskar Alegría sabe
contener la expectativa. Nunca hay ansias de llegar a la meta. El director se
convierte en un buen anfitrión de viaje al saber llamar la atención durante
todo el camino. Hay además una adicción por darle sentido a la cosas y a los
hechos. El azar es profundamente elemental dentro de este filme que se dispara
rumbo a direcciones distintas, pero que encuentra familiaridad, relación o
simple coincidencia entre cada situación que se asoma. La casa Emak Bakia es documental, experimental y hasta posee
ciertas dosis de ficción, y es a esto último que el mismo director se toma el
tiempo y la licencia de señalar una “Fe de Erratas”, ello a propósito que toda
historia nunca se concluye, sino se posterga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario