martes, 18 de junio de 2013

III Festival de Lima Independiente: Leviathan (Sección Internacional)

De lo que hasta ahora se ha visto, Leviathan se convierte en lo mejor de este Festival.

Sin historia ni diálogos, Leviathan (2012) despliega poesía en medio del alta mar. La pesca de pronto se convierte en arte visual y auditivo. Es el allanamiento de espacios ubicados dentro y alrededor de una embarcación que se va abriendo campo de entre las aguas. Mientras las pesadas redes entrampan cardúmenes, Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel capturan en sucesivos planos secuencia la laboriosidad de un grupo de pescadores, la agresividad con la que el mar sacude la nave, los vientos que silban y la fauna marina que no deja de sobrevolar en el aire o en el mar. La conducta de la cámara en mano se convierte en cómplice de un tambaleo hipnótico que despierta performatividad en la materia inerte. Son las pesadas cadenas que retumban en la coraza del barco, compuertas escupiendo agua muerta, redes de caza asfixiando peces, cuerdas que se tensionan, tatuajes que cobran vida, restos sin vida varando de un lado a otro.
La muerte entonces manifiesta su lado bello, una que apunta la mirada estética que emplea Ramin Bahrani en un corto musical o como la que observa un adolescente desquiciado en la escena final de Belleza americana (1999). A propósito de eso, Leviathan tiene ese gesto voyerista. De explorar de entre las acciones de los cazadores. La cámara se entromete con sutileza, como si pasara desapercibida. Es mediante dicha libertad de asomarse que se va inventando nuevas formas, puntos de vistas, desde lo alto hasta lo bajo. Es así como la vemos andando en la cubierta como fuera de la embarcación, caminando, andando a rastras, nadando entre las violentas aguas, volando junto a las aves. En paralelo, una diversidad de ruidos acústicos ambienta la braveza marítima. Es el golpe metálico del acero, las burbujas de agua explotando, el castañeo de conchas atropellándose entre sí, el quejido humano, el chillido de las gaviotas, la danza frenética y desfalleciente de los peces, las olas que revientan una tras otra.
El sonido de Leviathan es el juego de percusiones que se componen al ritmo uniforme del océano. Es por eso que el visor de la cámara también se tambalea, se mueve a un lado y aparece en otro. No hay más coordinación que la de enfocar los recursos de la pesca, sus actores y su ambiente. Pueda ser por esto mismo que un par de escenas se parece interrumpir la magia del contexto al desconfigurarse el mundo de la pesca al citarse elementos propios de la “tierra firme”. Lo cierto también es que es en una de estas donde la sensación humana parece ser compartida. La mirada azarosa de un individuo dormitando es el contagio de apacibilidad, algo que emana del interior al exterior y que invade el cuerpo ajeno. Todo este proceso, bajo distintas emociones, se ha ido repitiendo en todas las secuencias del filme. Leviathan se convierte en uno de los documentales más espectaculares de los últimos años.

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