En La casa Emak Bakia (2012) un director
emprende un viaje teniendo como meta definida encontrar una casa que encerraría
toda la inspiración artística hallada por Man Ray. Su camino, sin embargo, se
vería desviado, una y otra vez, por una serie de asuntos planteados por la
curiosidad misma de este joven que a su paso se ve encantado por las historias
ocultas, aquellas que esperan ser descubiertas por un viajero de paso, como él.
Mapa (2012), de León Siminiani, parece
recrear una dinámica símil al filme de Oskar Alegría. Sendas películas son protagonizadas
por su mismo director, respectivamente, los mismos que van documentando todo lo
que ven y, a su vez, van manifestando pistas sobre su estado emocional. Alegría
extasiado por la belleza cotidiana, mientras que Simianiani tocado por un reciente
despido laboral. Lo otro es que también ambos están atrapados por una ruta
impredecible. Estos directores, los dos españoles, son víctimas de acciones
improvisadas.
Mapa se inicia como un cambio de aire. La estadía a un lugar exótico, una
cultura muy lejana a la de su protagonista: la India. Es el paseo en medio del
tumulto, el barullo urbano y el desorden poblacional, algo que descompone y a
la vez despierta el lado sensible de este personaje. La memoria y la nostalgia
lo asaltan, y entonces la verdadera trama se inicia. Mapa es el proceso tortuoso por la que tendrá que discurrir un
individuo obsesionado, no con un artista, sino con una mujer. Simianiani recuerda,
ama, se enamora, se despecha, se resiste, odia, vuelve a querer, reflexiona,
toma decisiones, se apresura, está desesperado. El filme así se convierte en
una especie de diario amoroso, aquel que intenta ocultarse de entre la rutina,
la coyuntura, una propia o ajena. El recorrido de la película es tan accidentado
como el mismo estado emocional de su personaje. Mapa encuentra como único enganche su relación frente al espectador,
uno que funciona a manera de confidente al descubrirle el orador su lado más soso
y pudoroso, a veces redundante, aunque entretenido.
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