A consecuencia de un terremoto, Manuel (Luis Dubó), un prisionero de una cárcel chilena, aprovecha a escaparse en medio del caos y la nocturnidad. Su libertad será el (des)encuentro con un paisaje devastado. Sin familia ni rumbo, Manuel deambula pisando los escombros y la tierra fangosa que ha dejado el desastre natural. El año del tigre (2011) es el relato de un naufrago. Un individuo que fue en busca de un mundo que acaba de ser destruido, y del que tristemente parece ser más caótico que su anterior recinto detrás de las barretas. Sebastián Lelio, luego de Navidad (2009), realiza un filme testimonial de un individuo que inicia una nueva condena, una que ha llegado de manera repentina e injustificada. Manuel, al igual que algunos personajes que van merodeando por los alrededores, parece un ser fantasmal extraviado en el limbo. Lo cierto también es que en esa nueva realidad no existe un cielo o un infierno. No hay diferencia entre un mundo carcelario y mundo devastado.
Lelio incentiva la paradoja a partir de un personaje que ha perdido su motivación luego de alcanzar su más preciada meta: la libertad. El año del tigre se sirve de categorías que contrastan lo que fue antes y lo que sucedió después del terremoto. Es la reacción ante lo trágico, algo que desestabiliza el razonamiento de la naturaleza y que promueve la desesperación, la cacería entre los seres vivos, que alimenta la desesperanza y las escasas ganas de saber sobre la realidad. Nada más se puede hablar sobre este filme.
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