En una zona apartada de Brasil, habita un pueblo donde no existen fechas de calendario ni día que se diferencia a los demás. Una reducida comunidad de ancianos son presos de una rutina que parece ser interminable. El mañana de estos personajes consiste en recoger los pasos que hicieron en el ayer. Todo aquí parece ser mecánico y monótono, sin embargo sus habitantes nunca dan signos de hastío o cansancio. La vida dentro de este pueblo es el ingreso a un mundo sin más aspiraciones que la de continuar una línea de vida siguiendo un orden, siguiendo su propia rutina, una que se quebrará con la llegada de un forastero. Historias que solo existen cuando son recordadas (2011), ópera prima de Julia Murat, es un atractivo filme que dialoga sobre el pasado, el presente, la memoria y la muerte, temas omnipresentes en la ruta diaria de estos personajes que no dan sentido a su vida, simplemente la prolongan.
Cierto día, Madalena, la panadera del pueblo, ve arribar a Rita, una joven fotógrafa que ha llegado a parar a ese lugar sin un claro propósito. Luego de un gesto atónito, la anciana aceptará brindarle refugio a la recién llegada. Este es el principio de un nuevo cambio en el pueblo. La presencia de Rita es la alteración de la rutina, quien sin querer provocará una reacción en cadena en los escasos habitantes de ese lugar, especialmente en Madalena. Lo cierto también es que no hay indicios de malestar o incomodidad ante la presencia de esta forastera. Rita es apenas una novedad que intriga a la comunidad, pero que finalmente reaccionan de una manera pasiva ante este individuo que poco a poco va invadiendo sus espacios, sus intimidades, el lugar donde comen o rezan. Rita y su cámara son, en parte, una representación fisgona e inoportuna que se va apoderando de los espacios mudos y vacíos. Historias que solo existen cuando son recordadas es el retrato de un pueblo misterioso, un pueblo que alberga a muertos vivientes, un pueblo fantasma.
No hay evidencia sustancial de que este pueblo que simula un mausoleo habitado por gente de aire sepulcral, sea en realidad reminiscencias de un poblado que ha quedado baldío hace muchos años, un mero realismo mágico donde no existe diferencia entre los vivos y los muertos. La directora Julia Murat adrede genera detalles o pistas fotográficas donde la transparencia física es parcial en cada uno de los habitantes retratados por el lente invasor de Rita. Este filme brasileño se mece entre lo real y lo alegórico, la posibilidad de una vida esperando a la muerte o una después de la muerte. Muy a pesar, es en ambos casos que el argumento de la película comparte un sentimiento que cede a la nostalgia, aquella que duerme en todos los rincones de la comunidad y en las mentes de sus habitantes, las que han sido despertadas con Rita, quien interviene, dialoga, opina, canta, baila, hace del silencio un eco que retumba en todas las habitaciones de Madalena, mujer que de la misma forma que los otros, también ha despertado a su memoria, solo que la misma estadía de la muchacha bajo su techo, ha terminado por calar esa tranquilidad que antes compartía con todo el pueblo; la negación del miedo a la muerte.
Historias que solo existen cuando son recordadas es un filme bien razonado, con mucho sentido y paradoja, esto porque un día llegó, sin razón alguna, una personalidad inquieta en medio de un pueblo estático, inerte, casi suspendido en el tiempo –introducción que trae a la memoria ciertas escenas de Japón (2002), de Carlos Reygadas –. La curiosa que revela fotos que son recuerdos, casi siempre estos destinados a familias o conocidos, algo que la gente de ese pueblo hace mucho ha perdido y que cada vez que hablan de ellos, entra el tema de la muerte, lo trágico e imborrable. Esto no es más que una evidencia de una historia o un pasado, uno que toma años y que, por lo tanto, descubre la vejez, la misma que los habitantes de esta comunidad baldía niegan o simplemente han pactado ignorar. Madalena será la única que ha comenzado a reflexionar ante esta realidad. Ella ha sido absorbida por el mismo presente, uno que negaba a diario cada vez que escribía unas cartas simulando que el ayer era el hoy.
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