Chicama, por no tener fecha confirmada de estreno en la cartelera, será la única película nacional presentada dentro del marco del Festival de Lima que realizamos una crítica. Las otras se irán publicando posteriormente.
El ordenador (2012), segundo filme de Omar Forero, puede ser interpretado como una carta de presentación del director. Lo que ocurre en su película es el planteamiento de un drama, uno que es anunciado a inicio del filme y que predice la proximidad de una tragedia que pesará en un solo hombre, uno al que le quedan pocos días de vida. Forero toma esta inicial (y suposición) para emprender una ruta de contemplación, situaciones que poco o nada están relacionados a este drama que ha creado desde el comienzo de la película una expectativa en el espectador. Es decir, el director es propio embaucador de su trama, aquella que sigue una rutina de manera superficial y sustanciosa. En El ordenador no existen nudos ni discursos. Omar Forero deja en claro que su cine es de un lenguaje objetivo y sin complejos, y los hechos que ocurran serán meras situaciones que frustrarán acciones y expectativas.
Chicama (2012), su tercer filme, es una dosis similar al de su anterior película. César (José Sopán), un joven que vive en un pueblo de la sierra, está observando la forma de poder migrar a la costa trujillana, un lugar que ha sembrado en su persona aspiraciones y expectativas tanto laborales como cotidianas. Todo esto, sin embargo, parece ser lejano y restringido. César, dentro de su inexperiencia, busca la opción de postular a un trabajo como educador en Trujillo. La situación contrariamente le extenderá un puesto en un pequeño pueblo de la sierra interior. A diferencia de El ordenador, Omar Forero en su nuevo filme es menos hermético y contemplativo. Chicama está dispuesto de diálogos que les serán suficientes al espectador para no percatarse que la necesidad del director es la de dar coreografía simple a su personaje, una que no complica la trama y que provoca apenas pequeñas expectativas, las mismas que se apaciguan con una rutina que entretiene y fluye con sinceridad.
La película de Omar Forero es un claro ejemplo de cómo se pueden hacer películas simples y bien realizadas con bajos recursos. La historia de Chicama se reduce a una sola, la de un individuo que gira en un solo eje, actuando momentáneamente en un mundo aislado mientras aguarda a sus deseos de migrar a la costa. Es en ese ínterin que se (re)encuentra con personas, se relaciona, conversa, fraterniza, crea lazos de confianza. Es decir, esta película actúa bajo una línea más motivacional y afectiva. La película deja ingresar al espectador que contempla con claridad y sin prejuicios la rutina de César. El ordenador era un filme en ocasiones enmudecido, melancólico, más sensitivo. Había tiempos muertos donde el enfoque relegaba a los personajes y asistía a los espacios naturales o pequeños detalles. Era pues un hermetismo que alimentaba la espera, un suceso trascendental que en cualquier momento podría llegar, pero que en realidad nunca sucedía.
Chicama bebe de esta misma fuente, y también de la misma que bebió Los actores (2006), ópera prima del director, película en la que había un suficiente parlamento que no desconcertaba al espectador, uno que tiene una idea veraz de lo que están pensando los personajes o de lo que está sucediendo. Chicama, dentro de esto, deja historias inconclusas, frustra con sutileza sucesos que estaban germinando dentro de la película, ello de la misma forma que en El ordenador, solo que este lo hacía de una manera más seca y sin rodeos. La llegada de una profesora al pueblo, el (des)encuentro entre César y la costa; son hechos que motivan un giro en la trama, pero esto no ocurre o simplemente son etéreos. La película sigue, así como la historia de un joven que vanamente se ilusionaba con un amor o con un mundo diferente al suyo, hechos que se estancaron y lo empujan a seguir su camino.
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