Lo que más llama la atención en el filme israelí God’s neighbors (2012) es la imagen provocativa y desconcertante que se le otorga al judaísmo, una de las religiones que –vale el prejuicio– está construida bajo estamentos conservadores, los que la hacen entonces hermética ante ciertos comportamientos que evocan gestos propios al libre albedrío. El director Meny Yaesh revela un lado transgresor del judaísmo, uno que, por ejemplo, está encabezado por un rabino que cuenta chistes en plena oración, habla en jerga, se burla de sus pupilos, reemplaza historias graciosas y absurdas por parábolas que son dictadas en medio de un río de carcajadas. Es decir, este filme rememora al Luis Buñuel de La vía láctea (1969), donde aparece un Jesucristo humanizado, uno que ríe y juega, y hace de su prédica un momento dinámico y ameno.
Avi, Kobi y Yaniv son devotos de este judaísmo liberal, uno que les permite tatuarse en la espalda la estrella de David, fumar hierba en sus ratos libres, convertir sus cánticos religiosos en pistas de trance o música electrónica. God’s neighbors es la historia de este trío que es casi una pandilla, una que tiene como único móvil el castigar a los que “no saben respetar el vecindario”. Es así como se revitaliza el lado fanático de esta religión, sea mediante golpizas, amenazas, emboscadas y otros actos delincuenciales que apañan al proclamarse como una medida mesiánica o divina. Una especie de “Dios lo quiere” o “Dios lo dicta”. Esa es más o menos la primera parte del filme. Lo que sigue es el melodrama, el conflicto espiritual de un joven que pone en duda ese ejercicio radical que está poniendo en ascuas una relación que, según dictan los Salmos, ha sido puesta en su camino.
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