El escape de cinco adolescentes de una cárcel para menores, es la introducción a una historia sobre personajes bipolares. Por un lado, es el retrato de un grupo de rufianes en fuga, sujetos violentos y perversos que se confunden en medio de una naturaleza salvaje y agreste. Por otro lado, es el hermetismo sentimental en cada uno de ellos, sea escondiendo un pasado o una historia que en ocasiones callan o manifiestan a manera de confesionario o mediante furtivas lágrimas. Los salvajes (2012), del argentino Alejandro Fadel, es un filme que alegoriza a un grupo de malhechores en campo abierto, sumergiéndose en una naturaleza que es tierra de nadie, donde se sientan a sus anchas entre los ríos y matorrales. Un lugar que solo alberga a criminales o condenados por la sociedad, viviendo una vida de ermitaños, alejados de la civilización, pero, curiosamente, todos estos restringidos ante sus conflictos emocionales.
Los salvajes, formalmente, se rivaliza entre planos abiertos y primeros planos. El director provoca en primer aspecto la interrelación entre hombre y naturaleza. Ambos son materia salvaje, bestias que se convierten en cazadores o son cazados. La película es también el acercamiento a los rostros, unos que hacen plegarias o muestran una mirada flácida y cabizbaja. Alejandro Fadel conjuga dos versiones distintas en la personalidad de sus prófugos. Es el enfoque que “mitifica” a los bandidos que han sobrevivido al gran escape; luego esto cambia al asomarse un perfil que “desvirtúa” dicha imagen de este grupo que resultó ser tan frágil, y que va pereciendo –uno por uno– en el transcurso del camino. La trama indica que existe una necesidad de buscar un medio de liberación a causa del sentimiento de culpa que pesa en cada uno. La fuga carcelaria como el principio a una condena a la que ellos mismos recurren, una que será aplicada por la misma naturaleza también salvaje.
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