Tal como ocurre en su filme En la cama (2005), el director chileno Matías Bize en La vida de los peces (2010) apuesta una vez más por un escenario y una sola acción que envuelve una serie de recuerdos y nostalgias que nos acercan a la historia detrás de un personaje, Andrés (Santiago Cabrera) un treintañero que ha retornado por unos días a su natal Chile después de 10 años, lugar donde desea reencontrarse con conocidos y amigos de la infancia, pero especialmente con Beatriz (Blanca Lewin), su antiguo amor.
Bize crea una historia íntima, sobre el olvido y el desengaño. Andrés ha estado largo tiempo viviendo en Berlín laborando como un escritor de guía y turismo, viajando de un lugar a otro, viviendo una vida de nómade, mudando de casa como de amores. La vida en Alemania ha resultado ser una fantasía, un espacio que ha borrado parcialmente los recuerdos del joven chileno. De vuelta al lugar donde nació, sus antiguas vivencias parecen tomar claridad cada vez que se cruza con alguien conocido. Muy a pesar todo le parece extraño, los recuerdos son débiles y desanimados. Los que un día fueron sus amigos ahora son personas irreconocibles, no por haber cambiado su fisionomía, sino porque el tiempo ha creado una lejanía, una separación que retomarla es un viaje al pasado, un imposible que las remembranzas no pueden enmendar.
Su encuentro con Beatriz, sin embargo, es distinto al de los demás. Andrés es consciente que su único propósito de retornar a Chile es ver nuevamente a su antigua pareja, aquella de la que se separó–por motivos que nunca se aclaran –bajo mutuo acuerdo. La vida de los peces se centra en un amor frustrado, truncado posiblemente por la misma inexperiencia de dos adolescentes en ese entonces. Hoy, ambos adultos, deciden manifestar que sus recuerdos aún están latentes. Si bien estos no fueron por mucho tiempo parte de su diario, el dolor y la nostalgia parece haber estado tan solo dormitados.
En La vida de los peces, Andrés, por su misma condición de extranjero, es inicialmente reconocido como el único individuo que sufre de lagunas mentales por ser él quien se habría marchado hace 10 años. Más adelante nos percatamos que gran parte de los personajes sufren también de esas lagunas, y no solamente eso, sino que además, al igual que Andrés, muchos viven desengañadamente, algunos insatisfechos por sus trabajos laborales, otros por sus relaciones de pareja. Todos fingen actuar con normalidad. Bize no culpa al estilo de vida en Berlín o da crítica a los migrantes chilenos; la vida es igual para todos, sea a la vuelta del mundo o en una casa, compartiendo la misma agua o pecera (lugar que te limita al mundo), como los peces. El director provoca el encierro con una intención de abrirse a la vida íntima de una sociedad conformista, que viste caretas o que le es indiferente a los suyos y a sí mismos.
La vida de los peces va emitiendo recuerdos de un mismo personaje, esto bajo la continua presencia de un reparto secundario que va entrando a escena. La metódica parece ser efectiva, sin embargo existen ocasiones que ciertos encuentros están demás o no resultan ser transcendentales para la historia, como por ejemplo, el encuentro entre Andrés y la madre de un amigo del personaje principal. Algunos diálogos, como cuando Beatriz le cuenta a Andrés una etapa de depresión luego de su separación, amplía la historia, la debilita, algo que pudo haberse valorado más por las miradas o instantes de silencio.
1 comentario:
Son los peces de ciudad. A mi me provocó un nudo en el pecho por partes y un constante latido de corazón a ritmo poco usual. Me gusto en simpleza. No la mejor, pero logró su cometido, amocionarme Po.
Publicar un comentario