Las cosas en un pueblo rural de México parecen no ir bien. Un marido se ha extraviado. Teresa –su mujer –busca a su esposo desesperadamente, culpa a uno que otro sospechoso, se lamenta, llora, desfallece. Gabino busca empleo. Sirve al ejército, pero parece no servir a su familia ni a sí mismo. Goliat –llamado así por el pueblo –está envuelto en un grave problema. La chica que le gustaba –quien posiblemente era su enamorada –ha sido asesinada y él es el único sospechoso. Su familia parece no apoyarlo. Verano de Goliat (2010) son los encabezados de un grupo de historias que habitan en un pueblo donde todo lo que sucede parece ser parte del cotidiano.
Nicolás Pereda, su director, nos cuenta sobre el abandono. Todos los personajes de su filme son víctimas de una orfandad, sea amorosa, paternal, conyugal o social. Pereda captura la realidad de un grupo social minoritario, uno que de por sí se encuentra en un estado de abandono, y son las historias de sus miembros las que lo corroboran. Unas vidas son más trágicas que las otras, sin embargo ninguno de ellos parece estar sorprendido de las desdichas ajenas. Pereda esboza esa normalidad de las cosas, la posibilidad de un mundo donde los engaños maritales, desapariciones o muertes no tienen alguna señal de extrañeza en este grupo de habitantes.
Verano de Goliat no se esfuerza por crear una solución al caso. Sus personajes ni encuentran la forma de solucionar sus problemas ni son salvados por una divina providencia. Existen varias historias en el filme, más ninguna de estas se concluye. Pereda provoca una necesidad de aclarar, que más que un relato de historias, Verano de Goliat es un grupo de anotaciones, de casos que están a vista y paciencia de los demás, y ninguno de estos reclama necesariamente una solución, ya que estas forman parte de una realidad que bajo su construcción narrativa intenta remarcar continuamente.
Sobre la dinámica narrativa, es lo mejor del filme. Pereda crea una sociedad entre lo posible y lo real, entre la ficción y el documental. Desde un inicio el director aclara que la ficción, que a continuación se verá, tiene mucho de documental. Es entonces que desde la perspectiva de este, Verano de Goliat son historias verosímiles como también testimoniales, medias verdades pero a la vez reales. Pereda discursivamente es realista en cualquiera de sus formas. Lo mismo ocurre respecto a su estética. Su estilo fílmico es naturalista, el encuadre parece estar en sintonía con el movimiento de los personajes, sea caminando por una ruta agreste o sentados al borde de una cama. La fotografía es simple, las tonalidades nunca se distorsionan. El mundo rural se observa desde un punto de vista objetivo, salvo algunos casos donde el visor desenfoca, es entonces cuando Pereda nos trae nuevamente a un territorio pragmático. El director no desea confrontar la ficción y el documental, sino convivir. No existe más ficción que documental, y viceversa.
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