El tránsito del plano
teórico al experimental, dentro del campo científico, significa para el cine un
indicio de mal agüero, y directores como David Cronenberg o Vincenzo Natali lo saben,
que cuando se trata de poner al cuerpo humano como base de un experimento, las
consecuencias son destructivas, tanto físico como mental. Vanishing waves (2012), de Kristina Buozyte, es un filme que se
inicia con poca información. Hay reuniones a cuarto cerrado, un limitado grupo
de personajes que visten de blanco, espacios clínicos que no muestran
exteriores, que simulan lo oculto o lo secreto. Se hace entonces mención de una
prueba, aquella que tendrá como “conejillos de india” a una persona en coma y,
de entre los científicos, a uno de los más experimentados, aquel que “cumple
con el perfil”, que domina el material teórico, pero que sobretodo está
mentalmente apto. Con esto, ya son suficientes las pistas que predicen una
futura tragedia.
Lukas (Marius
Jampolskis) fue seleccionado como voluntario para hacer las pruebas de una
máquina que podría ser revolucionaria, una que recién ha experimentado su fase
teórica. Él, junto con un grupo de científicos, han sido promotores de un
sistema que conecta a dos individuos a través de sondas neuronales capaces de
compartir la información mental del otro, incluyendo pensamientos a recuerdos
reprimidos. Es así como aparece en la trama Aurora (Jurga Jutaite), la huésped,
una mujer en coma, ideal para realizar dichas pruebas al encontrarse en un
estado mentalmente pasivo. Vanishing
waves sigue la senda de la negligencia científica, pero ante todo, la
humana, una que va despertando su lado egoísta y provechosa. Lukas pasa de
pensar científicamente a pensar como persona en sí, sacando ventaja de un
experimento que mengua sus necesidades humanas, aquellas que no logra solucionar
en su propia alcoba.
El encuentro con
Aurora –no la que se encuentra en la camilla, sino la irreal, la que halla en
un mundo simbólico, a través de las sondas neuronales– significa para Lukas un
refugio, un espacio que le sirve como terapia. Aquel lugar –que son los sueños
de él y de ella– que grafica el contexto perfecto y junto a la compañía
perfecta. Aurora resultó ser la mujer compatible para Lukas, un hombre que no percibía
en la imagen de su amante “real” la sensualidad suficiente para liberarlo de
una frustración sexual de la que estaba preso. Desde el primer encuentro o
prueba del sistema, Lukas experimenta mediante su inconsciente aquello que su consciente
solicitaba a gritos. Los encuentros con Aurora son pues los acercamientos
eróticos, voyeristas o fetichistas. Es el lado extremo de algo que ha estado
ausente durante mucho tiempo en la realidad de Lukas. En paralelo, Lukas, el
real, está siendo perturbado. Su obsesión ha trastocado su ética científica,
ocultando a sus colegas los hechos que podrían poner fin a su amorío
idealizado.
Vanishing waves juega a dos contextos: el real, del individuo que logra su
cometido científico, pero que en el camino se plantea uno más personal e
íntimo; y el irreal, del amorío secreto, el mismo que va aliviando las frustraciones,
pero que también ha liberado los recuerdos reprimidos de Aurora. En ambos lados
el filme decae a la mitad, en el primero por no promover una vitalidad que diferencia
el paso de la cordura a la locura en Lukas, y el otro por plantear una especie
de thriller amoroso que empuja al protagonista a poner en orden la alteración mental
que desato en Aurora. Vanishing waves,
sin embargo, deja a disposición un filme provocativo por los arquetipos oníricos,
aquellos que se observan en el mismo territorio del inconsciente, graficando
simulaciones cercanas a la fílmica de Andrei Tarkovsky y David Lynch.
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