Como para no oxidarnos
frente a la reducción de filmes que se han estado estrenando en la cartelera
durante estas últimas semanas, hacemos un breve comentario sobre un único punto
que llama la atención en Iron Man 3 (2013).
El filme dirigido por Shane Black juega con una teoría sustancial en los más
recientes (e incluso teorías lejanas que entonces sonaron premonitorias) estudios
de sociólogos, filósofos, psicoanalistas y entre otros. Se me viene a la mente
nombres como Noam Chomsky o Slavoj Zizek, estudiosos que frecuentemente retan
al canon hegemónico cada vez que tocan temas como las operaciones y mecánicas en las grandes corporaciones,
las verdaderas necesidades que se busca en las invasiones post la lucha contra
el terrorismo o los usos del poder y el miedo que se desenvuelven frente a la
sociedad. Son estos dos últimos puntos los que Shane Black usa y engrana en el
fin de saga del superhéroe de Marvel.
(Advertencia: A
continuación, el spoiler medular del
filme) Ocurre que “El Mandarín” (Ben Kingsley), gran villano dentro de esta
secuela, no es más que un fraude. El malo no es él, sino otro que anda de
anónimo, uno que ha manipulado los traumas sociales y/o las estrategias
gubernamentales cuando se trata de provocar el pánico, alterar el orden,
despistar a la comunidad de la “verdad” e implantarle enemigos ficticios. Estos
son pues evocaciones de filósofos que un día comentaron sobre las estrategias
del miedo y el terror; que ciertos poderes han venido promoviendo, desde las
primeras guerras civiles, un plan para distorsionar la imagen o revitalizar la
mala fama de ciertos individuos, comunidades o culturas enemigas, fijándose así
cual es el rostro del bien y del mal, el bando de los buenos y el de los malos.
Esto ocurre en Iron Man 3 y Aldrich
Killian (Guy Pearce), el verdadero enemigo, se lo explica al superhéroe en
frases cortas.
Killian afirma que ha
usado lo que los gobernantes siempre han hecho, mostrar un solo rostro del mal (Bin
Laden, Hussein, Gadafi) y provocar el pánico global. El miedo y el terror se reducen
en un solo personaje, lo demás entonces no importa o pasa desapercibido. ¿Qué
dirían de esto ciertos pensadores? Que posiblemente muchos de esos “rostros del
mal” que atormentaron a la sociedad nunca existieron, simple maniobra o paranoia.
En Iron Man 3 es eso y, además, sí
existe un villano, solo que este es invisible, simple ilusionista que juega con
los miedos ajenos para crear en paralelo un plan malévolo, algo así como
ciertas corporaciones que venden una imagen ideal, llena de salud y una serie
de simbologías del bienestar, mientras que al otro lado del mundo hay un grupo
de personas fabricando sus productos bajo estados infrahumanos. Los
responsables o villanos, entonces pasan desapercibido.
Por lo demás, Iron Man 3 es la secuela más aburrida de
la saga. Tony Stark (Robert Downey Jr.) no es Tony Stark, sino un tipo que ha
sentado cabeza después ese tan citado suceso en Nueva York (Los vengadores, 2012), aquel que lo
volvió menos egoísta, mundano, carismático, sensacionalista, showman y todos esos demás apelativos
que después de todo era lo que llamaba la atención del personaje. Era observar
al superhéroe cual estrella de rock. El nuevo Stark parece haber sido recién
egresado de un grupo de retiro, es sentimentalista, se le enrojecen los ojos
cada vez que abre sus emociones. Está más bien para el retiro. En referencia a
su trama, Iron Man 3 tiene un record
de diversos sucesos casuales, inexplicables, absurdos, gratuitos, dignos de un deux ex machina. Y sí, el Capitán
América tenía toda la razón, ¿qué es Tony Stark sin su armadura? Un mal
peleador, aunque con mucha suerte.
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