La filmografía de
Alberto Fuguet tiene en común retratar la historia de personajes ermitaños,
sujetos que parecen estar peleados con su entorno, yendo a contracorriente de
la rutina y el orden laboral, prejuiciosos, casi unos resentidos sociales. Son
seres conformistas camino a la mediocridad. Estancados e inflexibles ante
cualquier individuo que quiera revertir su estilo de vida. Vivientes del
presente y abstemios de un futuro que, a pesar de todo, se les viene encima.
Los personajes de Se arrienda (2005)
o Velódromo (2010) son treintañeros,
buenos tipos, talentosos en su oficio aunque de una madurez endeble al ser
partidarios de un idealismo utópico. Los finales de ambos filmes son abiertos,
los protagonistas ceden a la rutina ajena, más parecen conservar su esencia
inicial, el talento creativo, el talento soñador. Pablo Cerda, actor en dos
filmes de Fuguet, hereda, parcialmente, esta misma línea en su ópera prima.
Educación física (2011) es la historia de Exequiel (Pablo Cerda), profesor de
un colegio en una provincia chilena, amante de la comida chatarra, del trabajo
a medio tiempo, consumidor de tele y videojuegos, viste de poleras y pantalones
deportivos. Su pasión: el baloncesto. Vive junto a su anciano padre y pasa
algunas horas al lado de su único amigo. Cerda sigue el perfil de los
protagonistas de Fuguet, solo que esta vez visto desde la periferia. Los
habitantes de este contexto no son los sujetos aculturados ni tampoco residentes
de los círculos snobs. La vida aquí,
ya de por sí, tiene ese aire estancado. Existe un perímetro limitado, los
espacios son los mismos, los lugares de visita son los que el promedio parece
conocer. Al borde, se encuentra el ambiente marítimo, naturaleza que termina
por coronar una ciudad sin expectativas,
gris y baldía. La mayoría de los habitantes son conscientes de ello. En el aire
está esa necesidad de aspirar a algo distinto. Exequiel, sin embargo, prefiere
no pensar en ello. Es más, la idea parece aterrarlo.
A diferencia de
Alberto Fuguet, Pablo Cerda no cae en el discurso de la reflexión, algo que de
hecho contamina al espectador de una moraleja nada sutil y que de paso pone en
jaque la actitud medular del protagonista principal, uno que rehúye del
consejero. Exequiel es el prototipo del individuo conformista, el fabricante de
excusas en fin de justificar una desidia que ha eclosionado a propósito de un
antiguo fracaso –otro referente de Fuguet–. Esta pues presente la frustración,
el miedo a retornar a la derrota. Pero lo que llama más la atención en Educación física es que los hijos
pródigos, aquellos quienes han logrado pasar las fronteras de la periferia, han
sido víctimas del desencuentro, ello representado en el divorcio o la
alienación (tal como se señala en el dejo “argentino” de un chileno). La vida
de la capital o del “exterior”, entonces, no es como lo pintan. Dos son las
opciones: o es que no existe un espacio oficial para el fracaso, o es que el
individuo está destinado a cargar siempre su estigma contextual.
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