viernes, 31 de mayo de 2013

II FIACID: Educación Física (Competencia Internacional)

La filmografía de Alberto Fuguet tiene en común retratar la historia de personajes ermitaños, sujetos que parecen estar peleados con su entorno, yendo a contracorriente de la rutina y el orden laboral, prejuiciosos, casi unos resentidos sociales. Son seres conformistas camino a la mediocridad. Estancados e inflexibles ante cualquier individuo que quiera revertir su estilo de vida. Vivientes del presente y abstemios de un futuro que, a pesar de todo, se les viene encima. Los personajes de Se arrienda (2005) o Velódromo (2010) son treintañeros, buenos tipos, talentosos en su oficio aunque de una madurez endeble al ser partidarios de un idealismo utópico. Los finales de ambos filmes son abiertos, los protagonistas ceden a la rutina ajena, más parecen conservar su esencia inicial, el talento creativo, el talento soñador. Pablo Cerda, actor en dos filmes de Fuguet, hereda, parcialmente, esta misma línea en su ópera prima.
Educación física (2011) es la historia de Exequiel (Pablo Cerda), profesor de un colegio en una provincia chilena, amante de la comida chatarra, del trabajo a medio tiempo, consumidor de tele y videojuegos, viste de poleras y pantalones deportivos. Su pasión: el baloncesto. Vive junto a su anciano padre y pasa algunas horas al lado de su único amigo. Cerda sigue el perfil de los protagonistas de Fuguet, solo que esta vez visto desde la periferia. Los habitantes de este contexto no son los sujetos aculturados ni tampoco residentes de los círculos snobs. La vida aquí, ya de por sí, tiene ese aire estancado. Existe un perímetro limitado, los espacios son los mismos, los lugares de visita son los que el promedio parece conocer. Al borde, se encuentra el ambiente marítimo, naturaleza que termina por coronar una ciudad  sin expectativas, gris y baldía. La mayoría de los habitantes son conscientes de ello. En el aire está esa necesidad de aspirar a algo distinto. Exequiel, sin embargo, prefiere no pensar en ello. Es más, la idea parece aterrarlo.
A diferencia de Alberto Fuguet, Pablo Cerda no cae en el discurso de la reflexión, algo que de hecho contamina al espectador de una moraleja nada sutil y que de paso pone en jaque la actitud medular del protagonista principal, uno que rehúye del consejero. Exequiel es el prototipo del individuo conformista, el fabricante de excusas en fin de justificar una desidia que ha eclosionado a propósito de un antiguo fracaso –otro referente de Fuguet–. Esta pues presente la frustración, el miedo a retornar a la derrota. Pero lo que llama más la atención en Educación física es que los hijos pródigos, aquellos quienes han logrado pasar las fronteras de la periferia, han sido víctimas del desencuentro, ello representado en el divorcio o la alienación (tal como se señala en el dejo “argentino” de un chileno). La vida de la capital o del “exterior”, entonces, no es como lo pintan. Dos son las opciones: o es que no existe un espacio oficial para el fracaso, o es que el individuo está destinado a cargar siempre su estigma contextual.

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