17 monumentos (2012), de Jonathan Perel, es un documental que, por lo
menos, a los diez minutos de haberse iniciado este filme, te arrincona a la
meditación. Es, por ejemplo, el momento ideal para meditar sobre lo qué hiciste
el día de hoy y sobre lo que harás mañana, o tal vez es la interrogante de qué
miraré más tarde o cuánto dura la película o qué estaría haciendo si no hubiese
venido a ver la película de Perel. Ver 17
monumentos es hallarse en un lugar adecuado en el que puedes pensar en las
mismas cosas que a uno se le viene a la mente durante una ducha matutina. Lo
cierto es que, en medio de tanto pensamiento, uno no deja de observar la
sucesión fílmica, una que solo se dedica a hacer primeros planos continuos de
monumentos, cada uno contemplado durante un lapso de tiempo determinado. En
este filme no hay una voz en off o
testimonios orales, apenas está el sonido de la carretera o la naturaleza.
Hojas que revuelan, gatos que se cruzan, pajaritos que detienen el vuelo.
Pero como mencionamos,
en medio de nuestras notas mentales, el filme no deja de manifestar los monumentos
petrificados, esos que han sido fundados a propósito del fin de una Dictadura,
aquella que ha marcado a toda una nación, y que por el hecho de ser observado
por un espectador que fue ajeno a dicha realidad, implica que su asimilación a
este filme sea tardío. 17 monumentos –ya
entrando en razón– es un documental que invita a la reflexión. El mutismo o la
suspensión de una premisa oral son la vía que conduce a una serie de meditaciones
relativas que nos trasladan, por ejemplo, a las víctimas desaparecidas, los
hijos huérfanos, padres de hijos raptados, el perdón, la impunidad, lo fue y lo
que hoy significa para Argentina. Cada monumento reza a los vocablos “Memoria,
verdad, justicia”, no necesariamente en el mismo orden, y es que cuando se
trata de un alto número de afectados, existe también un alto número de formas sobre
cómo se concibe una tragedia. Es entonces cuando el documental de Jonathan
Perel se convierte en un filme casi dialéctico porque cada monumento fundado en
un área distinta, provoca una nueva respuesta, una reflexión variante.
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