El género slasher se inició por los años 60 con películas como Psycho (Alfred Hitchock, 1960) o Peeping Tom (Michael Powell, 1960), pero fueron en los 70 que esta corriente comenzó a vivir su verdadero apogeo. The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hopper, 1974) fue un claro atractivo que impulsó a una serie de directores, más que todo del ámbito norteamericano, a crear o reinventar una serie de asesinos en serie (término que para entonces recién había sido acuñado) que cazaban o torturaban exclusivamente a adolescentes. Era la película de terror combinada con los hábitos juveniles: el sexo, la bebida o las drogas eran temáticas que atraían o daban paso a los asesinatos masivos. Aquel que los disfrutaba más adelante se tendría que lamentar. Las mezclas con el gore, los baños de sangre, las fragmentaciones de cuerpos eran además una metódica repulsiva que era irónicamente el atractivo del público adolescente que se veía reflejado dentro de un mundo tenebroso donde vivían sus propias pesadillas.
Pesadilla en Elm Street (1984) fue al igual que las tantas películas slasher un triunfo de taquilla. No había nada más atractivo que ver la imagen de un grupo de adolescentes corriendo por sus vidas y atrás de estos un asesino con un arma grotesca que los amenazaba. Wes Craven, el responsable de esa película ya había creado otras interesantes como La última casa a la izquierda (1972) o Las colinas tienen ojos (1977) dentro del género de terror-gore. Entrar al territorio slasher era entonces crear o modificar su propio prototipo. Para entonces Michael Myers de Halloween (John Carpenter, 1978) o Jason de Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) habían sido inmortalizados. El asesino entonces estaba encasillado a tener un aspecto gélido y corpulento. Era capaz de romperte el cuello o hacerte volar por aires de un gran golpe. Este además era un ser enmascarado, aún más tenebroso (¿Qué horrendo rostro se escondería debajo de esa máscara? Todo un misterio). El asesino nunca pronunciaba palabras algunas a su víctima. Su voz era todo un enigma haciéndolo más misterioso aún. Era parte de la sociedad de los malditos, aquellos que habían sido ofendidos o asesinados brutalmente, y ahora retornaban para vengarse de la humanidad. El género slasher era algo más que un loco psicópata. Había detrás de este toda una leyenda escalofriante que los grandes no eran capaces de pronunciar. Michael Myers había asesinado a su familia y luego fue encerrado en un hospital psiquiátrico. Jason había desaparecido bajo las aguas de un lago cuando apenas era niño. Hablar de estos era un cuento de terror.
Pesadilla en Elm Street cuenta la historia de un grupo de chicos que viven en la Elm street y comienzan a tener pesadillas con un hombre de polo a rayas, con sombrero y una mano de cuchillas afiladas fabricadas por él mismo. “Tiene su rostro en carne viva, como si fueran quemaduras”, comentan entre ellos; y siempre los amenaza con matarlos. Nunca se sabe a ciencia cierta lo que cada director pretende lograr con una película, pero lo seguro es que Wes Craven ha creado algo que ni él mismo esperaba. Y es que no solo había creado un nuevo personaje slasher (también mitificado), sino que además había cambiado las reglas de juego. Freddy Krueger sale del estereotipo de los psicópatas. Krueger es un nuevo estilo dentro de una generación pop, una más estilizada que rompe con el canon de las películas de terror. Desde Frankenstein hasta Drácula, desde Leatherface hasta el mismo Jason o Michael Myers, alguno no había tenido tanta personalidad como Krueger. Cual capa de superhéroe, él lleva un sombrero y polo a mangas. No es más un vengador anónimo. Él tiene rostro y además voz. Su agilidad es tan ligera como la de sus víctimas. Krueger es una especie de muerto viviente pero que no es torpe en su andar. Él corre, salta, se esconde y te asusta. Krueger no usa esa gestualidad fría y apropiada para sus antecesores. La creación de Craven es el de un ser juguetón que te espanta con sus bromas tétricas y espeluznantes. La risa característica de Krueger es una formalidad que provoca más espanto que la completa mudez de Jason. Su arma es una genialidad patentada por este personaje – muy a diferencia del cuchillo o la motosierra –; tan simple y compleja a la vez. Esta provoca un chillido que no solo anuncia su aproximanción, sino que te pone los pelos de punta. Su marca es casi una firma bizarra empuñada en los brazos o estómagos de sus víctimas.
Nancy es la joven que se ha percatado que sus pesadillas son las mismas que la de sus amigos. Muy pronto ella es testigo de cómo uno a uno van siendo asesinados por este personaje que se manifiesta siempre en un mismo lugar; en las pesadillas. La idea de Craven nació de unos artículos leídos en la revista Los Angeles Times sobre un grupo de camboyanos, víctimas de ciertos traumas, que habían muerto por sus propias pesadillas. Si antes el espacio de un asesinato era un bosque, una granja deshabitada o un campamento juvenil, esta vez eran los mismos sueños. El territorio de Krueger era una encrucijada y no un espacio abierto en el que se pueda escapar. Correr a campo traviesa era cuestión de segundos. Era una ilusión que el propio verdugo creaba a sus víctimas. Freddy Krueger es uno de los asesinos más peligrosos pues se apodera del subconsciente de sus víctimas. Pesadilla en Elm Street es un límite entre la realidad y el sueño, espacios confundidos uno del otro. Los adolescentes creen despertar pero es un sueño o pesadilla el que están viviendo. Craven nos ofrece una distorsión de las realidades. La garra de Freddy no es más que un ultimador. El mundo de los sueños es su verdadera arma. Los estados de fatiga o cansancio son alertas para el espectador, una señal que se aproxima la masacre. Freddy no necesita aproximarse a sus víctimas, son ellas las que en un momento a otro se aproximarán a él a través de sus sueños. La realidad entonces queda desplazada en la cinta de Craven que se burla al haber vuelto realidad esa frase de los adolescentes: “es una pesadilla”. Por lo contrario, es lo real lo que puede ahuyentar a Krueger que está continuamente mal formando la realidad. Los medios surreales por eso mismo no son un ajeno dentro de la pesadilla de estos jóvenes. Estamos hablando de un estado de subconsciencia donde las cosas toman otras apariencias o formas. Freddy recurre al surrealismo como un medio de acecho, mezcla entre lo grotesco y lo terrorífico, que inclusive son efectos cómicos que el asesino quiere enunciar, pero que para la víctima resulta ser macabro. El juego de contraluz o las malformaciones de una pared que toma la forma de un rostro son consecuencias surreales que siempre rondan en los mundos que tienen una apariencia familiar para las víctimas, pero que sin embargo son muy ajenas a los suyos.
Siguiendo a la trama; la madre de Nancy esconde un secreto. Ella sabe quién es ese hombre que acecha a su hija en sus pesadillas. Es Fred Krueger, pero lo llamaban Freddy. Él había sido culpado de haber matado a varios niños de la Elm St. Fueron los padres de los niños quienes quemaron vivo a Freddy, y ahora este estaba volviendo para vengarse. Todo personaje tiene un mito o historia, y Freddy no es una excepción. Freddy castiga a los hijos de sus asesinos, aquellos que ahora miran ciegamente la realidad de sus primogénitos y duermen sin ningún temor. En el género slasher la figura paternal y autoritaria, como la del policía, son siempre personajes incrédulos y lejanos al riesgo que están corriendo los adolescentes. No es gratuito que el padre de Nancy sea un policía, y su madre sea una persona con problemas del alcohol. Por un lado, está la objetividad de los hechos, representado por la imagen del policía, y por otro está la discapacidad de entender los hechos, representado por la demencia de la madre. Uno vive mucho en la realidad y el otro se encuentra fuera de esta. Es el límite entre estas dos las que dejan al descubierto al asesino. Si bien es la realidad lo que podría dañar a Krueger, es necesario estar dentro de los sueños para utilizarlo como arma, y Nancy es la única que ha entendido eso. Lo cierto es que nada puede eliminar a Freddy, tan solo ahuyentarlo.
Pesadilla en Elm street ha dejado además una herencia que hasta ese momento hacía de los personajes adolescentes una víctimas más fáciles. Nancy es la heroína. Ella razona frente a los hechos, muy a diferencia de la torpe niñera de Halloween que sobrevive a una noche de masacre por pura suerte. Nancy logra encarar y desenmascarar el truco de Freddy, es lo que actualmente hacen los héroes de las películas de terror, los cuales más adelante fueron reemplazados el héroe y la heroína, o la pareja de novios, algo que no podía darse en la cinta de Craven dado que habría sido una radicalidad frente a las reglas de los slasher. Caso los adolescentes varones que eran víctimas de los psicópatas, estos eran predecibles. Eran incrédulos, fanfarrones, alcohólicos, drogadictos o adictos al sexo; todos estos encasillados dentro de un estereotipo masculino. Si había un género que tenía que salvarse era el femenino por ser el más lúcido. Es por eso que de ahí siguió una generación de heroínas que eran las que sobrevivían siempre al último, y si quedaba vivo un hombre era gracias a esta. Por eso y por muchas otras razones Pesadilla en Elm Street es una película de culto.