Richard Linklater es
un director que construye tramas en base a la memoria. Caso el de Celine y
Jesse (Antes del amanecer, 1995) y su
primer encuentro en la ciudad de Viena, ambos armando el diálogo mientras cada
uno va citando sus propios recuerdos o los ajenos; aquellos que, por ejemplo, develaron
los libros de escritores o teóricos que en el lapso de sus vidas un día leyeron.
Es la memoria puramente compuesta por las ideas o conceptos preconcebidos. La
memoria aquí como una especie de ventana hacia la esencia de cada individuo.
Somos lo que vivimos o algún día leímos. Pero aparte de esto también existe
otro tipo de memoria, una que por cierto es más tangible e igual de inevitable.
La fisonomía de individuo como un registro más de la memoria, esta focalizada
en los rostros, los cuerpos e incluso en las vestimentas que develan en los
personajes el paso errático o venturoso de los años.
Linklater promueve
personajes ajustados al tiempo, individuos que simulan estar viviendo a “tiempo
real” (Tape, 2001) o en lugares donde
simplemente el tiempo “no existe” (Waking
life, 2001). Son también las historias de “tiempos a plazos”, aquellas que aparentan
funcionar de igual manera según el tiempo real aunque con amplios recesos que
fragmentan toda una trama. Tal es el caso de su trilogía melodramática de
personas asomándose cada nueve años. El director gusta experimentar con el
tiempo en todas sus formas de impresión y amplitudes, siendo Boyhood (2014) su nuevo proyecto que
apunta a un plano temporal cronológico. La historia de un niño y su tránsito
hasta las orillas de la adultez es la reunión de vivencias y cambios que va
experimentando su organismo y su personalidad misma. Linklater coincide esos
dos tipos de memorias anteriormente descritas manifiestas en un orden lineal y
promoviendo elipsis que levemente conectan los cambios. Es la captación de
frecuencias altas que van apuntando a la crianza y posterior formación de un
individuo.
Mason (Ellar Coltrane),
desde los seis años, es una especie de nómade. Su vida no solo deja de
experimentar progresivamente cambios naturales, sino que también cambios
impuestos. Las mudanzas son situaciones clave dentro de su historial. Frecuentes
cambios de vecindarios, que implica cambio de escuela, cambio de amigos e
incluso cambio de familias. Es partir de esta premisa que se va construyendo su
formación tanto personal como emocional. Mason irá madurando en base a su
situación, es decir, a su vivencia bajo la lumbre de un divorcio, a las
relaciones amorosas temporales de su madre, las visitas circunstanciales de su
padre, a la sintonía de los estilos de vida de cada uno de ellos, dispares
aunque igualmente conflictivas. Linklater va atendiendo a las reacciones
precoces en un niño con el fin de manifestar el cambio personal o la reacción
que irá encumbrando al pasar de los años.
Boyhood es también esa memoria del aspecto físico cambiante. A diferencia de lo
que resultaron películas como Cinema
Paradiso (1988) o Forrest Gump (1992), filmes donde también el tiempo marca
etapas, Linklater promueve un cine menos maquillado y más sintomático. Es así
como Mason mudará de estilos, vestimentas, cortes de cabello (incluyendo los
incidentales), rutinas, posturas y semblantes. Todo aquí marca un momento, una
asimilación de lo pretérito. Son “los distintos rostros de Mason”. El niño
activo de un día será luego el adolescente cohibido y encorvado. ¿Es la moda
juvenil o el síntoma de sus propias vivencias? Tal vez un poco del primero y
mucho del segundo. Linklater es consciente de que sus personajes cambian
externamente, más no internamente. Existe una madurez de por medio, más no una
renovación del carácter esencial. El último Mason que veamos tal vez sea más sociable
y maduro, más en su inconsciente siguen siendo frecuentes esos temores
heredados, dudas o miedos que se revelaron a manera de puntos de inflexión en
su vida.
Los personajes de
Linklater son como una especie de palimpsestos caminantes. En su rostro e
integridad se reflejan las antiguas huellas de su pasado, aquellas que
inevitablemente se manifestarán a futuro. El último Mason, al igual que la
manada de adolescentes de Dazed and
confused (1993), es reflexivo frente al presente, por lo tanto, medroso de
un futuro incierto o no convenido. ¿Es que acaso ese cuestionamiento no es
similar a la pregunta sobre la existencia de los duendes? En Boyhood el tiempo pasa pero los
personajes no dejan de ser los mismos. Muy claro está en el ejemplo del padre
poniéndose al hombro una nueva responsabilidad, pero que a pesar no carga por
sí mismo sencillo alguno en su billetera. Similar caso sucede en la madre que
ni sus investiduras académicas han logrado darle equilibrio emocional a su
vida. Los padres mudan de casa o de auto, se dejan crecer el cabello o el
bigote, más parece que sus moduladores de vida son inmutables. Es simplemente
la rutina o el contexto el que cambia.
En referencia a esto
último, Boyhood no precisa
representar una historia sobre unos padres que nunca terminan por madurar. Todo
lo contrario. Así como el pasar del tiempo, la renovación y la madurez son
inevitables y consecuentes. Habrá un momento de la trama en que los padres de
Mason crearán un consenso en lugar de una afrenta. Es el gesto de madurez interpretado
como una etapa asimilada y que además ha provocado nuevas formas de
comportamiento. Ahora, tampoco implica la absolución total. Es así como el
padre de Mason nunca abandonará la idea de que su divorcio fue fruto de una
incomprensión de parte de su cónyuge. Una bondad en el cine de Linklater es que
sus personajes no anhelan cambios radicales. Sus protagonistas son imperfectos
y reales. Son indecisos e inconformes. Muchos no aspiran a metas o simplemente
se resisten a la cotidianidad. Las películas de Linklater en su mayoría no promueven
happy endings. Boyhood, al igual que otros de sus filmes, tiene un final abierto.
Esto al parecer fruto de esa incertidumbre que invade su trama. Nada parece
estar resuelto en esta historia.
Otra de las bondades
en Boyhood es su recurso sobre lo
efímero. La vida de Mason, así como se dilata, tiene esa sensación de desarrollarse
casi fugaz. Su niñez pareciera larga y a la vez corta. De la misma manera
sucede con los hechos. Lo que en un inicio parecía crucial en una etapa de su
vida, más adelante solo será una marca más en su historia. Qué fue de su primer
amigo de la infancia a quien apenas solo conocimos unos minutos; esos hermanos
políticos de quienes tampoco pudo despedirse; ese primer amor, quién en
realidad fue. Boyhood en vista
general es el diario de las vivencias perdidas y arrebatadas, la vida
transcrita en muchos apuntes, alguno de estos extraviados. Linklater al
dialogar con el pasado, dialoga también con la nostalgia y la melancolía. Una
reflexión implica madurez en el joven pero pesar en el más adulto. Por último, Boyhood es también la memoria fílmica
del mismo Richard Linklater, una que prueba la madurez del director. Luego de
muchas acciones en la vida de Mason, Linklater finalmente pone a caminar a su
protagonista, es decir, lo coloca en una especie de “diván andante” hasta
postrarlo frente a un ocaso. Es el fin del primer acto. Una etapa cierra y otra
nueva se abre en la inconclusa vida de Mason.