La reciente película
de Todd Haynes rebela un derrotero legal que podría ser comparado a la odisea
que esbozó Steven Soderbergh en Erin
Brockovich (2000). Ambas películas retratan historias de una comunidad
expuesta a una crisis sanitaria dado los actos de una vil corporación y, en
consecuencia, una persona se compromete a revelar dicho perjuicio, el cual, a
medida de su sondeo, va ampliando la responsabilidad de la entidad. Es decir;
el relato de David y Goliat son emulados, solo que sin cuotas románticas o de
fe, sino con una mirada crítica que responden al panorama social, político y
económico de una nación. Pueda que se obtengan resultados optimistas en este
pesquisa, sin embargo, se manifiesta mucho pesimismo en el camino. Al margen de
los resultados, sendas películas dejan en claro que el poder de las industrias
define las fronteras de la desigualdad, y eso se refleja en el terreno
judicial.
Rob Bilott (Mark
Ruffalo) es el protagonista de la historia, un abogado que pasa de protector a
denunciante de la compañía DuPont. Este personaje no tendrá el carisma de Erin
Brockovich, pero sí el conocimiento de la materia, algo que la defensora
ambientalista tuvo que aprender en el proceder. Ahora, esto deriva a un mayor grado
de responsabilidad frente al caso en cuestión. Dark Waters (2019) parece esforzarse en trazar una lucha en
solitario. Mientras que Brockovich tenía a su costado a un ambicioso abogado,
Bilott poco a poco va perdiendo el respaldo de su sostén laboral y personal. Aprovechando
esta situación, Haynes atiende al vaivén emocional que sufre su protagonista en
el transcurso de la penalidad; su tránsito del escepticismo a la revelación, su
investigación bajo un ritmo escueto y luego demencial, los momentos de aliento,
de incertidumbre y desesperanza. El drama no solo retrata a un país y una
justicia interpuesta por los intereses de una corporación, sino que también
trata sobre el drama de un hombre anímicamente extenuado, aunque constante en
su propósito.