Publico para Bitácora de El Hablador un artículo sobre memoria peruana desde una percepción digital a propósito de mi visión a El betamax de Genaro, largometraje que tiene emisión libre en YouTube.
“Un resumen de mi vida
comenzó a pasar frente a mis ojos”, es de las frases más citadas por aquellos
que por un instante acariciaron la muerte. “¿Y qué viste?”. La mayoría
respondería que los momentos más importantes de su existencia. “Era como ver
una película sobre mí mismo conformada únicamente por las mejores secuencias”.
Pienso, entonces, qué veré yo en mi lecho de muerte. De seguro también serán
las mejores secuencias de mi vida, pero, ¿cuántas de estas serán sobre mi
propia vida? Me explico. Soy hombre de cine. Veo películas a toda hora, en
horario de trabajo, en matiné y a deshoras. Las veo en cualquier momento,
incluyendo las situaciones más absurdas. Muchos de mis sentimientos, desde los
más apasionados hasta los más vergonzosos, los he vivido a través del cine.
Dicho esto, ¿cuánto de ficción tendrá esa última película que veré antes de dar
mi último respiro? Agrego, ¿cuántos de mi generación verán más ficción que
realidad en su conteo final? Ten por seguro que en nuestras grabaciones personales
veremos algo o mucho de ficción. Qué esperabas. Fuimos criados frente a una
pantalla. Algunos verán escenas de películas, otros un desfile de fotos trucadas
por filtros de Instagram. Aceptémoslo, gran parte de nuestra memoria es una
ficción.
No hay razón para
avergonzarnos. Seguimos siendo humanos con sentimientos y razonamientos. Nos
apegamos a la ficción, pero no hemos anulado (del todo) nuestro conducto
humanista. El cine y las redes sociales no son más que un síntoma de una nueva
forma de consumo y aprendizaje de las cosas. Nos aburrimos de tanta
tradicionalidad. No lo olvides; en estos momentos, profesores dictan clases
online usando memes. Yo, por ejemplo, proyectos escenas de la saga zombie de
George A. Romero para comentar en torno a la sociedad mundial de los 70 reaccionando
frente al consumismo galopante. Es bajo esa lógica que no me parece en lo
absoluto descabellada la propuesta de impartir algo de historia del Perú a
partir de un collage de filo satírico, amenizado por texturas de la imagen, la
degradación del sonido original y continuamente sometida a una sobreimpresión de
fotogramas que los pioneros del cine usaron para fabricar magia a lo Georges
Mélies o para crear poesía en la imagen desde lo experimental a lo Jean Epstein
(siempre los franceses). Es lo que veo en El
betamax de Genaro (2020), de Miguel Villalobos. Su digestión no se reduce
al trolleo cibernético dirigido a
tantas personalidades infames que han pervertido nuestro país a puertas del
nuevo milenio.
En una época en que hemos
perdido la fe ante el gesto conservador, el chiste frente a un tema serio o la
formalidad del documental convertida en pieza del YouTube Poop pueden asumirse como actos de transgresión comprometidos
a reformular los modos de discursos sin extraviar el enfoque esencial, sea académico,
periodístico, social, etc. Siguiendo esa línea, El betamax de Genaro está compuesto por retazos televisivos y, en
menor grado, de cine, en general, producidos entre el primer y el segundo
gobierno de Alan García. En el largometraje reconocemos los rostros, escenarios
y situaciones más extravagantes y humillantes de la política peruana. Las
reuniones en la oficina del SIN, el “no” rotundo de PPK, el autogolpe
fujimorista, Mercedes Aráoz, José Barba Caballero, Luciana León; no hay orden
cronológico para la depravación. A estas escenas, se intercalan las de los
programas cómicos y de entretenimiento más emblemáticos de ese largo período. Una
dialéctica esperpéntica, aunque coherente, se establece entre estos dos
escenarios. A esta mezcla, se suma un (d)efecto visual y sonoro. Toda la recopilación,
salvo por breves secuencias, ha sido trucada o distorsionada. Es decir; es el found footage alterado, y no a un grado
mínimo como sucede en la fílmica de Yervant Gianikian y Angela Ricci –rescatistas
de valiosísimas fuentes visuales que van desde peregrinajes colonialistas hasta
los siniestros durante la Primera Guerra Mundial–, sino a un nivel que deja en
total evidencia la deformación del producto original.
La deformación del
metraje entendida como un gesto de oposición o de blasfemar los acontecimientos
históricos en cuestión. Es criticar, ironizar, repudiar dichas fuentes
históricas, o también interpretadas como la memoria del ciudadano promedio,
sujeto que le tocó convivir con el montaje político y televisivo. ¿Qué pensamos
pues cuando nos consultan sobre el gobierno de Alberto Fujimori?
Automáticamente, a nuestra mente llegan las imágenes de Vladimiro Montesinos
repartiendo dinero a diestra y siniestra a distinguidos miserables. Nuestros
recuerdos del país son las imágenes que en un momento se proyectaron en un
televisor o en un cine. Nuestra memoria está hecha de registros digitales.
Citando a Gen Hi8 (2017), de Miguel
Miyahira, una de las más notables películas que haya engendrado el reciente
cine peruano; nuestra memoria es la pantalla de un televisor que reproduce una
grabación en donde nosotros hemos sido personajes que han actuado bajo la
percepción de una realidad selectiva. Hemos sido los que nos han hecho ver o
consumir. Hemos sido adiestrados desde la señal abierta a ser inconscientes.
Muchos de los nuestros fueron convertidos en cómplices de segunda, testigos de
la infamia. Cuánta inocencia rota, cuánta nostalgia ultrajada provocará el
visionamiento de El betamax de Genaro.
Me acordé de mi infancia. Fueron tiempos de fantasía, pero también de mucha
ignorancia.