Con esta nueva
película, los hermanos Ben y Joshua Safdie parecen ir afirmando un estilo
particular en su filmografía. Así como en Good
Time (2017), en su último filme el ritmo con que se desarrolla la trama es
galopante e imparable, al punto incluso de que no cede a su protagonista más
que un par de respiros. ¿Simple momento de tregua o acaso una argucia para
crear una falsa expectativa de que la situación de su personaje no es tan mala después
de todo? Diamantes en bruto (2019)
sigue los pasos de Howard (Adam Sandler), propietario de una joyería, una
lujosa casa ubicada en una acaudalada zona en New York, además de un departamento
en el corazón de esa misma ciudad. Su vida pintaría de maravillas de no ser por
una serie de errores inspirados por su instinto. De inmediato, nos enteramos de
un lío por deudas que el hombre se ha ganado. Básicamente, la película es él
jugando sus cartas, ganando y, nuevamente, retornando al punto de inicio.
Los Safdie crean a un
personaje fascinante. Tiene ese carisma que me recuerda a alguno de los
perdedores del universo Scorsese. Tiene una mezcla de simpatía, lengua larga (tirando
para pleitista) y que lo hecha a perder en grande cuando no debe. Ahí está el
Robert De Niro de Mean Streets (1973)
o el entrañable Morris de Goodfellas (1990).
Howard parece ser cría de esa logia. Su primera aparición es él en una camilla.
Es un estado de fragilidad que luego se diluye con su personalidad fresca,
espontánea, cortés a su estilo, parece un jefe de jefes, pero luego lo ponen “en
su lugar” de una. A eso se reduce el
derrotero de este personaje: todo va sobre ruedas, pero aparecen los peros.
Howard es un fabricante de “peros”, movimientos imprevistos que son el espíritu
del drama. Todo triunfo leve o grande que le sobreviene a este hombre es fugaz.
Es un individuo codicioso al nivel de un corredor de bolsa. Howard es un
apostador empedernido, y su vida, en efecto, es un juego, siempre pendiente a
su suerte o al azar.
Ahora, lo curioso es que
hay algo en su seguridad, en esa actitud que nada tiene que ver con los conceptos
de un emprendedor o fanático del karma, que nos hace creer que está a salvo. Exceptuando
por una escena, Howard es inquebrantable para los momentos críticos. Lo acosan,
lo amenazan, lo golpean, lo humillan, y, a pesar, no observamos a un personaje
víctima de la frustración, la ansiedad o el pánico. Es tan seguro de sí. O, sometidos
a la lógica del filme, es como si ese diamante en bruto que adquirió de un
lugar remoto tuviese una magia, esa que imagina ver el basquetbolista Kevin
Garnett, interpretándose a sí mismo. La suerte no le da la espalda a Howard y,
tal parece, él cree eso. No hay mucha diferencia entre el joyero y el atleta.
Ambos son apostadores, suman puntos y luego lo cambian por más, lo arriesgan y
sin calcular las consecuencias. El estilo de vida de los dos es vertiginoso,
sometidos a un cronómetro que no se detiene, y deben de hacer lo suyo para
seguir estando dentro del juego. Diamantes
en bruto (2019) confirma a los Safdie como directores a seguir, y Adam
Sandler tiene la mejor actuación de su carrera porque hace lo que no pudo hacer
en gran medida en Punch Drunk Love (2002),
dejar de ser Adam Sandler.