¿Por qué no un filme
de robots puede sostenerse de una historia sensata, visualmente pretenciosa,
pero que no deje de tener al menos un mínimo de respeto hacia un espectador que
quiere ver algo más que explosiones y golpizas entre gigantes metálicos? Pacific rim (2013), de Guillermo del
Toro, es un filme que a pesar de recurrir a una serie de elementos que asisten
al cliché argumental o a la explosión visualmente espectacular del cine más
comercial, resulta ser gratificante, al menos en comparación a la lista de los
estrenos más esperados de este año, incluyendo en ella filmes como Star Trek: En la oscuridad o El Hombre de Acero. Del Toro realiza una
película que no pretende fundar un relato complejo u oscuro, con personajes
atormentados por conflictos internos, intentando calar lo más profundo del
inconsciente, esto a pesar que el mismo filme sugiere que se hable sobre dicho
plano mental.
Pacific rim parece irse por lo seguro. Citar dramas o nudos de acción
que no desbaraten su línea argumental. Lo que ocurre aquí tiene cordura, se
libra de absurdos y no dispone consecuencias o algún desenlace irreal. El filme
cierra el círculo, no hay final abierto, no se necesitó de algún deus ex machina o efecto sorpresa, los
que mueren tienen que morir y los que viven se salvan. Del Toro no da lugar a
que el espectador cuestione las conclusiones. La lógica es clara y puntual. Lo
que se representado es la eterna confrontación entre la humanidad y seres de
otro mundo. Se asoman así reptiles gigantes, destructores que han dejado
ciudades en ruinas. La respuesta ofensiva es la tecnología robótica, esta
manejada por la conexión neuronal entre las máquinas y soldados de élite,
guerreros con un perfil rockstar, es
decir, que obedecen al estereotipo de los héroes actuales, incluyendo sus
propios dramas o conflictos que no pasan a ser centro de atención.
Lo curioso dentro de
toda esta historia son sus citados puntuales a la cultura asiática, desde sus
arquetipos clásicos hasta los más actuales. Pacific
rim hace guiño a la bestia Godzilla en
la imagen de sus monstruos acorazados de escamas, de semblantes mitológicos,
simulando ser producto de algún experimento fallido, cosa que no es. Está
también la asimilación al drama universal sobre la familia escindida. La
Segunda Guerra Mundial tuvo como consecuencia el origen de millones de familias
huérfanas de hijos o padres, testigos oculares de dichas desgracias. El lazo
familiar en la cultura asiática es de por sí tema sagrado. Los personajes del
filme asumen dichos tormentos, testigos directores de la muerte de sus seres
queridos en medio de la destrucción masiva. Está el tema de la venganza en el
personaje de Rinko Kikuchi, que en la gesta samurái se trasluce a la temática
del honor, en este caso, al de los seres queridos perdidos. Lo que se percibe
también es una alegoría al género anime,
sobre el mundo post-apocalíptico, la nueva revolución tecnológica, las fuerzas
especiales que intentarán revertir el caos.
Los “Jaegers” son los
héroes de esta historia. Estos son representantes de naciones ajenas, cada uno fijado
en sus propias costumbres, muy pronunciadas y distintas al de los otros. Esto
se percibe también en el anime, esa
necesidad por crear grupos distanciados entre sí, como los luchadores de dojos vecinos usando diferentes técnicas
de pelea o hasta incluso jugadores de fútbol que poseen sus propias estrellas y
estrategias de juego. Hay además una adopción por la fascinación al género noir, sobre el mundo de los bajos fondos
o la mafia, como en el que se observa en la pandilla de Ron Perlman, un jefe de
contrabando en medio de arquitecturas futuristas. En efecto, lo mejor de Pacific rim es esto, y que en vista
general sería su adaptación visualmente atractiva, tanto en la lucha entre
titanes mamíferos y de metal (hay un buen tratamiento catárquico en estas
peleas) como en la creación de metrópolis inspiradas en las estructuras
edificadas por películas como Blade
Runner (1982) o El quinto elemento
(1997).