Alfonso Cuarón con Hijos del hombre (2006) se convirtió
en un director de importancia. El cuadro apocalíptico de un mundo donde la
concepción se convirtió en historia y la juventud en emblema, se dilataba a una
tragedia de coyuntura y de peso ideológico. Era un Reino Unido víctima de un
“apartheid”, grupos rebeldes incubando entre la pobreza y la guerra campal.
Toda una nación fiscalizada, perseguida, algunos viviendo en la clandestinidad.
Tanto el arte como la cultura, desplomadas y no reclamadas, habitando en
lugares anónimos, castillos o arquitecturas innovadoras que se contrastaban a
primera vista con una ciudad derruida. En paralelo al discurso, Hijos del hombre es también valioso
como filme visual y estético. Cuarón en más de una escena promueve una serie de
planos secuencia al ritmo de los picos de acción que va motivando en su
historia. Es por eso es una de las mejores películas de la década pasada.
Gravedad (2013), a primera mano, es una de las pocas películas en Hollywood que
mejor explota el 3D. Junto con Avatar
(2009), Hugo (2011) y La vida de Pi (2012), el último filme
de Cuarón crea ilusión en lugar de decepción, tal como provoca el resto de
películas que se han ido propalando durante los últimos años. Si bien es en solo
ciertas escenas donde esta tecnología logra altos grados de “dimensión”, esta se
desarrolla al margen de los efectos dramáticos que van jugando dentro de la
historia. Es preciso tomar en cuenta que gran parte del filme se localiza en el
espacio exterior, lugar que tiene como único paisaje los halos del globo
terráqueo o la nada. Es por eso que son en los momentos de coalición metálica cuando
los efectos gráficos se esmeran en crear la simulación óptica, instantes en que
la profundidad dimensional está sobreexpuesta, desde pequeñas partículas a
grandes escombros que sobrevuelan sin más destino que el de la fuerza de choque
y la gravitacional, y es en efecto tales escenas los momentos hitos de la
película.
Gravedad es una cadena de eventos de tensión. El filme sigue una estructura que
deja por lo menos en dos ocasiones brecha para una pausa emocional, siendo una
de ellas su primera secuencia, mientras que la segunda una que simula un punto
álgido en la misión de la astronauta novata Ryan (Sandra Bullock). Cuarón nos
introduce a esta aventura espacial con un primer plano secuencia. Es el
reconocimiento al entorno, el espacio como contexto bucólico, un escenario
idílico, casi lúdico e inofensivo, en donde las cuerdas o propulsores te
mantienen al borde de la estación u hogar provisorio. No hay forma que puedas
temer a lo pasivo. Este plano secuencia es además el rápido repaso al escaso
elenco que va reparando o jugueteando entre la nada. Es un promedio de 15
minutos los que Cuarón se toma para engendrar su primera tensión, curiosamente,
tal vez la escena más dramática en todo el filme. De pronto el tránsito intempestivo,
del acompañamiento grupal a la soledad, es un golpe mortífero. Sensación que
por ejemplo también se sintió en Lo imposible (2012) luego de cómo una mujer tragada por un maretazo se percata
de su cruda soledad luego que hace instantes estaba en plena intimidad
familiar/social.
Son de hecho el
vértigo, el pánico y la ansiedad, tres motores esenciales dentro de esta
película. Hay una necesidad por explotar ese lado baldío del espacio exterior.
Cuarón se habrá preguntado: ¿de qué manera podríamos sacarle provecho a esto?
Lo curioso es su inclinación a crear una suerte de encierro dentro de un lugar
tan amplio. Una celda o una prisión no son más o menos perturbadoras
dependiendo sus dimensiones. Basta que en ella no se encuentre lo necesario
para sobrevivir “humanamente” (desde el aire que respiras hasta la misma
comunicación humana), ya existe una fisura que da paso al colapso o a la
desesperación. Ahora, existe además una necesidad de darle un significado
subjetivo a este contexto. Así como lo desarrolla en Y tu mamá también (2001), road
movie sobre la amistad y la experimentación sexual-erótica, Cuarón no se
enfrasca en las travesuras de un par de adolescentes y una mujer madura, sino,
sutilmente, promueve un discurso social crítico frente al imaginario mexicano,
desde prejuicios que vienen arrastrando por décadas atrás, hasta eventos más
actuales.
El drama en Gravedad comienza a tomar un nuevo
sentido con el drama terrenal de la doctora Ryan. La intención aquí de Cuarón
es menos sutil que en Y tu mamá también.
El viaje al espacio –que es lugar fundacional de la vida a través de un
Bing-Bang ocurrido hace millones de años– como lugar de retiro de una mujer con
una esperanza frágil producto de un evento fatídico. Desde entonces Ryan es una
zombie, un cuerpo varado en el “limbo”, lo que para Dante y el catolicismo era
el espacio donde se hallan aquellos que conocieron la muerte sin ser
bautizados, en su mayoría menores o adultos que nunca “aprendieron a rezar”,
como el caso de la astronauta. Su desencuentro en el espacio será así una
suerte de retorno a la vida. En un punto de la Vía Láctea, Ryan luchará por su
vida en distintas formas, sea por golpe de suerte o a través de sus mismas
aptitudes. Este es un breve boceto a lo que Darwin se refería en su selección
natural, sobre cómo los aptos –los que se aclimataron de la mejor forma, por
ejemplo, a la etapa glacial– son los sobrevivientes.
Ryan lucha contra la
gravedad, la falta de oxígeno, el frío congelante de una cabina satelital. Una
y otra vez vence las adversidades, por instinto y por adopción a lo que le
dejaron sus predecesores. Las etapas de tensión o peligro se cierran con
evocaciones sobre la concepción. El primer ingreso de Ryan desde su naufragio
en el espacio a un punto seguro, es una alusión a la posición fetal, maniobra
como gesto que la salvaguarda en toda esperanza de vida. Cuarón dramatiza lo
que Darren Aronofsky representa en el cierre de Réquiem por un sueño (2000), momento en que sus personajes, todos
trágicamente desesperanzados, no les queda más que retornar a la semilla o a lo
puramente inocente, libre de peligros o realidades, fantasías o recuerdos. Gravedad, contrario al filme de Aronofsky,
finaliza con optimismo. Es la alegoría al recién nacido, casi desnudo, empapado
de una matriz acuosa, esforzándose por mantenerse en pie, apenas liberado de
este cordón (umbilical) que en el espacio era el único nexo que la mantuvo con
vida.