La primera impresión
que me dispuso Drive (2011) estuvo
sujeta a un valor nostálgico, una sensación que de seguro poco o nadie ha
compartido de la misma manera. No hace mucho había revisitado un filme muy
conocido hace algunas décadas atrás; Maniquí
(1987), filme que por cierto es trivial, ridículo y estereotipado. Una de esas
películas teens que para los años
subsiguientes de su estreno todo el mundo debería haber olvidado. Muy a pesar,
luego de volver a verla –hace mucho tiempo durante mi infancia ya la había
visto sin tomarla importancia –despertó un sentimiento que iba más allá del
valor fílmico, estético o crítico que normalmente se observa en una trama empleada.
Esta película de torpe historia me había transportado a un mundo ajeno pero
familiar. Era el viaje al pasado sin máquina del tiempo, la transportación a la
vestimenta estrafalaria, el comportamiento excéntrico y las tonadas ochenteras
que ningún cine de autor o película experimental hoy en día puede ofrecerme.
Algo similar me sucedió a los primeros minutos de Drive.
Nicolas Winding Refn
es un director danés que desde la década de los noventa se ha dedicado a
realizar una filmografía que hurga la temática criminal, delincuencial,
carcelaria, siendo el perfil de la violencia su más preciada obsesión. Su
trilogía Pusher y Bronson (2008) son sus filmes más
conocidos, y Drive sigue la senda
temática de estos mismos. La historia de esta es sobre un sujeto “sin nombre”,
es el anónimo encarnado por Ryan Gosling, de rostro petrificado, gestos
redundantes y muy limitados. De su presente se conoce, pero de su pasado nada
se sabe. Existe una doble vida en este personaje. Es mecánico y actúa como
doble en filmes de baja monta, pero además hace óptimos servicios como
conductor para robos y fugas. El personaje de Gosling se acerca al perfil del
cowboy de John Wayne o Clint Eastwood, al grupo de los buscados por la ley, los
estigmatizados por la sociedad. Es un cercano a la personalidad de Alain Delon
en El samurái (1967) o al carácter
introvertido de Charles Bronson en películas como El vengador anónimo (1974). Pero es tan solo un parecido a estos
mencionados, pues existe una evidencia que lo diferencia de aquellos.
Retornando a mi
primera semblanza sobre el sentido nostálgico. El inicio de Drive, además de la perpetración de una
fuga que es –y no es –frenética, es la ambientación a un espacio sórdido. Es el
crepúsculo alumbrado por las luces de neón, una fotografía que revitaliza a la
luz artificial, el fondo musical en un estilo psicodélico-new wave. Drive hace un
recorrido aéreo a la ciudad de Los Ángeles en medio de la noche, con luces destellantes
y letras de color magenta que grafican tanto a los créditos como el título de
esta película. La película de Winding Refn es un retrato basado en lo que
fueron las películas estadounidenses en la época de los 80’s, específicamente las
de género de acción, aquellas que en ocasiones fructuosamente intentaban
retratar esa imagen urbana que Taxi driver
(1976), de Martin Scorsese, reflejaba; las calles plagadas de mafias y otras
artes del delinquir. Posible o cierta esta evidencia, a medida que Drive avanza, es más el acercamiento o
las pruebas las que sugieren que el director está influenciado en el estilo de
esta época.
De haberse estrenado
este film en los 80’s, o incluso durante los 90’s, es posible que hubiera
pasado desapercibido. Drive se
sostiene de una trama usual, una que incluso es correspondiente a una liga de
filmes de serie B. La historia de Winding Refn es la de un sujeto solitario que
ha decidido proteger a una vecina suya y su hijo, luego que un grupo de
mafiosos ha comenzado a acecharlos. Ryan Gosling es además la personalidad de
“el duro”, apelativo que se merecieron un grupo de actores de temperamento rudo
que surgieron durante la época psicodélica. Gosling es más cercano al rol de
Jean-Claude Van Damme, Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, sujetos que
heredaron la pasividad y la violencia reprimida de Eastwood y compañía, mas
fueron cercanos a una sensibilidad más accesible. Los “duros”, a diferencia de
los clásicos, no dudan en relacionarse con la chica del filme o no se retraen
al momento de hacerse un amigo en el camino, algo que nunca habría aceptado la
personalidad huraña de John Wayne.
Gosling es de
comportamiento recio, sin embargo, una mueca interpretada como una sonrisa
delata su sensibilidad, una que se desfoga acariciando la cabeza de un niño,
que disfruta con la compañía de una mujer y que no vacila cuando se trata de
proteger a aquellos con quien se ha encariñado; algo que solo los cowboys
realizaban bajo un precio monetario o por razones personales. Nicolas Winding
Refn, dentro de lo mencionado, guarda un plus valioso para este personaje, uno
que lo divide tanto de los más antiguos como de los antiguos personajes
citados. Drive es un filme de alta
tensión, no solo por la persecución de autos o el enfrentamiento clásico entre
una sola persona versus toda una mafia. Ryan Gosling tiene una ventaja, una que
a su vez se convierte en desventaja. El conductor tendrá el carácter del típico
“duro”, sin embargo, no posee sus utensilios, ni mucho menos el físico. Winding
Refn crea a un personaje digno de ser subestimado. Un tipo sin armas y con una
musculatura promedio que en apariencia tiene las de perder frente al ataque de
un tiroteo o la golpiza de un individuo que le dobla en porte. Gosling es
fascinante cuando pasa de la calma a un estado de alteración. El actor posee una
mirada intimidante, así como una voz que afrenta y te deja perplejo, tal como
ocurre durante una escena en una fuente de soda, escena que no es fundamental
dentro de la historia, pero que sí lo es para la creación del personaje.
A diferencia del
formato usual de las películas de género de acción, Drive prefiere conducir hacia el retrato de sus personajes, así como
por el marco argumental de estos. No hay una necesidad por la aglomeración de
tiroteos o matanzas grupales. Lo que sí sucede es el abuso de nerviosismo, uno
provocado por la calma del personaje, aquella que manifiesta a través de su
comportamiento voluble que cambia de manera instantánea y brusca, y el
especialmente desatado por el modus
operantis ejercido cada vez que actúa como conductor en fuga. El inicio de Drive es el tic tac del reloj que resuena advirtiendo cómo los cinco minutos de
espera se van reduciendo. Es el manejo del móvil de forma estratégica,
controlada. Parece no haber espacio para improvisar o arriesgar. Existe un
ambiente frenético, pero fiscalizado. Hay un frío calculamiento en el juego de
maniobras, comportamiento que, por cierto, transporta incluso cuando se
encuentra fuera del vehículo, como cuando debe enfrentar a la banda de Ron
Perlman y Albert Brooks. Estos actores se encuentran superados al interpretar
la figura de los mafiosos heredados por películas como Goodfellas (1990) o versiones de Quentin Tarantino.
En León peleador sin ley (1990), “el duro”
Jean-Claude Van Damme hace las de un protector de la familia de su hermano. Fue
la primera película que se me vino a la mente cuando asumí hacia dónde iba la
trama de Winding Refn, historia que también obedece a los estereotipos del
género de acción ochentero, sobre el padre ausente y recluido en prisión, este
de marca latina, así como el hijo de nombre Benicio que tiene como madre a la
figura enrubiecida de Carey Mulligan, quien también posee ese encanto monótono
de Gosling. Los jefes de mafias que van descubriendo que existe alguien más por
encima de ellos. Una escena fascinante es el aniquilamiento espeluznante hacia
uno de estos. Es el retrato de Michael Myers que parece nacer de entre las
espesas brumas, sediento de venganza –de igual forma –, de un andar mecánico, dispuesto a ultimar de manera
sádica, brutal y sangrienta; algo inaceptable para las mentes menos retorcidas
de los “duros”. Drive posee su propia
firma, una ambientación que simula a una temporada oscura, a un maniático
enmascarado que logra causar afecto por un heroísmo extraño y anónimo que
adopta de manera desinteresada, abstemio de reconocimientos, tanto monetarios
como afectivos; un “solitario” de los que muy poco vemos ahora en el cine.