En la China las vacas caen del cielo y en la Argentina los chinos al lado de la pista. Un cuento chino (2011) es la fábula del insólito encuentro entre dos personas de mundos diferentes, con idiomas, rasgos y comportamientos distintos, pero que comparten similares dramas, dolencias producto de la casualidad, de lo absurdamente real. Sebastián Borensztein dirige una comedia con tintes de drama, es decir, una película humana, donde el significado de lo humano a veces no se comprende o no se deja comprender siendo la mirada absurda la que prevalece antes que la mirada racional para poder comprender las razones de una humanidad absurda aunque racional.
Roberto (Ricardo Darín) es ermitaño, escueto, misántropo, impulsivo, coleccionista de recortes de historias insólitas y de adornos de vidrio, aferrado a una costumbre de acostarse a la misma hora, puntual, de comer la miga y dejar la coraza del pan, de averiguar cuántos clavos faltantes hay en la caja recién comprada para su ferretería; todo un personaje. Darín reencarna al típico solitario de “pocas pulgas” aunque con un sesgo de benevolencia, también apática, extraña e impenetrable. Roberto comparte su rutina insociable e iracunda con sus visitas semanales al cementerio, con las ofrendes que rinde a un cuadro de su madre, sus horas como coleccionista y el tímido intercambio de miradas que le provoca la presencia de Mari (Muriel Santa Ana) cada vez que lo visita, una mujer que vive enamorada del ermitaño aunque esta no sea correspondida. Darín es el actor de eternos ojos tristes y mirada nostálgica, en esta ocasión, comportándose como un tipo insoportable y territorial que tendrá que aguantar convivir bajo el mismo techo con una persona igual de “incomprendida”.
La llegada de Jun (Ignacio Huang), un inmigrante chino, al hogar de Rodrigo es equivalente al quiebre rutinario de un hombre que “vive de la rutina”, exiliado del mundo, callando un viejo rencor que no duda en dejar aflorar cada vez que sea necesario, ahora conviviendo con un extranjero, un extraño, obligándose a encerrar sus propios demonios y exponiéndose a la vida social. Un cuento chino trata sobre el hermetismo, sobre los que no quieren y los que no pueden hablar, los que enmudecen porque quieren o porque no saben del idioma. Borensztein habla también del recuerdo tormentoso y el exilio. Rodrigo y Jun coinciden por ser ambos víctimas de una desgracia afín, una personal y extraordinaria, aquella que ha marcado sus historias y los obligó a exiliarse, sea de su país o de su propia sociedad. Es a partir del lenguaje de las señas y las muecas que esta dupla absurda pero complementaria va construyendo mudamente un afecto lejano a la sensiblería, pero a fin de cuentas afecto.
Un cuento chino es lograda por la complejidad de sus personajes y el detallado comportamiento de ambos, en la escondida habilidad de Jun por el dibujo y en las mecánicas, metálicas y organizadas actividades de Rodrigo dentro de su ferretería. Junto al personaje de Espósito en El secreto de sus ojos (2009), Ricardo Darín hace su mejor papel interpretando a un personaje igual de enigmático y misterioso. Sebastián Borensztein muestra lo mejor de sí en sus planos, tomando el mejor ángulo de las situaciones o aparcando su cámara en lugares estratégicos. El cierre de esta historia es posiblemente lo más débil de la película, una despedida que no toma representatividad y un final abierto ya conocido.