The killing (1956) narra la historia de un robo que, si bien parece el
atraco perfecto, de pronto todo comienza a salir mal. Esa premisa es la que
plantea Quentin Tarantino en Reservoir
dogs (1992) y toma además como centro de atención. A diferencia de la
película de Stanley Kubrick, aquí la historia inicia con el robo perpetrado.
Incluso hasta el final, poco nos hemos enterado del mismo. Lo que prevalece en
el relato es cómo los implicados irán perdiendo el control luego de reunirse en
un mismo lugar. En Los ocho más odiados
(2015) nuevamente esta rúbrica se ve aplicada, solo que esta vez un robo no es
el motivador para un grupo de personajes. ¿Qué diferencia percibimos del
Tarantino de la ópera prima frente al Tarantino de su “promocionada” octava
película? No hay duda que lo más visible es su nivel de producción. Hoy en día
Tarantino es sinónimo de carta segura para la gran industria, lo que le permite
poder darse el lujo de crear una película de altos costos. Por lo resto,
Tarantino ha sido siempre fiel a su estilo hasta el día de hoy.
En adición, si algo ha
venido enriqueciéndose en el director son sus modos en cómo descubrir la
tensión. El cine de Tarantino es violento, o sea, prevalece de la tensión para
que la violencia sea consecuente. Pueda ser por eso que Django sin cadenas (2012) es por momentos desabrido por el propio
hecho de manifestarse una violencia injustificada y hasta pueril. Los ocho más odiados, sin embargo, revitaliza
ese poder de generar la tensión. La película en principio parece querer
asegurarse en dar forma y sentido a las personalidades de John Ruth (Kurt
Russell) y el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson). El conocer los
antecedentes de estos dos cazarrecompenzas es prioritario, como, por ejemplo, el
saber sobre las tensiones de la coyuntura de entonces. La Guerra Civil en EEUU recién
había terminado y en términos que en parte beneficiaba a los de la Unión y
obviamente disgustaban al bando de los Confederados. Son también las
justificantes del porqué Ruth decide llevar “viva” a una buscada prisionera. El
concepto que tiene este mismo sobre la ley y el castigo, tomará sentido para el
final de la película.
Por lo tanto, el largo
inicio y “sin balas” dentro de una diligencia, no solo servirá para
presentarnos a los personajes que viajan en esta. La prioridad aquí es
establecer el orden de la tensión y comprender los comportamientos de los
protagonistas que posteriormente serán puestos a prueba en una conocida fórmula
del director. Lo que le claro a Tarantino es que para dar rienda suelta a la
tensión –entendido como un preámbulo a la violencia–, es de carácter
obligatorio reunir a sus protagonistas en un mismo lugar, sea un depósito, una iglesia
en un desierto o un bar nazi. Es de absoluta importancia además que este sea un
lugar no público, y si lo es, los límites del recinto deben simular el
encierro, sea a través de sus ajustadas dimensiones o la poca concurrencia. Si
somos conscientes de eso, entonces sabremos que la llegada de los dos
cazarrecompensas a una posada en donde se aloja un grupo de desconocidos es el
lugar en donde correrá un río de sangre.
Los ocho más odiados, en efecto, logra dar aviso de la proximidad de su clímax
para cuando todos los personajes coinciden –algunos premeditadamente– en ese
espacio reducido. El primer y gran imprevisto se genera con la llegada de una
tormenta. Entonces los forasteros tendrán que hacer posada contra voluntad
hasta que el clima vuelva a la calma. Hasta entonces, y sin suponer lo que se
propone el director, ¿qué tenemos? Están un mayor negro que perteneció a la
Unión y un general de los Confederados veterano, además de un cazarrecompensas
resguardando celosamente a su presa de un grupo de desconocidos; todos bajo un
mismo techo. Pero hay más, pues de hecho la trama es más complicada. Se podría
decir que a medida se iba tejiendo una historia, otro grupo de personajes
estaba fabricando una propia, la misma que se narrará a su momento. Tarantino,
al margen de la tensión, gusta filtrar una historia alterna a modo de dar el
“tiro de gracia”. Caso similar, es el secreto de Mr. Orange en Reservoir dogs. En Los ocho más odiados está también esa otra historia que una parte
de los personajes ignora y que el director descubre al espectador para el
momento más adecuado.
Qué más se puede
valorar de una película como Los ocho más
odiados. La riqueza de sus personajes, desde los que tienen más
protagonismo como los que tienen menos. El cinismo del mayor Marquis Warren es
de hecho lo más atractivo del grupo. Es en su diálogo con el general
confederado, este interpretado por Bruce Dern, en donde se observa de lo que
está hecho. Ofreciendo en principio un plato de comida y luego regodeándose ante
el sufrimiento de su interlocutor. Warren es maquiavélico. A este le sigue la
prisionera Domergue, muy bien interpretado por Jennifer Jason Leigh. De las
pocas grandes actrices subvaloradas actualmente. Su personaje desmitifica el
género que representa, sin embargo, no cabe incluso denotarla como un personaje
masculinizado. Domergue es una de las villanas más buscadas, es perversa y
rastrera, y eso es lo que representa y nada más. Caso de la fotografía y
sobretodo la banda sonora, bien interpretados por colaboradores frecuentes de
Tarantino, Robert Richardson y Ennio Morricone. Si bien es la primera vez que Tarantino
trabaja junto al compositor italiano, las bandas sonoras de Morricone siempre
han sido citadas u omnipresentes en otras de sus películas.
Los ocho más odiados es de lejos mejor que Django
sin cadenas. A pesar de esto, ciertos asuntos no la convierten por sí sola
en un gran filme. Al igual que en otras
de sus películas, Tarantino estructura su relato mediante capítulos. Lo cierto
es que, a diferencia de Pulp fiction
(19949 o Kill Bill Vol. I (2003) en donde se aplica este
uso, en su último filme dicha estructura no resulta necesaria, incluso
tratándose de un extracto en donde el director decide emprender un flashback. En Los ocho más odiados no existe un héroe cumpliendo fases como
tampoco personajes desarrollando una historia desde su propia perspectiva. Por
otro lado, ese ingenio de Tarantino para los diálogos resulta menos elaborado,
y eso se percibe sobretodo en la secuencia dentro de la carroza, en donde el
diálogo toma cierta monotonía. El ser transcendental no necesariamente lo
convierte en una conversación atractiva. Quentin Tarantino filma además en
70mm, un formato propiamente paisajista, pero que se desenvuelve en gran parte
en interiores. Por último, el final de su historia, uno que está entre lo
complaciente hasta decepcionante. Es tal vez lo más cercano a un happy end a lo Tarantino.