Más allá de su
intención por registrar el cambio condicional que se ha generado en la sociedad
iraquí durante el antes y el después de la invasión militar de EEUU en el 2002,
el director Abbas Fahdel en su documental Homeland
(2015) va apuntando a detalles que en cierta forma siempre se permanecieron
perennes dentro del cotidiano. Luego de las casi seis horas de duración, una de
las conclusiones de este filme parece afirmar que Irak, incluso desde antes de
la invasión de las tropas militares de “Bush padre” durante la década de los 90,
ya estaba viviendo en calidad de una nación ocupada por extraños. Homeland, por encima de contemplar las
heridas reveladas en el “después”, no deja de revisitar el “antes”, etapa que
evoca además a un tiempo aún más pretérito, cuestión que los más grandes
recuerdan por memoria y que los más pequeños conocen por herencia. Pero vayamos
por partes.
Homeland, tal como lo indica el director a inicio del filme, será un acercamiento
a las vivencias de sus familiares y algunos conocidos de estos mismos. Una
primera parte abordará los meses antes de la invasión, mientras que una segunda
parte hará lo mismo en tiempo después de finalizada la guerra con la toma de
Bagdad, capital del país en cuestión. En el primer extracto conoceremos a la gran
familia de Fahdel, en su mayoría tíos y sobrinos. En ella veremos a una ciudad
preparándose para la guerra. Es decir, juntándose de provisiones, asegurando
con cintas sus ventanas, perforando la tierra en busca agua para los días de
sequía que anuncia traerá la invasión. Existe sin embargo un detalle curioso
durante todo este trámite. La ansiedad o la tensión son nulas durante esta
espera. Salvo por la alza de precios en el mercado, todo parece seguir su curso
normal. Se realizan bodas, los jóvenes salen a disfrutar de su juventud, los
niños juegan en las calles. Como si se tratase de un documental producido por
la Discovery, el filme despliega
costumbres. Es el diario de una parte del país.
Ya para el final de su
primer fragmento, el director junto a su sobrino deciden visitar las ruinas (hoy
convertidas en museo) de una zona bombardeada durante la primera invasión yankee en 1991. Los escombros están
intactos, las paredes desfiguradas y adornadas de tizne y fotos de víctimas
inocentes. Lo que más sorprendente de este cuadro es el sobrino, no mayor de
quince años, haciéndola de guía. Esto es un punto notable de la primera parte en
Homeland, en donde veremos además a
muchos otros niños, pero especialmente a este pequeño, quien parece el
protagonista más recurrente en todo el documental, el cual opina con lucidez
precoz sobre la situación por la que está pasando su país. Al cierre del primer
fragmento, el niño sumará a su currículum sus dotes de conocimiento histórico.
Su naturalidad para hablar sobre la guerra, las tragedias e historias de muerte
acaecidas en su nación, no es más que reflejo de esa rutina condenatoria con la
que Irak ha tenido que convivir por más de una década.
Para la segunda parte
de Homeland, Saddam Hussein ha sido
derrocado. EEUU ha establecido un gobierno provisional mientras da promesa a la
población se realizará unas próximas elecciones democráticas. Por un lado la
población está aliviada ante la caída del tirano. No más reverencias ni monumentos
a Hussein. No más desaparecidos políticos. No más burocracia desigual. Muy a
pesar, están los efectos de la invasión. Muchas ciudades están devastadas, los
apagones de luz son más recurrentes, la ración de comida ajusta, la policía está
inactiva y los robos y secuestros están a la orden del día, las familias se
protegen a sí mismas de las pandillas, mientras que los excesos de los
estadounidenses no dejan de hacer eco. La pobreza aquí termina siendo la mayor
víctima, y Abbas Fahdel la va registrando a medida que los pobladores hablan y
rememoran. Ni Hussein ni EEUU han generado tranquilidad. Los tiempos del
aceite, que son los tiempos antes del combustible, es la época añorada. Homeland es una visión antropológica a
Irak. Ni la primera ni la segunda parte reflejan una situación mejor que la
otra, y, lo que es lamentable, es que existe una percepción colectiva de este
fracaso.