Lo mejor del documental de Brett Morgen es su edición. El poder visual y auditivo ejercido por el combinado de referentes al ídolo musical es un bombardeo a todos los sentidos. Ahora, lo interesante es que el ritmo del montaje no se queda en el mero deseo de crear una portada plástica o excéntrica. Es según la duración de los cortes, la línea temática de las imágenes que se convocan o las técnicas visuales adoptadas —desde sobreimpresiones hasta un estilo Stan Brakhage— que se define y respalda un imaginario específico dentro de todo ese escenario llamado David Bowie. Y es que existe un Bowie en modo Ziggy Stardust, según una década o su lugar de residencia. Es por esa razón que la edición es más radical durante toda la década de los 70, una pauta que más bien se calma a su ingreso en los 80. En esta temporada el montaje es más convencional o menos retador a la sensibilidad del espectador. Entonces, lo que acabo de mencionar es básicamente lo que por entonces sucedía con la ruta creativa de Bowie. Moonage Daydream (2022) habla del artista británico a través de metrajes encontrados, fotografías, audio entrevistas, pinturas y el carácter de la edición. Este todo es el que define una cronología, modela los conceptos y encadena una diversidad de patrones proyectadas por un individuo que es el origen de un multiverso.
Ciertamente sería un tanto injusto e irreflexivo calificar a Bowie como un teórico contradiciendo su propia teoría. Es decir, su idea de eterno transgresor en algún momento lo hubiera encasillado a ese trono de la complacencia que tanto había evitado. Ese es el destino trágico y paradójico de los revolucionarios. Luego de alcanzar el podio no queda más que la estabilidad o lo equivalente a un descenso creativo según cualquier espíritu artístico. A eso suma el reconocimiento a un universo del que sí o sí su nave tenía que descender en algún momento. Los fans de Ziggy lo llamaron entonces otra víctima de la industria comercial. Mientras tanto, para Bowie era la expedición a un nuevo territorio que hasta ese momento no había pisado y, por tanto, le complacía experimentar. Bowie aprendió a correr cuando todavía no sabía caminar, así que entonces tuvo que aprender a caminar cuando ya sabía correr. Bowie nunca había dejado de ser un inconformista, otra cosa es que se sintió vacío en ese territorio que implicaba llevar una rutina adecuada a la demanda del planeta al que había llegado. Para comprender mejor las cosas, me pongo a pensar en The Man Who Fell to Earth (1976), debut actoral de Bowie en el cine. En esta película de Nicolas Roeg, el cantante interpreta a un extraterrestre que llega a la Tierra para hallar recursos que puedan salvar a su planeta originario. El hecho es que le gusta la vida de los humanos. Se conforma, se aliena, se olvida de su propósito. Es el inverso del ser espacial de The Day the Earth Stood Still (1951).