Una divergencia me suscita la última película de Clint Eastwood, ambivalencia de valoraciones que anteriormente me había gestado un filme como Gran Torino (2008). Ésta es una buena película, sin embargo, no podía pasar por alto diversas convenciones muy propio del cine del director. Su historia parecía una congregación de clichés, empezando por el personaje interpretado por Eastwood haciéndola de pistolero retirado. Estaba también esta caricatura de familia de asiáticos, el modo cómo se representaban las pandillas de la zona, los diálogos tan familiares que se oían tan naturales en el veterano actor y tan forzados por el elenco juvenil que, en serio, parecía haberse saltado una dirección de casting. Eso último era lo que, a mi vista, ponía en más desventaja a Gran Torino. Muy a pesar, había mucha humanidad en la dialéctica —sobre todo emotiva— que surgía entre esos dos mundos o generaciones distintas. Ese choque es lo que hoy en día la juventud llamaría como un crossover: el mundo de la vieja escuela y la novata en un mismo escenario. No solo porque es lo viejo y lo joven, sino también porque es la experiencia y la que aprende de esa misma. Pero insisto en lo dialéctico. Es una historia en donde el viejo también aprende del joven. La definición dramática me resulta un accesorio. Lo que vale de Gran Torino son las incidencias, esos pequeños desencuentros, entre cómicos y cálidos.
Cry Macho luce como el viejo rescatando al joven, pero hay más bien una mutua salvación. Dos generaciones interactúan y se reforman. Es un gesto humano tomando en cuenta que dicha iniciativa es puramente desinteresada. Estamos hablando de un filme moralista con mucho aprendizaje en el trayecto. Una road movie es una zona de conforte para Eastwood. La ruta y la convivencia provisoria se convierte en método que para que dos personas reconozcan sus valores y falencias a lo largo del camino. Definitivamente, el modo de instrucción del director es muy tradicional. Claro que eso no convierte a las películas de Eastwood en retratos cerrados con la coyuntura o intereses en tendencia. En La mula, ya veíamos a un abuelo cool que bailaba música urbana y reconocía con humor las libertades de expresión. Se repetía riéndose para sus afueras: “Puedo aceptarlo”. Es el equivalente a un político ganándose al elector juvenil; forzado dentro de tanto progresismo. En tanto, Cry Macho, desde su título, ya anuncia un nuevo intento por derrumbar poco a poco ese halo conservador de su cine. “El ser macho está sobrevalorado”; le dice al niño mitad yanque y mitad mexicano —una alianza malévola del patriarcado—. Y así camina esta película. El anciano y el adolescente “lloran” en el camino, ellos dejan de fingir una dureza impostada y se franquean con llevar una vida en compañía de alguien que los ame. Es eso. Hasta el gallo que deja de pelear se libra de esa representación de lo macho y su nombre deja de tener sentido.