miércoles, 26 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Érase una vez en Venezuela (Competencia Documental)

Un documental que hace un duro registro sobre la negligencia estatal en el país sudamericano. El protagonista de este filme es el pueblo de Congo Mirador, lugar que, según uno de sus habitantes, hace años fue poblado próspero, no en vano se ubica a unos kilómetros de las principales zonas de reserva de petróleo del país. El hecho es que nada de lo que describe el anciano se transcribe en el territorio ahogado por la sedimentación. Así inicia Érase una vez en Venezuela (2020). La directora Anabel Rodriguez desde un principio ya da sentido al título de su película. El pasado y el presente de este territorio expresan un contraste de realidades. Somos testigos de familias resistiéndose al éxodo. A pesar del panorama inhabitable producto de la precariedad sanitaria, un ánimo optimista se extiende en toda esta comunidad. La población ha migrado considerablemente, sin embargo, la vida sigue en el Congo. La pesca, los certámenes de belleza, la rutina en general sigue su marcha, así como las funciones de dos órganos, los cuales parecen dar sustento a la resistencia comunitaria.

La escuela y la administración de la comunidad, a cargo de la profesora Natalie y la líder chavista Tamara, respectivamente, son esos espacios que determinan el deseo del pueblo por salir adelante. Por mucho que las personas al mando de estos espacios tengan ideas políticas muy contrarias, las dos están de acuerdo que no quieren dejar morir a su amado Congo. Todo sea por Congo. Ambas, de alguna forma y a su manera, lidian contra las circunstancias para que las últimas familias de Congo no abandonen el lugar y a su vez este poblado no sea tragado por el efecto de la contaminación. Lo cierto es que la condena luce inminente. Érase una vez en Venezuela, luego del contraste entre el pasado y el presente, el de las posturas políticas que representan Natalie y Tamara, va descubriendo otros tantos más. Vemos jugar a niños en el lago y luego limpiándose las capas de petróleo que se les queda en los pies. Vemos a los pescadores haciendo la faena del día, pero también flotan los peces infectados por la contaminación de las aguas. Los días de Congo están contados.
Rodriguez parece crear una suerte de épica a propósito de la degradación progresiva de esta comunidad. Ciertas eventualidades internas nos han despistado de una muerte próxima. Mientras que el pueblo triunfaba frente a los sobornos del chavismo como estrategia para ganar votos electorales, mientras que Natalie confrontaba las observaciones insignificantes de una supervisora educativa del Estado o mientras que Tamara demandaba a las autoridades una draga para salvar a la comunidad de las aguas; Congo se estaba muriendo. De un momento a otro, el pueblo se vio infestado de plantas como telarañas en una casa abandonada. Los momentos más conmovedores de este documental sucede en la última media hora, para cuando el reloj del tiempo apretó el paso y la población se redujo al ritmo del mismo. Érase una vez en Venezuela representa un caso sobre cómo las normativas chavistas han perjudicado a ciertas comunidades venezolanas a partir de su difusión política de ejercicio improvisado y desinteresado. Una síntesis de esa conducta se manifiesta en dos reuniones. En la primera, Tamara, en calidad de funcionaria de Congo, se reúne con su comunidad. En la segunda, un funcionario provincial se reúne con Tamara, en calidad de representante de Congo. En sendos, los que comandan la reunión no dudan en contestar al celular a mitad de la tertulia.

24 Festival de Lima: El cuidado de los otros (Competencia Ficción)

Una película que crispa a causa de la ansiedad de su protagonista. La tranquilidad de Luisa (Sofía Gala) se ha comenzado a venir abajo desde que el pequeño a su cuidado ingresó a clínica luego de un descuido de su parte. El filme de Mariano González relata la historia de una enfrenta únicamente registrada desde un lado. Como si se tratara de alguna película de los hermanos Dardenne, la cámara se adhiere a la protagonista para registrar sus acciones, en gran parte, poco trascendentales, con el fin de atender a su vulnerabilidad emocional y a un hecho puntual. Es también un derrotero que estimula una alarma ética. ¿Es acaso un acto de negligencia o una cadena de ligeros infortunios el caso de Luisa? El relato no lo expresa, sin embargo, estamos seguros que la joven está bloqueada por un debate moral. No se sabe a ciencia cierta si la mujer reconoce los hechos como un acto de negligencia o algo fruto de la casualidad. Lo que sí es seguro es que Luisa asume la postura de los padres del niño afectado como un indicio de que su situación pasará a mayores.

González se las ingenia para restringir la presencia de los padres del menor. Este acto es el gran estimulante de la incertidumbre de la protagonista, quien no tiene idea a lo que está enfrentando. Ahora, además de ella, existe otra víctima, siendo su caso más conmovedor que el de la misma cuidadora. El cuidado de los otros (2019) presenta una capa más de complejidad con la presencia –en un segundo plano– de Miguel, novio de Luisa, interpretado por el mismo director, quien no solo se vio implicado en el incidente, sino que indirectamente fue el promotor del mismo. Lo curioso es que Miguel también cumplía una labor de “cuidador”, el de su novia. Es un gesto que lo ennoblece, tanto como su rutina de hombre correcto que el director descubre estratégicamente para provocar la compasión. Mariano González relata la historia de estos dos cuidadores correctos cargando una culpa que en términos específicos podrían liberarse de la misma, pero no es tan fácil cuando la otra parte no está emocionalmente preparada para evaluar la defensa de los acusados. En El cuidado de los otros vemos a personajes teniendo emociones en primer plano (Luisa), en segundo plano (Miguel) y fuera de campo (los padres).

24 Festival de Lima: Blanco de verano (Competencia Ficción)

Una película de fuerza actoral. A propósito de las secuencias iniciales, la historia del director Rodrigo Ruiz define un vínculo especial entre una madre y su hijo a partir del acercamiento físico que bien podría asociarse a un complejo de Edipo. Blanco de verano (2020) consta sobre el desajuste de esa sociedad a propósito de la introducción de un tercer personaje. Desde que su madre le presentó a su “amigo”, la actitud de Rodrigo (Adrián Ross) ha comenzado a expresar un lado hostil que expurga fuera de casa y que contiene dentro de ella. Lo que veremos en el transcurso, será el incremento de ese conflicto interno que hasta cierto punto no será capaz de reprimir. Esta película mexicana hace esquema de un menor viendo a su madre renovando una nueva alianza amorosa y que, en consecuencia, comienza a experimentar una etapa de celos, un estado alucinatorio y nocivo que su dócil mente fabrica y es incapaz de corregir por sí solo.


Blanco de verano, desde los ojos de este niño de doce años, es un conflicto provocado por un menage a trois, en donde su posición afectiva privilegiada ante su madre peligra debido a la presencia del hombre que, además de haber invadido su espacio íntimo, ha arrebatado –o al menos así lo asume el menor– el amor materno que le correspondía. Ahora, desde una vista general, el conflicto de esta película deviene de la negligencia de los adultos imposibilitados en promover una orientación adecuada en el niño. Rodrigo se desquita, se fuga, destroza lo que encuentra a su paso; en respuesta, los adultos le pegan un grito, lo consienten o, en el peor de los casos, lo amenazan –“¡Te vas a ir con tu padre!”–. Es decir, los grandes promueven una evasión o una reacción insidiosa al problema que está al mismo nivel de la inmadurez del más chico, personaje desorientado, pensativo, que aguarda a que le lean la mente o descifren sus actos.

24 Festival de Lima: Fico te devendo uma carta sobre o Brasil (Competencia Documental)

La búsqueda sobre el historial político del padre se convierte en un homenaje al compromiso de la abuela. La premisa del documental de Carol Benjamin es descubrir los detalles del proceso de tortura, encarcelamiento sin juicio y exilio forzado que su padre experimentó durante la dictadura en Brasil. Ante la negativa del mismo a participar del filme, la directora concientiza que todo lo que sabe sobre los antecedentes de su padre, se lo debe a Iramaya, su abuela materna, quien promovió una lucha para la liberación y amnistía de su hijo. En Fico te devendo uma carta sobre o Brasil (2019) nos enteramos de la “memoria” del padre construida a partir del testimonio de la abuela. Es decir, se habla del caso del preso político desde el punto de vista de un testigo cercano. Esto implica que involuntariamente se sabrá más de la abuela que del padre y que sabremos más de lo que pasaba al exterior de la cárcel que del interior de la misma.

En consecuencia, el documental revela una lucha independiente, el de la mujer que al desempeñar un rol de madre abnegada, dio por impulso una militancia en favor al derecho de amnistía que recayó en tantos otros que compartieron el caso de su hijo. Fico te devendo uma carta sobre o Brasil, más que un ejercicio de la memoria, es del reconocimiento. Una serie de cartas que Iramaya le enviaba a Marianne Eyre, una portavoz de la Amnistía Internacional, son prueba de un trabajo en conjunto por reclamar un acto de justicia. Ambas, curiosamente, son personas que sus acciones y resultados de las mismas no han tenido la conmemoración pública merecida, siendo sus actos degradados a un plano relegado. Carol Benjamin insinúa una postergación del género femenino dentro de estos escenarios y circunstancias, siendo prueba de ello las recientes declaraciones de su padre a ciertos medios al omitir la crucial labor de las mujeres. Su documental, en tanto, hace justicia por ello, al visibilizar a estas presencias a propósito de sus vocaciones.

24 Festival de Lima: La restauración (Competencia Ficción)

Aseguraría que al cine peruano comercial le haría bien esta línea de películas al no subestimar al espectador a propósito de su historia aparentemente original que además no carece de un trasfondo reflexivo, tanto social o ético, claro, sin ser aleccionador, sino sugerente, aunque sucede que no deja de incomodar que la ópera prima de Alonso Llosa esté poseído por una personalidad pesimista que la orienta a un discurso pasadista. La restauración (2020) tiene como protagonista a Tato (Paul Vega), que por mucho carisma que tenga es una paria social que comienza a difundir la idea que el Perú es al consumo de la cocaína y vocifera que todo está mal sin verse al espejo. Mucho de Tato me recuerda al resentimiento social que parte del cine peruano explotó durante la década de los noventa. Es decir, no estamos tratando con un mártir de la moralidad, sino con alguien que, además de estar engatusado al polvo y la desidia, descubre un perfil hipócrita al “vender” su alma a un bando que él mismo describía con desdén.

Lo cierto es que La restauración no presenta las evidencias de que estamos tratando con un personaje netamente miserable. O al menos eso es lo que trasmite la comedia y los otros personajes que le acompañan a emprender un montaje. Tato ha decidido hacer caso a unos inversionistas inmobiliarios y poner en venta la anticuada propiedad de su familia, una de las pocas que sobrevive en un distrito residencial que experimenta el boom inmobiliario en la capital limeña. El reto es hacerlo sin que la madre postrada se percate de la venta y posterior desalojo de su propia casa. El emprender este plan es para Tato un acto de egoísmo, mientras que para los fieles empleados del hogar de la señora es un acto de compasión. Dicho esto, algo nos dice que la presencia de estos nobles personajes hará frente a la amoralidad que extiende el hijo cincuentón. Es decir, tal vez el destino de este protagonista no es la creciente de sus defectos, sino su encuentro con un acto de redención.

Los acontecimientos van por esa vía. La película de Alonso Llosa no encausa al camino fácil ni tampoco fabrica un forzado happy ending. Se diría que la resolución de la historia de Tato está a la medida de sus hechos y defectos. No hay ni final feliz ni triste. Es un final con las consecuencias merecidas y que, de paso, no extravía ese trasfondo que diferencia a esta película de otras comedias comerciales peruanas. La restauración al hacer un vistazo al boom inmobiliario, esa corriente en principio odiada por el protagonista, adjunta además a las consecuencias y sentimientos que han provocado un cambio en la sociedad limeña enriquecida. Mientras que en los Andes directores están reflexionando sobre el fin de una era, el abandonar los ámbitos rurales para asistir a la ciudad, en esta Lima vemos el fin de un estrato social. La casa maltrecha de una mujer agotando sus últimos días, madre de un hijo sin futuro, es la evidencia del último respiro de la antigua sociedad rica limeña, la que ha sido desplazada por una sociedad de inversionistas. De igual forma que en los Andes, vemos a los hijos emigrando hacia donde el negocio está.

24 Festival de Lima: El agente topo (Competencia Documental)

Luego de una dieta de cine negro que inicié desde el principio de la cuarentena, no puedo dejar de asociar el documental de Maite Alberdi con ciertos tópicos de este clásico género. Sergio, un octogenario, ha sido contratado por una agencia de espías para ser un infiltrado en un retiro para ancianos. La capacitación es anecdótica. Es la lidia entre el experto detective versus la memoria del nuevo agente, esencialmente, complicado por el uso de la tecnología. Ya dentro del recinto, el “topo” se enfrenta con un dilema típico del noir: una coqueta mujer se le ha enamorado. ¿Esto pondrá en riesgo su identidad? Se me viene a la mente al Fred MacMurray de Borderline (1950), agente encubierto que se enamora de la “cebo”, menuda disyuntiva porque sabe que al final tendrá no solo que romperle el corazón, sino que también arrestarla. Claro que esto es solo una fantasía en El agente topo (2020), pues Sergio parece estar enfocado a este oficio que rompió su racha de hombre retirado, ¿o es que simplemente no cede a los encantos de la mujer porque su mente piensa en su fallecida esposa?

A la mitad de este documental chileno, cualquier gesto de cine negro se frustra y se abre al cuadro dramático. Sucede que Sergio comienza a faltar cada vez más seguido contra el mandamiento de “no hacerlo personal”. El aspirante a agente ha comenzado a simpatizar con el escenario y sus actores, como el Keanu Reeves de Point Break (1991), quien comienza a sentirse parte de un grupo de surfistas, sospechosos de ser ladrones de bancos. Caso Reeves, nace en él un perfil oculto, el de vivir al extremo. Caso en Sergio, el reconocimiento hacia este grupo de desconocidos es más inmediato y emocional. Para este detective no es difícil fingir ponerse en las pantuflas de estas personas de ochenta o noventa años. El agente topo es un sentido registro a la ancianidad, el valor de la compañía para un grupo de ancianos no privilegiados. Su ingreso provisional al retiro para Sergio es una introducción a un mundo familiar, pero con un rasgo desconocido, pues en su rutina él sí goza de la compañía familiar, eso que es carente en el grupo de abuelitos y abuelitas que van revelando sus testimonios o forzando sus memorias. En reacción, Sergio, más que un infiltrado, se convierte en un socio de esta logia.

martes, 25 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Emilia (Competencia Ficción)

Emilia (Sofía Palomino) ha retornado a su pueblo natal para mudarse junto a su madre. Ella acaba de terminar con su pareja. Ahora, lo que se supone sería su retiro de sanación, es todo lo contrario. Emilia (2020) nos presenta a una mujer de un proceder curioso. No se sabe con seguridad si su actuar deviene de su naturaleza o del duelo que ha provocado su rompimiento sentimental. Lo que sí es seguro es que ella, en lugar de empeñarse a restablecer algún vínculo afectivo saludable o asentarse a una nueva rutina que apremie a su tranquilidad, expresa un gesto lánguido hacia el espacio y los que están dentro del mismo, y de paso genera fricciones. Si bien vemos a Emilia relacionándose, estos actos o afectos son para ella casi un gesto autómata, comportamientos que ponen en duda su discernimiento, haciéndola irreflexible e incluso convirtiéndola en un agente nocivo, porque sus acciones la posicionan en una situación delicada e impertinente. Sucede que desde que llegó esta joven a su antigua comunidad, ella ha comenzado a diseminar el caos, aunque no ciertamente con un ánimo de mortificar al resto, sino a sí misma. Algo de su ejercicio desordenado, así como ciertas secuencias en donde se desplaza en solitario, parecen insinuarnos que estamos tratando con el derrotero de una mujer dejándose arrastrar por la depresión.

El director César Sodero parece sacarle la vuelta a la fantasía del retorno como receta emocional y, en su lugar, descubre a un personaje que no hace más que complicar su condición. Por un lado, es como si Emilia se autodestruyera. Posiblemente, algo de esa relación anterior, un remordimiento atroz, la está empujando a emprender una serie de trances que tendrán una consecuencia que la sancionarán. Es decir, la protagonista hace esas cosas para ser castigada, recibir un merecido que sería una suerte de ejercicio expiatorio. Por otro lado, podríamos asumirla como una mujer que simplemente no cuenta con una brújula sentimental, experimenta sin apetencia y por puro impulso a causa de una desmotivación inherente. Tenemos a la Emilia tentando una nueva relación, a la Emilia que se entromete en relaciones ajenas –tanto de la amiga como de la madre– y otra relación que provocaría un caldo de prejuicios de mayor radio. Existe más de una versión de Emilia, todas tienen que ver con relaciones sentimentales, aunque en distintas circunstancias, pero que siempre le provocan un deterioro emocional, sea inmediato o tardío. A esas versiones, se sumaría la versión de la Emilia sobreviviendo a una separación. Desde ese aspecto, Emilia es la historia de la degradación emocional, casi suicida, de una mujer.

24 Festival de Lima: Fé e Fúria (Competencia Documental)

El documental de Marcos Pimentel resulta ser vaticinio fílmico de la inauguración del gobierno de Jair Bolsonaro. Mientras se comienza a producir este filme que adjunta demandas y hace llamados de urgencia sobre cómo ciertos bandos religiosos han alimentado las posturas conservadoras dentro de las esferas de las favelas brasileras, el político se encontraba emprendiendo su campaña ultraconservadora rumbo a la presidencia, aprobando las torturas –aludiendo específicamente al caso de la entonces depuesta presidenta Dilma Rousseff– durante el escenario de la dictadura o reconociendo a la coacción militar como estrategia política; siempre respaldado por una religión oficial que desestima la idea de un Estado laico. Fé e fúria (2019) relaciona la militancia religiosa con la militancia armada. Existe pues una atmósfera de la represión religiosa dentro del contexto en cuestión, desfogue comandado en su mayoría por los grupos evangélicos, los cuales se han visto sostenidos por los bloques del poder económico, político e incluso delincuencial. En consecuencia, en los suburbios brasileros se han levantado trincheras, filas de militantes, toques de queda, encargados de cohibir, censurar y aniquilar mediante la intimidación y la violencia a las otras religiones. Es básicamente el panorama o uno de los trampolines con que la política del actual gobierno ha logrado inscribirse como el poder hegemónico.

lunes, 24 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Samichay (Competencia Ficción)

La estética que manifiesta la película de Mauricio Franco salta a la vista desde los primeros minutos. Su propuesta monocromática se presta para provocar el contraste de sus escenarios, en su mayor parte, localizados en la zona montañosa de los Andes, espacios que revelan una diversidad de texturas propias de los pastizales, la quincha, los montículos de piedra y la nubosidad que peina a la cordillera. El director explota lo mejor del panorama a partir del paneo circular y el encuadre. Reinantes son los planos generales que resaltan la profundidad de campo que hace un versus con las presencias de sus protagonistas, estos tomados a medio cuerpo o entero, engullidos por el espesor de los nubarrones o asaltados por la sobreexposición de la luz natural. El hecho es que toda esta mirada cumple una función adicional al valor estético. Samichay (2020) es una película que ilustra la divergencia atmosférica que compone este universo rural, tan bello, aunque de aire melancólico, tan fecundo como estéril, de apariencia basta y eterna, pero también limitado y decadente para sus últimos sobrevivientes.

Hay algo de relación entre el film de Franco y Wiñaypacha (2017), de Óscar Catacora. Al margen del registro natural, ya de por sí, propiamente estético, sendos directores parecen coincidir su mirada luctuosa frente a las inmediaciones andinas. Los Apus o, caso Samichay, los espíritus de humanos parecen alertar –casi ahuyentar– a los que se resisten a aguantar en este ámbito impredecible para los que figuran llevar una vida de ermitaños. No se trata de la muerte del espacio, sino el de la presencia humana dentro del mismo, a propósito de la inmigración a la ciudad, aquella que ha desvanecido la dinámica que aseguraba la sobrevivencia humana dentro de este entorno: la vida en comunidad. Por muy majestuosa que sea la rutina en las montañas, este escenario no deja de ser naturaleza agreste que reduce al mínimo a los solitarios y parece asegurar la extinción de los escasos habitantes. Ni si quiera los poderosos gamonales han sobrevivido a este efecto que nada tiene que ver con el cambio climático; es el efecto de una sociedad extinta. Eso convierte a Samichay en una película sobre un hombre siendo empujado a la vida en comunidad.

24 Festival de Lima: Las mil y una (Competencia Ficción)

Una película que tranquilamente generaría polémica por cualquier bando. La película de Clarisa Navas no está lejos de la premisa de Kids (1995), perturbador filme de Larry Clark sobre un grupo de adolescentes experimentando con las drogas y el sexo mediante una actitud irreflexiva y cínica, llegando incluso a las fronteras de la perversión. Las mil y una (2020) no es menos perversa que la película de Clark, pero sí menos gráfica. Se podría decir que es una versión romantizada del caso, porque tiene personajes delicados e ingenuos, “ángeles”, fáciles de persuadir sin siquiera hacer un esfuerzo de persuasión. Navas parece referirse a una reciente generación acostumbrada a hacer valer sus opiniones y deseos, al no hacer caso a las advertencias que interpretan como chismes. Es decir, han sido educados a ser inconscientes, a no evaluar las consecuencias que implica, por ejemplo, la libertad sexual.

Las mil y una no es una película sobre los derechos del cuerpo y la sexualidad, sino todo lo contrario. Es una crítica a esta cuando no ha transitado por una orientación o educación sexual sostenida por los valores éticos. Para esto, Navas se asienta en un contexto enfermizo que parece lactar del estancamiento, la idea de vivir una fantasía juvenil infinita con una limitación de responsabilidades. Los jóvenes de un barrio argentino están predestinados a vivir una vida aferrada a la miseria. Como en las slashers, aquí los adolescentes están expuestos a una masacre porque los adultos los han descuidado, o, peor aún –y esto sí es raro en el subgénero de terror– los mismos adultos parecen estimular a que los menores sigan esa senda. La relación entre unos hijos y su madre se acerca más a un vínculo amical, en donde los primeros piden al adulto consejos que más parecen confidencias amicales. Son además los momentos en que esta misma madre alienta a una creatividad de contenido peligroso –o es que simplemente aprueba de manera automatizada–.
Esta película argentina manifiesta un espacio en el cual la imprudencia se ha generalizado. Es como si el sexo sin protección o la promiscuidad estuviese normalizada dentro de las fronteras de estos bloques reinados por la anarquía. A propósito, pienso en la secuencia final, una suerte de western descrita a partir de un tiroteo, el galope de unos caballos provocando polvaredas y exhortando a la confusión. Es tierra de nadie. Es lo más atractivo de Las mil y una, película que tiene una historia simple, por momentos larga, monótona, a pesar del debate que bien podría provocar. El filme de Clarisa Navas, por un lado, puede ser interpretado como un aliento a este tipo de libertad sexual al romantizar a estos personajes simpáticos, insensatos, pero con encanto. Efecto que no provoca Kids, pues estamos tratando de delincuentes, drogadictos, parias sin algún tipo de filtro. En tanto, por otro lado, puede ser también interpretada como una ofensa a la comunidad homosexual, sembradora de prejuicios al ser estos sujetos los vehículos de perversión. Las mil y una interesa más a raíz de esa polémica.  

24 Festival de Lima: Sin señas particulares (Sección Ficción)

A pesar que los temas de la inmigración y la violencia son constantes en el cine mexicano, la película de Fernanda Valadez se percibe como una propuesta distinta dado que vincula a estas dos realidades un tópico que en los últimos años se ha venido consolidando en el cine latinoamericano. Sin señas particulares (2020) apela a esa señas imperceptibles que deja la violencia al borde de la frontera entre México y EEUU; cuerpos calcinados, restos u objetos que bien podrían ser irreconocibles para algún familiar. Esto nos traslada a la historia de Magdalena (Mercedes Hernández), una madre que no ha tenido noticias de su hijo desde que este se marchó días atrás de casa para cruzar la frontera. El filme reconoce una oficina del Gobierno encargada de hacer inventario de los restos y pertenencias de los NN, además de acoger a decenas de familiares que están en búsqueda de sus seres queridos; muchos que escapan del país, otros que simplemente desaparecieron.

Sin señas particulares presenta a la protagonista como una mujer obstinada, a propósito de su deseo por saber con certeza si su hijo sigue vivo o fue una víctima de la violencia en su huida. Este ánimo se desvela consecuencia de un proceder alarmante por parte del departamento de “evidencias sin señas particulares”, en donde sus empleados parecen lucir indiferentes ante la desesperación de las personas que buscan a los suyos o, para ser más exactos, simplemente no evalúan el significado simbólico o emocional que representa la verdad de los hechos. Magdalena es una mujer anticipándose a una intranquilidad que en un futuro bien pondría en duda la memoria de su hijo. Sin señas particulares asiste a ese tema visto en películas recientes producidas en Chile, Perú, Colombia y tantos países que fueron azotados por alguna dictadura o conflicto armado que mantuvo en luto por décadas a personajes y comunidades que no tuvieron noticias del paradero físico de sus seres queridos.
La memoria se perfila en Sin señas particulares desde que una madre se le acercó a Magdalena para compartirle su caso que la mantiene a la expectativa luego de cuatro años. Acontece así un acto de fraternidad a partir de un vínculo que comparten las dos mujeres que buscan a sus hijos. Esto traslada a Magdalena a una búsqueda en solitario. En consecuencia, se producen escenas inquietantes. La madre alude a una detective ingresando a un ambiente desconocido y truculento. La atmósfera infiere miedo y mucho silencio. El intercambio de información de manera clandestina, que es valiosa para la mujer, o la poca presencia de personas en las áreas públicas descubren un panorama de una comunidad intimidada por la violencia. En tanto, Magdalena sigue su trayecto en esta tierra de nadie, como un cowboy, expuesta al repentino peligro en medio del terreno árido y hostil, en la que existen otros como ella que también están buscando a su familia.

domingo, 23 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Volver a vivir (Competencia Documental)

Un documental sobre la memoria y la sanación colectiva. El director Wilfredo Medina hace remembranza a la matanza en Naylamp de Sonomoro, poblado ubicado en el departamento de Junín, y uno de los tantos que fue víctima de una masacre desatada por Sendero Luminoso. Volver a vivir (2020) se desarrolla durante la exhumación de la fosa común de los caídos a cargo del Ministerio Público, acontecido en el año 2016, 26 años después del genocidio. La película se divide en dos partes. La primera consta de la toma de testimonios de primera mano a los deudos. Es la recolección de las vivencias de distintos parientes a fin de reconstruir el instante exacto en que se desató la violencia. Ahora, es preciso entender que este ejercicio de la memoria no solo se reduce al reavivamiento del dolor para fines de archivo. Dentro de las circunstancias, el de los familiares que recientemente dieron sepultura cristiana a sus seres queridos, el acto de expresar sus testimonios resultar ser un cierre simbólico a sus respectivos lutos. Esto conlleva a la segunda parte del documental, la de la comunidad manifestando indicios de su reparación emocional, consagrando en los siguientes años la fecha que antes del 2016 era solo pesar.

24 Festival de Lima: Lavaperros (Competencia Ficción)

Desde que se asoman los primeros créditos, no puedo dejar de relacionar a la película de Carlos Moreno con los filmes de Guy Ritchie, un cine que también inicia sus historias en la mesa de algún mafioso o individuo poniendo al tanto a alguno sobre un golpe o venganza. El presentimiento no me falla. Lavaperros (2020), en efecto, se introduce a un mundo criminal, en este caso, colombiano. Las fantasías de Pablo Escobar y el narcotráfico en ese país resuenan. El relato nos presenta a personajes escabulléndose o buscando al enemigo, a secuaces vigilando por un lado y la policía por el otro. Al referirnos a Ritchie, no nos introducimos a una atmósfera dramática o de acción, sino al de una comedia negra. Moreno, al igual que el director británico, asume ese perfil cómico que no deviene necesariamente de los hechos, sino de la caricaturización de estos estereotipos de la criminalidad que se han visto una y otra vez en las inmediaciones de la cultura popular.


Lavaperros trata sobre la afrente entre dos jefes de la mafia organizada, a propósito de una cuenta económica no saldada. Vemos así más de un protagonista principal, cada uno definiendo su función o propósito de manera individual, pero sin salir del ámbito principal. Esto último la aparta de definirla como una película de historias cruzadas, pues los personajes no pierden la ruta de los otros. Es mediante esta norma que la historia descubre el polvorín que definirá los destinos de cada uno, ese elemento que al desaparecer descubrirá los verdaderos rostros y motivaciones de los personajes. Es de esas historias de “nadie sabe para quién trabaja”. Nuevamente, Ritchie. Lo cierto es que Carlos Moreno no tiene la producción ni la ambición de crear todo un circuito de enredos y desencuentros, gesto que por momentos ralentiza el ritmo de la acción y no promueve gran resolución de los hechos.

24 Festival de Lima: A media voz (Competencia Documental)

Una correspondencia fílmica emprenden las directoras Heidi Hassan y Patricia Pérez en este documental. Ambas son cubanas, aunque ya llevan tiempo radicando en el continente europeo cada una por su lado. Lo que en principio se denota como un diálogo entre dos personas renovando sus votos de amistad, luego se va abriendo a un intercambio de experiencias migratorias. A media voz (2019) toma como premisa un abismo emocional que existe entre estas dos cineastas surgido a propósito de su diferencia de pensamientos. Esa divergencia de inclinaciones que sufren estas dos viejas amigas, es la misma que ha expresado el cine cubano desde hace décadas: la esperanza o el desarraigo que existe entre las personas/personajes hacia la isla, espacio que bien suscita idealismos o pesimismos, que genera compromiso o escapismo. Esto, obviamente, describe a la nación caribeña como un espacio abierto por un abismo, y las antiguas amigas no son ajenas a esa realidad.

Es entonces consecuencia de esta aposición de ideas que se ha generado a su vez un abismo emocional entre estas dos mujeres, aquellas que retoman el contacto con un temor de por medio, el no reconocer a la otra. “¿Será la misma? ¿Yo soy la misma?”; son cuestiones que se repiten en el principio del diálogo. Es el miedo a que no renazca la química y, por tanto, no se limen las asperezas. Lo cierto es que ese temor deviene porque ellas no dejan de razonar desde el pasado. Una reconoce a la otra desde el lugar en donde se conocieron y se vieron por última vez; Cuba. A media voz es un documental testimonial sobre la inmigración, en este caso, el de personas que asumen ya no tener nada en común, pero que, curiosamente, sus condiciones de inmigrantes funciona como puente que cruza ese abismo emocional que las distanció. Desde el conflicto laboral hasta sus experiencias sobre la maternidad que vivieron desde el autoexilio, son evocaciones personales que renuevan un vínculo. Es como si nunca una se hubiera apartado de la otra.

24 Festival de Lima: A febre (Competencia Ficción)

La ópera prima de Maya Da-Rin toma como premisa la rutina de un guardia de seguridad de una zona portuaria que experimenta un leve giro a propósito de una fiebre que implica una razón misteriosa. Sucede que hay evidencia que otras personas que tienen el mismo origen de este hombre han comenzado a experimentar mismos síntomas. Justino (Regis Myrupu) es uno de los tantos nativos de la zona amazónica del Brasil que migró a alguna ciudad para laborar y criar a su familia bajo las condiciones de la ciudad misma. Qué hace entonces que un puñado de estas personas comience a “enfermar” de algo que parece imperceptible –o incomprensible– a los ojos del resto, incluyendo los hijos del protagonista. A Febre (2019) es una película plagada de elementos que aguardan ser interpretados. Están los sueños de Justino, los indicios de sonambulismo que experimenta él y otros migrantes de la Amazonía, así como la repentina tensión que surge entre este y el nuevo empleado que lo reemplaza en el turno de vigilancia. Todos son hechos a medias que envuelven al relato en una atmósfera extraña e inexplicable.


Es a partir de este gesto ilógico que Da-Rin comienza a definir el estado de no correspondencia que ha comenzado a experimentar Justino; el hombre que de pronto se siente repelido en la ciudad. No es coincidencia que la fiebre le haya llegado al mismo momento en que a su hija –la única con quien vivía– le surgió una oportunidad laboral para vivir en la capital. Tampoco es coincidencia que los primeros síntomas de esa misteriosa enfermedad aparecieron cuando fue contratado un hombre que anteriormente había sido capataz en un caserío amazónico. Da-Rin nos traslada a un conflicto histórico, el de los latifundistas sometiendo a los nativos de la selva amazónica a trabajos infrahumanos. Es decir, Justino se ve intimidado por este invasor que ha llegado a asaltar su espacio laboral. Es el enemigo de su comunidad por tradición que ha venido a perturbarlo, o es que simplemente reclama su lugar. Surge entonces la pregunta: ¿Quién es el invasor? ¿Es el nuevo empleado, modelo castigador de nativos, o acaso Justino, el nativo que llegó a la ciudad intentando asentarse?

“La fiebre” es una metáfora del descubrimiento de las fronteras territoriales, la separación innegable entre el sujeto citadino y el sujeto de la ruralidad amazónica, algo que seguramente Justino nunca ha dejado de percibir, pero que ahora es muy evidente o sintomático. De ahí la razón de sus sueños, expresión simbólica. La revelación del inconsciente interpretada como una alegoría de la normativa que rige en la realidad. A propósito, la función de los sueños no está lejos de la función de los mitos. Por alguna razón, Justino narra a su nieto esa historia de un hombre raptado a una tierra desconocida en donde monos deciden sacar provecho de sus habilidades, y, más adelante, comparte su sueño a su hermano en donde se extravía en un espacio dominado por la oscuridad salvo el piso que brilla como el asfalto. Los mitos y los sueños dan respuestas al principal malestar de Justino, algo que también han comenzado a padecer sus iguales, y no sus hijos, los criados bajo las pautas de esa realidad que para él ya no tiene sentido y solo le causa malestar.

sábado, 22 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Círculo de Tiza (Competencia Documental)

Lo mejor de este documental acontece cuando el protagonista de este retrato tiene que “enfrentarse” a la secuencia más difícil e incómoda. Jorge Acuña, reconocido mimo de las plazas peruanas, se reúne con sus hijos, quienes hablan –o intentan hablar– sobre su padre. Es uno de los cuantos instantes en que la magia que rodea al artista se diluye y la realidad lo succiona a propósito de los comentarios desordenados, reproches camuflados, reflexiones a medias por parte de ese grupo de personas mayores de cuarenta años refiriéndose a la figura difusa que para ellos representa su padre. Círculo de tiza (2020), hasta cierto punto, suspende el homenaje al artífice de mundos inventados a fin de descubrir el lado áspero que implicó su imaginación, su oficio como payaso de plazas abiertas, esa representación que sirvió como una ventaja limitada para huir de sus antecedentes.

Acuña transita de la imagen de héroe a la de antihéroe. No es un cowboy, pero algo de su ocaso nos remonta a esta fantasía, en principio, gloriosa, digna de convertirse en modelo de arte o emprendimiento, y, posteriormente, desterrado, decadente, triste, alcoholizado. Es como si precisara del brebaje para huir de esos demonios reales. Sin percatarnos, nos vamos dando cuenta que a cada remembranza, un vaso de cerveza se adjunta. No es gratuito que en la única escena en que el comediante no brinda, es cuando él se reúne con sus hijos y estos hablan por él. Es el artista asistiendo a la sobriedad, posiblemente, como un acto de autoescarmiento por aquello que él cree merecer. Es un gesto de inmolación, un pago que el padre hace a sus primogénitos, tal vez, porque se los debe. El hecho es que la película de Jean Alcóver y Diana Daf no pretende hacer primer plano de estas averías que aluden a la caída de un ídolo. Estos son rastros que en el proceso se hacen evidentes porque adjunto a Jorge Acuña están.

24 Festival de Lima: Algunas bestias (Competencia Ficción)

El cine nos ha enseñado que el encierro es un estimulante de la crisis. Desde Ingmar Bergman hasta John Carpenter, nos han mostrado historias en donde el refugio o alejarnos del resto conlleva la exteriorización y convivencia con fantasmas y monstruos que siempre compartieron nuestro mundo. Algunas bestias (2019) relata la estadía provisional a una isla ubicada al sur de Chile de una familia joven junto a los suegros, los padres de Ana (Millaray Lobos). Incluso antes que aconteciera una insólita “desaparición”, las bestias ya se veían manifiestas. Esta no es una película alineada a lo sobrenatural ni tampoco que se reduce a una crisis familiar. Aquí los personajes parecen emular las dinámicas sociales chilenas. Al igual que en Parasite (2019), vemos a clanes respondiendo a una postura moral y social que no han concientizado, y arremeten su desencanto o furia hacia la sociedad misma a propósito del comportamiento del “otro”, ese sujeto contrario a su círculo, que bien los retrasa o los margina. El director Jorge Riquelme, así como el filme de Bong Joon-ho, retrata un desencuentro entre las clases sociales en donde el espacio es simbólico, y se convierte en cómplice y testigo de un enfrentamiento social.

Ahora, lo cierto es que esta película chilena prefiere inclinarse a la representación dramática que transita hacia el estado de delirio. A medida que la historia va manifestando los roces entre los familiares, se van disponiendo ciertas intrigas, sospechas que sugieren un perfil falso de los personajes. Ello tiene que ver con los comportamientos y dinámicas que estos adoptan en su cotidiano para fines de sobrevivencia o preservación de sus intereses. Gran parte del conflicto de Algunas bestias tiene que ver con el distanciamiento de clases que, obviamente, alude al poder económico que representa, por un lado, los suegros, dueños de terrenos de algarrobos, y, por otro lado, Alejandro (Gastón Salgado), el esposo de Ana, un hombre con antecedentes humildes o simplemente de un nivel inferior a opinión de los suegros. Pero no dejemos de lado la mecha encendida que desata la efervescencia de personalidades. Estos dos bandos, curiosamente, serán entrampados por un personaje muy secundario, el que, posiblemente, haya sido el único rastro de decencia en esa isla. Se diría que este personaje es el equivalente al hombre que vivía en el subsuelo de la mansión de los Park en Parasite. La diferencia es que este hombre se niega a ser un servil de las clases superiores.
Es a propósito de una humillación –sin contar una difamación– que este personaje, tal vez, conscientemente, decide dar una lección a estas personas. Es la venganza del último escalón social. La ausencia del servilismo termina por definir la idea de que la película es una representación del orden social chileno, el del poder hegemónico funcionando en base a los servicios del más inferior, bloque al que, irónicamente, no dudan en degradar. Algunas bestias define a una sociedad hipócrita, tal como menciona uno de los protagonistas, solo que sin saber que este también asume esa conducta. Hipocresía cuando acusas únicamente cuando el individuo no pertenece a su círculo social, hipocresía cuando se tapa los defectos de un trato, hipocresía cuando ocultas la desazón hacia tu familiar, sea sanguíneo o político, algo que, por ejemplo, alimentó la desidia de la hija y el rencor del yerno hacia sus suegros. Algunas bestias es atractiva por esas expresiones, las que incluyen también el espacio, el clima frío e intempestivo, que lucen ser una expresión del estado apático de los personajes. El hecho es que la resolución hacia dónde se dirige esta película es lo que decepciona. La historia desciende a lo pueril y gráfico cuando muy bien el discurso sugerente ya lo había antepuesto. Si pienso en Blanco en blanco (2019), otra película chilena reciente, diría que el cine chileno está inspirado en expurgar sus fantasmas de la manera más infame.

24 Festival de Lima: Dopamina (Competencia Documental)

La remembranza al pasado político de sus padres es excusa para que la directora de este documental ponga en jaque las posturas que estos mismos tienen respecto a su homosexualidad. Dopamina (2019) relaciona la política de género con la política de izquierda, ambas reconocidas como militancias que buscan la igualdad de derecho. A la línea de ese razonamiento, esta relación consolida un cuestionamiento que Natalia Imery sugiere a sus progenitores: ¿Cómo es que los que lucharon en un pasado por la democracia en la actualidad no son capaces de digerir la libertad sexual de la primogénita? Se abre así el debate, aquel que no necesariamente apunta sus dardos hacia los padres, sino que también está abierto al autocuestionamiento, por ejemplo, cuando se hace referencia a las posturas románticas desde una lectura de género y cómo ciertos discursos cancelan las tendencias emocionales interpretadas como síntomas de represión.

Es partir del continuo estado de reflexión que la misma autora gesta y estimula en sus padres, su pareja y una amiga que resulta significativa la alusión a la “dopamina”. La meditación ideológica de manera activa es entendida como un ejercicio mental necesario para solventar los pensamientos, posturas o militancias. No deja de ser además un proceso de depuración para todas las partes, por muy reticentes que algunos todavía se sientan respecto al tema. Dopamina es un documental que decide descubrir la memoria o testimonio de dos ex militantes políticos –su experiencia con la privación política– con el fin de derivar al descubrimiento de una intimidad familiar o testimonio de unos padres conservadores y una hija homosexual –la experiencia de la privación sexual –.

24 Festival de Lima: El canto de las mariposas (Competencia Documental)

Un documental que reconoce al arte como vínculo entre el artista y su historia. La directora Nuria Frigola nos introduce a las pinturas de Rember Yahuarcani, autor que confiesa que sus retratos no son suyos, sino una interpretación. “Ella me habla y yo pinto”; afirma, refiriéndose a su abuela quien años atrás abandonado el mundo terrenal y que ahora cumple una función de instructora artística desde el más allá. Rember es uno de los pocos miembros de la comunidad uitoto. De su clan, ya casi no hay rastro. Es a partir de esa evidencia que El canto de las mariposas (2020) no trata sobre la creación del joven pintor, sino del valor tradicional que esta representa. El arte se convierte en una expresión cultural, la preservación de la palabra, y esto, bajo las configuraciones de las creencias de varias comunidades amazónicas, es literal. Adicionalmente, la creación es para Rember un valor emocional. La pintura se ha convertido en un canal espiritual entre él y su abuela. Es decir, cada que pinta, él revive sus vínculos tradicionales, a pesar de estar a distancia.

La premisa de El canto de las mariposas es el estancamiento creativo del pintor. Es Rember sintiendo la urgencia por contar a través de su pintura una etapa crucial en la historia de los uitotos, aquella que puso fin a muchos de clanes de esta comunidad. En consecuencia, vemos al hijo retornando a su lugar natal, la casa de los padres, ambos también artistas, que también sirven como instructores artísticos para los más chicos. Una escena esencial es cuando el padre narra a los pequeños las barbaridades que acontecieron en La Chorrera, lugar en donde capataces explotaron el caucho así como a tantas comunidades amazónicas. Seguido, la tarea es pintar esa escena. El arte, antes que una representación estética, es representación histórica, un compromiso testimonial. En fe a ese compromiso, es que Rember hace un segundo viaje en busca de los testimonios de los clanes que aún habitan en la antigua zona de explotación. Más que una búsqueda creativa, El canto de las mariposas es una búsqueda personal, que a su vez es una búsqueda de la preservación histórica y la memoria.

miércoles, 19 de agosto de 2020

24 Festival de Cine: Blanco en blanco (Competencia Ficción)

La película de Theo Court está dominada por una serie de evidencias que traslucen una época obscena. Estamos en la Tierra del Fuego a finales del siglo XIX, territorio que se encuentra en pleno proceso de colonización bajo las órdenes de un importante latifundista extranjero. La historia inicia con la llegada de Pedro (Alfredo Castro) a esa zona. Él es un fotógrafo que ha sido contratado para tomar las fotos del próximo matrimonio del señor de esas tierras. Diríamos que la presencia del recién llegado es su adentramiento a este lugar indecente, pero el hecho es que este mismo personaje desde un principio ya revelaba antecedentes inmorales. A la línea de ese argumento, Blanco en blanco (2019) trata sobre el poder casi omnipotente que representaron los latifundistas dentro de sus dominios. Esta idea se consolida ante la no presencia de Mister Porter, el amo invisible del territorio. Es como el jefe de la mafia al que muy pocos pueden acceder. Muchos no lo han visto, sin embargo, trabajan para él. Esa se podría ser que es la primera confusión de Pedro, quien, cual apóstol en formación, al no ver, no cree, y, por tanto, no respeta.

Luego de acontecer el primer conflicto de esta película, tanto Pedro como el espectador están más que enterados que por mucho que no veamos al latifundista Porter, sus instrucciones deben de ser respetadas, y nada de lo que le pertenece debe ser ultrajado. Todo, incluyendo los sujetos que pisan esas tierras, automáticamente se convierte en propiedad de este dios. Pedro no se ha percatado de eso, pero su oficio ha sido colonizado desde el momento en que ingresó a ese lugar, y no por el hecho de haber cometido una falta. Estamos hablando entonces de un señor tomando lo que le plazca, sin necesidad de salir de su prominente vivienda, arquitectura simbólica en pleno terreno agreste, y que de paso extiende a sus servidores esa pulsión de apropiación. Blanco en blanco tiene como trasfondo el genocidio a los indígenas que habitaban en la Tierra del Fuego por aquel entonces. Es el colonialismo en su versión más perversa, desinteresado en adiestrar o asumir a los aborígenes del lugar como mano de obra. “Nunca se nos ocurrió”; parece afirmar uno.
Blanco en blanco es atractiva a partir de ese tipo de gestos o acciones que maquillan por entero a una comunidad degradante. El alcoholismo, la depravación o el asesinato son rutinas de estos miembros que le rezan a Mister Porter. Salvo por uno mínimo, la película no promueve conflictos. Es solo una cadena de sucesos, insustanciales o extraños en principio, pero que terminan por construir un imaginario vilmente desaforado en donde la sociedad aborigen tiene como único futuro la extinción o una posición muy incómoda, a propósito de explotación sexual o la traición hacia su misma identidad, que bien podría representar ese hombre que parece ser guía de los invasores, siempre mudo, quedándose atrás luego de apuntar con el dedo. Es dentro de esta realidad que Pedro encaja, un personaje que da la impresión de sentirse perturbado ante tanta crueldad extravagante, pero para el final no duda en inmortalizar la aniquilación perfecta. Por un lapso de segundos, él se siente Mister Porter, dando órdenes a los perros de caza para retratar “su” obra maestra. Esta última secuencia, se podría decir es la síntesis de la película: un carnaval macabro y una fotografía espectacular.

24 Festival de Lima: Mujer de soldado (Competencia Documental)

El documental de Patricia Wiesse nos acerca a la denuncia de un grupo de mujeres provenientes de Manta, provincia de Huancavelica, quienes, al igual que muchas de esa localidad, fueron víctimas de violaciones sistemáticas sometidas por los militares durante el Conflicto Armado a mediados de los ochenta. Mujer de soldado (2020) toma como premisa el proceso judicial de Magda hacia el militar que abusó de ella cuando apenas era una menor de edad. Luego de quince años, ella ha retornado a su natural Manta, lugar de los hechos, a fin de enfrentar a su agresor. Lo interesante del documental es que combina las memorias personales –muchas de estas son recuerdos afables– con el testimonio de la violencia, a partir de las voces de Magda y otras tres mujeres que también pasaron lo mismo que su compañera. La dirección ingresa a este pequeño colectivo de personas que inician su charla haciendo una remembranza a una infancia que tuvo un antes y un después tras la llegada de los militares.

Si bien Mujer de soldado toma como caso central a Magda, los casos de las otras mujeres son parecidos. Las cuatro mujeres, curiosamente, al momento de ir rememorando su vida, ya sea antes de la llegada del terror o cuando se decidieron a emprender un oficio como el de la enfermería, parecen remedar las palabras (vivencias) de las otras. No solo está pues el vínculo natal, sino que también el del mismo martirio. Adicionalmente, la presencia de las tres amigas es evidencia de un acto de solidaridad para con una de ellas, también víctima del destierro de sus propios vecinos, la no asistencia de su lugar de nacimiento. La presencia grupal de estas mujeres no solo es un convenio dispuesto a buscar la justicia del ultraje masivo, sino que también es un acto de rechazo hacia una comunidad que las convirtió en las estigmatizadas, una sociedad irreflexiva ante el problema y prejuiciosa ante las víctimas. 

24 Festival de Cine: Los fantasmas (Competencia Ficción)

Es el último segmento de la ópera prima de Sebastián Lojo la que le otorga una cuota de interés. Su historia está dominada por dos protagonistas duales, aquellos que tienen un perfil público y otro privado, en uno son casi héroes, mientras que en esos otros roles son ejemplo de una ciudad traidora. Los fantasmas (2020) trata sobre la forma de ganarse la vida de dos personas, siendo la prostitución y el robo las que levemente apañan las presencias carismáticas de estos personajes. Una escena vital, y tal vez la que confunde a Koki (Marvin Navas), el guía turístico, es cuando este es curado por su socio, el dueño de un hotel. Es una escena casi paternal, pero que curiosamente es abstemia de diálogo y no deja de representarse entre las sombras. Es como si se repeliera a cualquier posibilidad de sentimentalismo. Más adelante, es en ese mismo lugar, nuevamente bajo el crepúsculo, que ambos personajes intercambian miradas. Otra vez, sin decir nada, dan cuenta del fin de una sociedad que parece ambos lamentan. Obviamente, Koki está fuera del juego y es ahí cuando emprende su ruta fantasmal, el de un desterrado de un espacio que de por sí era zona exiliada.

24 Festival de Lima: Las ranas (Competencia Documental)

Al igual que en su película La noche (2016), Edgardo Castro nuevamente nos introduce a una realidad obscena observada tras un filtro que humaniza a sus personajes. La protagonista es una joven madre con un doble oficio. Ella es vendedora de medias y también es visitadora en una cárcel. Las ranas (2020) lleva ese título por el apelativo con que se les conoce a las mujeres dedicadas a hacer compañía sentimental a reos y que de paso logran traficar objetos o sustancias prohibidas a la penitenciaria. Aquí también Castro disfraza a la ficción de registro documental. Lo hace, por ejemplo, a partir de la limitación del diálogo. Este recurso, por un lado, otorga un aire de cotidianidad en donde no se percibe una intromisión o efecto de falsación, y, por otro lado, descubre el perfil sensible de sus personajes, quienes escatiman las palabras a fin de que sus propias presencias den significado a la escena de la que forman parte.

Esto es notorio en las secuencias de las visitas a la cárcel, cuando los protagonistas interactúan como si se tratase algo más que un simple negocio. Se me viene a la mente el final de La noche, cuando el cliente y la cortesana tienen un momento de intimidad de un significado distinto al que tienen costumbre. Es una experiencia equivalente a un acto fallido, una revelación, un instante que delata sus emociones y que en este caso evoca a un momento de melancolía. En Las ranas, es más bien un momento distinto a lo taciturno, a propósito de la música cumbia de fondo, la luz del día y todos los reos emparejados en el mismo salón de visita. Todo ese escenario deja de percibirse como un espacio de conveniencias, sea monetarias o físicas, y se revela un lugar que genera vínculos emocionales, deja de existir el trasfondo de la depravación, los antecedentes violentos o la misma pobreza para convertirse simplemente en un espacio íntimo que no está lejos de la atmósfera de una sala o una parrillada familiar al exterior.

24 Festival de Lima: Manco Cápac (Competencia Ficción)

La nueva película de Henry Vallejo parece un filme de sobrevivencia, pero no representado bajo las convenciones que refieren a ese tópico que de inmediato nos asocia al cine de aventura o acción, en donde el humano está expuesto a la naturaleza que revela trampas meteorológicas, animales indómitos, y además es carente de cualquier tecnología o comodidad que provee la “civilización”. En su lugar, lo salvaje, los cambios intempestivos de clima y otros retos se traducen bajo los códigos de la urbanidad, espacio que aparenta ser un lugar privilegiado respecto a esos territorios no céntricos, o al menos así lo asume el protagonista de esta historia. En Manco Cápac (2020), tenemos a un joven, una suerte de aventurero, insertándose bajo propia convicción a un espacio que para él es territorio virgen; es decir, que desconoce de sus leyes y normativas. Muy pronto, sufrirá un naufragio en esa ciudad puneña, y entonces se inaugura su enfrentamiento y reconocimiento territorial en solitario. Nuevamente, parece un filme de sobrevivencia, pero no lo es, porque aquí el martirio no existe.

Me pongo a pensar en Cast Away (2000), Life of Pi (2012), la filmografía de Peter Weir o de Werner Herzog, películas que manifiestan a personas padeciendo en territorio ajeno, algunas sobreviviendo al extravío, pero no sin antes haber pasado por un calvario, una cadena de secuencias en donde la convalecencia es inminente. Esto es un mito en Manco Cápac. Sabemos que su protagonista no tiene techo dónde dormir, cobija con la qué cubrirse o pan para morder, sin embargo, el director se niega a expresar esas situaciones. No es como El signo de Leo (1962), gran película de Eric Rohmer, pero que perturba el suplicio por el que transita su protagonista. Casos similares, aunque socialmente comprometidos, son la española Surcos (1951), la estadounidense Cowboy de medianoche (1969) o la japonesa Nadie sabe (2004), filmes que revitalizan los escenarios y situaciones miserables con el fin de inquietar al espectador para asegurar una reacción en pos de una crítica social, respecto al abandono público y el egoísmo urbano. Claro que la película de Vallejo también infiere eso, aunque por encima está su compromiso a revalorar a su protagonista.

Manco Cápac escapa de cualquier efecto dramático. Y es que cada que pretendemos conmovernos por este personaje de postura tímida e inocente –a continuación, un prejuicio–, digno de ser auxiliado, este joven juega sus cartas, encuentra la solución a su carencia o, simplemente, decide no retorcerse ante la situación que lo desventaja, porque él sabe que esto es solo momentáneo. No se le ve mordiendo el polvo ni tiene deseos de rogar, inclinarse o escupir al cielo. Esto va más allá de la dignidad. El protagonista de esta historia es un merecedor sobreviviente de cualquier catástrofe que se avecine. Es decir, nadie tiene derecho a brindarle algún gesto por lástima. A diferencia de la mayoría de náufragos del mar o de la selva, el personaje de Vallejo no depende de la suerte. Tal vez sí del buen gesto humano, pero no olvidemos que esto mismo no viene gratis, sino que también es el efecto de una estrategia, un acto de persuasión que implica, por ejemplo, al muchacho visitando una y otra vez a la mujer que un día le ofreció –no le regaló– un plato de comida a una tarifa mínima. Lo vemos incluso ofreciéndole un presente, posiblemente, anticipándose a una posible próxima situación en que esté en un nuevo apuro.

Henry Vallejo desmitifica al estereotipo que deviene desde las épocas de las invasiones occidentales a América, sobre sujetos ajenos a los rituales sociales occidentales, que para encontrar su lugar en esa civilización tuvieron que convertirse en un “buen salvaje”, individuos sumisos dispuestos a ser amaestrados, a ser mano de obra barata, los esclavos que solventarán al poder económico. Por el contrario, vemos a un personaje que se niega a ser explotado, pues exige según sus posibilidades. Dicho esto, no estamos tratando con un revolucionario o transgresor que pretende cambiar las leyes de esa naturaleza que le resulta exótica. Pero eso no evita que persiga a sus deudores o que reclame un cambio monetario correspondiente. Es una persona que está comprometida a conversar sus principios. No se humilla ni da oportunidad a que lo humillen. A propósito, no está demás rememorar sus momentos de regateo, un ejercicio que nada tiene que ver con el fantasma de la miseria. Es solo un acto que propone –no exige– un trueque equitativo. Manco Cápac tiene un final memorable. La prueba irrefutable de un personaje obstinado, ingenioso y trabajador, un conquistador de tierras ajenas que nunca aguardó a que le llegara la suerte.

lunes, 10 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: Conferencia de prensa

Del 21 al 30 de agosto, se realizará el 24 Festival de Cine de Lima PUCP, que dada las circunstancias emprende una edición online. Serán más de 30 películas las que estarán disponibles a través de la página www.ccpucpencasa.com, en donde también se podrán adquirir las entradas. Estas son las películas en competencia:

COMPETENCIA FICCIÓN

Argentina

EL CUIDADO DE LOS OTROS de Mariano González

EMILIA de César Sodero


Argentina-Alemania

LAS MIL Y UNA de Clarisa Navas


Brasil

MEU NOME É BAGDÁ de Caru Alves de Souza

 

Brasil – Francia - Alemania

A FEBRE de Maya Da-Rin

 

Chile – España – Alemania - Francia

BLANCO EN BLANCO de Théo Court

 

Chile

ALGUNAS BESTIAS de Jorge Riquelme

 

Colombia

LAVAPERROS de Carlos Moreno

 

Cuba – Costa Rica - Francia

AGOSTO de Armando Capó

 

Guatemala- Argentina

LOS FANTASMAS de Sebastián Lojo

 

México

BLANCO DE VERANO de Rodrigo Ruiz Patterson

 

México - España

SIN SEÑAS PARTICULARES de Fernanda Valadez

 

Perú

MANCO CAPAC de Henry Vallejo

LA RESTAURACIÓN de Alonso Llosa

SAMICHAY, EN BUSCA DE LA FELICIDAD de Mauricio Franco

 

COMPETENCIA DOCUMENTAL

Argentina

LAS RANAS de Edgardo Castro

 

Brasil

FICO TE DEVENDO UMA CARTA O BRASIL de Carol Benjamin

FÉ E FÚRIA de Marcos Pimentel

 

Chile

EL AGENTE TOPO de Maite Alberdi

 

Colombia – Uruguay - Argentina

DOPAMINA de Natalia Imery

 

Cuba

A MEDIA VOZ de Heidi Hassan y Patricia Pérez

 

México

MARICARMEN de Sergio Morkin

COSAS QUE NO HACEMOS de Bruno Santamaría

 

Perú

CÍRCULO DE TIZA de Jean Alcócer y Diana Daf Collazos

MUJER DE SOLDADO de Patricia Wiesse Risso

EL CANTO DE LAS MARIPOSAS de Núria Frigola Torrent

VOLVER A VIVIR de Wilfredo Medina Padilla

 

Venezuela

ÉRASE UNA VEZ EN VENEZUELA de Anabel Rodríguez Ríos

 

Las recomendadas

En Competencia Ficción resalta la brasileña A febre, las mexicanas Blanco de verano y Sin señas particulares, la chilena Blanco en blanco y las argentinas El cuidado de los otros y Las mil y una. En Competencia Documental la cubana A media voz, la chilena El agente topo, la venezolana Érase una vez en Venezuela y la argentina Las ranas.

El invitado de honor de este año será el cineasta francés Olivier Assayas, de quien se podrá ver tres de sus películas, incluyendo el clásico Irma Vep. Habrá varios eventos gratuitos y online. Desde hoy lunes 10 hasta el viernes 14, se realizará la preventa de entradas. Todas las entradas adquiridas tendrán una duración de 48 horas.