Permítanme la
comparación. Los primeros momentos en la profundidad de los cenotes en Yucatán
es lo que me imagino vislumbran los Na’vi cada que hacen una conexión con Eywa,
esa divinidad terrenal que encierra toda la cosmovisión de dicha raza, la que
incluye además información confidencial y premonitoria que solo puede ser
comprendida por los que la rezan. Y es que luego del prefacio, todo el surtido
visual y sonoro de Cenote (2019) de
inmediato se asocia al imaginario del contexto. La directora Oda Kaori, a fin
de introducirnos a las leyendas y testimonios que se remontan desde la época
prehispánica hasta el presente, se inclina por el terreno de la abstracción
para desarrollar su documental. Es a partir del terreno de lo indeterminado que
el espectador va reconociendo lo que es propiamente intangible, difícil de ser
asimilado desde una composición objetiva o teórica.
Es a propósito de esa
abstracción que Cenote me recuerda
también al exquisito documental Leviathan
(2012). Al igual que el filme de Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel, la
película de Kaori es un ejercicio de la estimulación sensorial que crea un
discurso independiente al discurso primario. Uno se encamina a descubrir la
rutina de pescadores, el otro a revelar el lado misterioso de un vestigio
histórico, pero al margen son también películas que encuentran sentido bajo un
valor puramente expresivo. Cenote por
momentos descubre destellos de la filmografía de Stan Brakhage. La textura de lo
inanimado librado de un contenido narrativo gesta por sí solo una experiencia
estética. Ahora, lo cierto también es que existe un momento de estancamiento en
este filme. A medida que avanza, Cenote
va devaluando ligeramente ese atractivo, y no por lo reiterativo, sino porque
no logra repetir el alto grado de surrealismo de las escenas iniciales, que
incluían las voces en off,
seguramente nadadores de paso, pero que dentro del campo visual parecían
esquematizar ese “más allá”.
Puedes ver la película por Festival Scope en este link: http://bit.ly/38MTKn2