Su
complejidad narrativa que despliega fracturas en el espacio y el tiempo me
retrae a la filmografía portuguesa moderna. Pienso en Manoel de Oliveira —promotor de
un estilo que rompe con la discursiva tradicional sin dejar de asistir a los
relatos tradicionales—,
Rita Azevedo, Miguel Gomes, y en menor medida a Pedro Costa y Joao Pedro —el de O ornitólogo (2016)—.
Claro que Paula Gaitán tiene una influencia afrancesada muy patente. Luz nos
trópicos (2020) es una película que amasa ideas; eso sí, sin llegar a
alguna teoría en concreto. Gaitán parece avalar por lo emocional antes que lo
discursivo, además de pensar que
no se puede llegar al segundo sin pasar por el primero. Su
extenso filme no solo es poético por su sentido lírico, sino también por expresarse
desde lo sensible, proveyendo al espectador más una experiencia que un
adiestramiento. Obviamente, esto no evita que sea una película por el cual no
dejemos de pensar en base a conceptos que son ajenos a lo sensible, intangible o
como queramos llamarlo. Ahora, por muy europeo que sea su tratamiento fílmico,
el contenido manifiesta tópicos muy familiares al escenario latinoamericano.
Tenemos
en principio un presente en donde vemos el retorno de un “citadino” a su tribu,
luego un viaje de expedición como los tantos que hubo entre el siglo XVIII y
XIX, en donde europeos se aventuraban a las zonas exóticas de alguna comunidad
“no civilizada” de América. Ya después, es un surtido temporal que apuesta por
lo alegórico, lo performativo y no dejando de retornar a lo documental. Los
personajes se convierten en viajeros del tiempo, no pertenecen a ningún lugar
en específico, pero los reconocemos dentro de distintas partes. Desde una
lectura del imaginario latinoamericano, el derrotero del colonialismo, desde
sus principios hasta sus consecuencias, es dominante en la trama. Por muy
confuso o voluble que sea su argumento, no puedo dejar de pensar en que se está
expresando una reflexión sobre el encuentro entre estos dos mundos: el
continente europeo y el americano. No hay mucha diferencia cuando el Amazonas
es reemplazado por algún escenario que en algún punto del pasado fue territorio
de los indios americanos en el lado norte del mismo continente. El tránsito de
uno de sus descendientes emulando antiguos ritos, no está lejos de ese
personaje del principio que más bien retornó para “recordar”.
En
un sentido universal, Luz nos trópicos es una película sobre el tránsito
del tiempo, la historia, el paso del amanecer al crepúsculo, cambios espaciales
y temporales que en cierta manera han manifestado siempre un contraste, una
pugna eterna. Gaitán parece revisitar los principios de Heráclito, que para un
día existe una noche o para un bien existe un mal, y es, en efecto, esa
divergencia la que provoca un equilibrio, la existencia, la transcendencia de
las cosas. Otro punto importante es contemplar este razonamiento desde la
presencia de la naturaleza. Dentro de esta surgen nuevas revoluciones, conocimientos,
artificios, sin embargo, la naturaleza es la misma, el invierno sigue siendo el
mismo invierno de hace siglos. Al final de Luz nos trópicos, suena Winter
in America. La letra contrapone el pasado y el presente de una nación, la devastación
de las sociedades originarias que han sido aplastadas por calles de asfalto.
Esto se escucha mientras que la cámara hace un travelling, tal vez, por New
York. La estrofa suena como un mantra en una ciudad dominada por el artificio.
Muy
a pesar de ese panorama lánguido o hasta decadente de ese conocimiento
originario, siempre habrá alguien en busca de ese saber, y así retornamos al inicio
de esta película, de alguien interesado en el principio de las cosas. Si algo
fue constante históricamente es el deseo de conocer ese “otro” conocimiento.
Esto, en cierta medida, es también un ánimo de preservación. Es curioso cómo
este razonamiento resulta un tanto equivalente si se observa la filmografía de Paula
Gaitán a manera general. Luz nos trópicos parece un condensado de su
filmografía. Es una mezcla de documental etnográfico, como lo fue Uaká (1989),
es un cine de diario de búsqueda, tal como se define Diário de Sintra (2008)
y Memória da memoria (2013). La naturaleza, el exilio, el valor
cultural, el deseo de expedición al mejor estilo de los románticos alemanes o
el de George Melies de Viaje a la Luna (1902), que cita en Uaká y
rescata una vez más en su largometraje por unos segundos —otra evidencia de que la
directora asume la exploración de la naturaleza como un principio o necesidad
existencial universal—, son constantes, trascendencias, preservaciones de su
cine orientado al valor de lo primitivo.