jueves, 15 de julio de 2021

Curso Lenguaje e Interpretación del cine - Ciclo Invierno


Video promo: https://bit.ly/3B6umrf

15 VACANTES

TURNO: 10:30am – 1pm (Hora peruana) 

Sílabo: https://bit.ly/3hI4hYd

Días: sábados del 14 de julio al 4 de setiembre

Duración: 4 sesiones (2.5 horas c/u) – 10 horas total

Inscripción: Enviar datos completos, número de contacto y comprobante de pago a esquivescarlos@gmail.com

Modo de pago: http://bit.ly/3nVZ0Nl


Presentación: Más allá de la apreciación, la interpretación es un medio para agudizar los sentidos. Más que una contemplación, el interpretar es un acceso al análisis, el reconocimiento de los elementos y componentes, y la posterior reflexión para hallar un sentido lógico entre estos mismos. Examinado el objeto o creación, recién se podría hablar de una apreciación. Es mediante lo expreso que el curso LENGUAJE E INTERPRETACIÓN DEL CINE está dedicado “al observar”, antes que “el ver”.

miércoles, 7 de julio de 2021

4 Frontera Sur: Luz nos trópicos (Sesiones Especiales / Foco: Paula Gaitán)

Su complejidad narrativa que despliega fracturas en el espacio y el tiempo me retrae a la filmografía portuguesa moderna. Pienso en Manoel de Oliveira promotor de un estilo que rompe con la discursiva tradicional sin dejar de asistir a los relatos tradicionales, Rita Azevedo, Miguel Gomes, y en menor medida a Pedro Costa y Joao Pedro —el de O ornitólogo (2016)—. Claro que Paula Gaitán tiene una influencia afrancesada muy patente. Luz nos trópicos (2020) es una película que amasa ideas; eso sí, sin llegar a alguna teoría en concreto. Gaitán parece avalar por lo emocional antes que lo discursivo, además de pensar que no se puede llegar al segundo sin pasar por el primero. Su extenso filme no solo es poético por su sentido lírico, sino también por expresarse desde lo sensible, proveyendo al espectador más una experiencia que un adiestramiento. Obviamente, esto no evita que sea una película por el cual no dejemos de pensar en base a conceptos que son ajenos a lo sensible, intangible o como queramos llamarlo. Ahora, por muy europeo que sea su tratamiento fílmico, el contenido manifiesta tópicos muy familiares al escenario latinoamericano.

Tenemos en principio un presente en donde vemos el retorno de un “citadino” a su tribu, luego un viaje de expedición como los tantos que hubo entre el siglo XVIII y XIX, en donde europeos se aventuraban a las zonas exóticas de alguna comunidad “no civilizada” de América. Ya después, es un surtido temporal que apuesta por lo alegórico, lo performativo y no dejando de retornar a lo documental. Los personajes se convierten en viajeros del tiempo, no pertenecen a ningún lugar en específico, pero los reconocemos dentro de distintas partes. Desde una lectura del imaginario latinoamericano, el derrotero del colonialismo, desde sus principios hasta sus consecuencias, es dominante en la trama. Por muy confuso o voluble que sea su argumento, no puedo dejar de pensar en que se está expresando una reflexión sobre el encuentro entre estos dos mundos: el continente europeo y el americano. No hay mucha diferencia cuando el Amazonas es reemplazado por algún escenario que en algún punto del pasado fue territorio de los indios americanos en el lado norte del mismo continente. El tránsito de uno de sus descendientes emulando antiguos ritos, no está lejos de ese personaje del principio que más bien retornó para “recordar”.

En un sentido universal, Luz nos trópicos es una película sobre el tránsito del tiempo, la historia, el paso del amanecer al crepúsculo, cambios espaciales y temporales que en cierta manera han manifestado siempre un contraste, una pugna eterna. Gaitán parece revisitar los principios de Heráclito, que para un día existe una noche o para un bien existe un mal, y es, en efecto, esa divergencia la que provoca un equilibrio, la existencia, la transcendencia de las cosas. Otro punto importante es contemplar este razonamiento desde la presencia de la naturaleza. Dentro de esta surgen nuevas revoluciones, conocimientos, artificios, sin embargo, la naturaleza es la misma, el invierno sigue siendo el mismo invierno de hace siglos. Al final de Luz nos trópicos, suena Winter in America. La letra contrapone el pasado y el presente de una nación, la devastación de las sociedades originarias que han sido aplastadas por calles de asfalto. Esto se escucha mientras que la cámara hace un travelling, tal vez, por New York. La estrofa suena como un mantra en una ciudad dominada por el artificio.

Muy a pesar de ese panorama lánguido o hasta decadente de ese conocimiento originario, siempre habrá alguien en busca de ese saber, y así retornamos al inicio de esta película, de alguien interesado en el principio de las cosas. Si algo fue constante históricamente es el deseo de conocer ese “otro” conocimiento. Esto, en cierta medida, es también un ánimo de preservación. Es curioso cómo este razonamiento resulta un tanto equivalente si se observa la filmografía de Paula Gaitán a manera general. Luz nos trópicos parece un condensado de su filmografía. Es una mezcla de documental etnográfico, como lo fue Uaká (1989), es un cine de diario de búsqueda, tal como se define Diário de Sintra (2008) y Memória da memoria (2013). La naturaleza, el exilio, el valor cultural, el deseo de expedición al mejor estilo de los románticos alemanes o el de George Melies de Viaje a la Luna (1902), que cita en Uaká y rescata una vez más en su largometraje por unos segundos —otra evidencia de que la directora asume la exploración de la naturaleza como un principio o necesidad existencial universal—, son constantes, trascendencias, preservaciones de su cine orientado al valor de lo primitivo.

Puedes ver Luz nos trópicos de manera gratuita hasta el 14 de julio: https://online.fronterasurfestival.com/film/luz-nos-tropicos/

lunes, 5 de julio de 2021

4 Frontera Sur: El piso del viento (Iluminaciones)

Hasta el 14 de julio va la cuarta edición de Frontera Sur, festival internacional de cine de no-ficción. Su programación podrá verse de forma gratuita en su web desde Chile y gran parte de ella en toda Latinoamérica. Solo tienen que registrarse previamente.

La casa familiar en el cine de Andrei Tarkovsky es escenario esencial en las escenas de sueños. En estos siempre se ven los hogares de la infancia, ese primer terruño en donde los protagonistas construyeron sus emociones y temores que rebrotarán en su tiempo de adultos. Incluso, fuera del ámbito de los sueños, las casas de estos protagonistas tienen algo o mucho de su domicilio primigenio. En una escena de Solaris (1972), un veterano astronauta llega a la morada de un amigo suyo y queda fascinado por el hogar de este último. El dueño confiesa que hizo una copia exacta de la casa de su abuelo. Aunque no lo menciona, es seguro que el árbol a las afueras del lugar también fue plantado adrede para emular con mayor proximidad ese escenario que abraza con nostalgia. Al margen de la abstracción que provoca el cine de Tarkovsky, sus historias también se valoran a partir de los conceptos universales que confirman el fuerte vínculo que existe entre la humanidad y sus recuerdos, ello estimulado mediante la arquitectura, la naturaleza o elementos que sus personajes perciben en su presente o rescatan en sus momentos de sueño, que no es más que una fuga recurrente hacia su pasado.

El piso del viento (2021) coincide en ese pensamiento sin escalar a un punto alto de la abstracción. Los directores Gustavo Fontán y Gloria Peirano convocan a un grupo de personas para que ingresen a un piso deshabitado con el fin de poner al descubierto esa perspectiva que relaciona a estas personas de criterios, rutinas y generaciones distintas. Estos juegan a ser los inquilinos interesados en un territorio que nunca habían visto, pero por alguna razón les recuerda a sus territorios, sea los actuales o los de la infancia. Por paradójico que suene, esas paredes blancas con áreas vacías están llenas de recuerdos de personas que nunca habían estado en ese lugar. Es como el retirado astronauta de Solaris que llega por primera vez a un hogar que lo reconforta. ¿Es que ha percibido algo familiar en esa casa o es solo su deseo recurrente de recordar? Los personajes de El piso del viento tendrán antecedentes o apreciaciones distantes, sin embargo, todos en algún momento citan al pasado. Ellos, en algún punto de su recorrido en esas habitaciones, miden su valoración en base a sus precedentes, razonan empíricamente, hacen regresiones de manera automática, están en un punto lejano, pero se acuerdan de Buenos Aires o del hogar de la abuela.
Ahora, por qué no, esta película puede ser evaluada también como una experiencia abstracta a propósito de su exhortación lírica. Tenemos pues a este grupo de personas que ingresan a un lugar vacío e imaginan ver trazos que “no están”. Ellos miran coincidencias que lucen forzadas para una mirada ajena, siendo algunas visiones o proyecciones más complejas y profundas que otras. Esto podría ser equivalente al ejercicio de un sujeto ingresando a una galería de arte, observando lienzos que interpreta en base a su sensibilidad, que no es más que un condensado de sus vivencias previas, una selección de recuerdos que valora y añora. Claro que, a diferencia de una pintura o escultura, aquí estamos tratando con una construcción más universal, algo que por cierto no intimida a que los protagonistas compartan sus impresiones o pensamientos. Gustavo Fontán y Gloria Peirano, salvo por ciertas ocasiones, no se esfuerzan por guiar a sus invitados a que opinen sobre ese “cuadro vacío” con total libertad. Sucede que todos hemos estado vinculados en algún momento a un hogar. Es decir; todos somos expertos en la materia cuando se trata de opinar sobre nuestro lugar de procedencia, nuestros recuerdos, sean buenos o malos.