En el marco del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, se libera de manera gratuita hasta el 30 de octubre la restauración de Alias "La Gringa", de Alberto "Chicho" Durant, a través de la plataforma digital latinoamericana Retina Latina, como para hacernos recordar que aún nuestro país no cuenta con una cinematica nacional o incluso una plataforma digital de cine nacional gestionada por el Estado.
La película de Chicho Durant
inicia con un panorama al centro limeño de finales de la década de los 80 a principios
de los 90. Solo le falta el hedor que brota de algunas alcantarillas para
pensar que estamos ante la caótica New York que describieron Martin Scorsese,
Walter Hill o William Lustig. Es un escenario de luminosidad para noctámbulos y
de un abarrotamiento público entre nocivo y embriagador, un paseo por una jungla
lleno de criaturas exóticas que alientan al desorden. Ese momento es la
“Máquina del tiempo” de la película. En paralelo, se nos va introduciendo a la
historia de una fuga que parece impostergable, aquella que depende de su mismo
protagonista quien se resiste a finiquitarla. Alias “La Gringa” (1991)
está a la línea de las películas que retratan a personajes “incorregibles”. Ahí
están Le voleur (1967) o The Old Man and the Gun (2018);
historias que no describen a delincuentes presumiendo un linaje temerario, sino
a sujetos encurtidos por un estilo de vida que, tomando en cuenta sus
antecedentes, floreció casi de manera congénita. No es un oficio o una
necesidad por sobrevivir la que empeñan, es más bien el apasionamiento por una
naturaleza o identidad asociada a un patrón, una serie de códigos morales que
de paso distancia a estos individuos del común asociado a las normativas o
fantasías habituales.
Alias “La Gringa” tiene un trayecto sin bajos. El
solo hecho de que estemos tratando con la historia de un hombre que se divide
entre ser prófugo o aspirante a serlo (por enésima vez), ya la acredita como un
relato en continuo dinamismo. Al margen de esa rutina del escape, a la ruta del
mentado “La Gringa” (Germán González) se le suman además una serie de
personajes u obstáculos que lo animarán a no cesar su fuga. La película de
Durant es el encadenamiento de diversos conflictos, cada uno perfilado como un
desafío digno de no subestimar. Un excompañero de evasión, el director de la
cárcel, un maestro, la amante que lo aguarda a kilómetros de la isla en donde
fue confinado. Todos de alguna manera son una dosis de adrenalina para el hábil
reo; ellos son una razón más para salir o volver a la “cana”. “La Gringa” se
presenta como un sujeto desligado a un lugar fijo. Es a propósito de esto que
surge una curiosidad. Mientras que para el espectador la cárcel o huida son
reconocidos como situaciones que generan una confrontación, para el
protagonista que las vive es parte de su cotidiano. El hecho que un enemigo
suyo desee ajustar cuentas con él, lo trae sin cuidado. ¿Cuándo entonces reconoce
un conflicto el personaje principal? Eso sucede cuando aparece esa opción de
estabilizarse. Como decía el Joker: “Soy un
perro persiguiendo autos. ¡No sabría qué hacer con uno si lo atrapara!”. El
plan de escapar y asentarse en Ecuador para “La Gringa” es el equivalente a eso
que es lejano e imposible de alcanzar. Por tanto, el conseguirlo implica la
desconfiguración de su verdadero propósito. Estamos hablando de un hombre sin
más propósito que el reincidir a la vida de prófugo una y otra vez. El
fantasear con una vida estable se lo cede a los que siguen las normas, sea por
conducto regular o pagando la respectiva coima. Es por esa razón que el aproximarse
a una vida sedentaria hace estremecer a “La Gringa”. Es el miedo ante la
probabilidad de abandonar su naturaleza. Ese es el único conflicto del
protagonista. Lo resto son gajes del oficio, incidencias habituales, el
combustible que alimenta su rutina de hombre estructurado por un código, uno
que por cierto tiene su propio apartado moral. Alias “La Gringa”, así
como tantas películas de villanos, reconoce a estos como los héroes dentro de
su propio universo. En tanto, en ese contexto se revela otra clase de enemigo,
uno más rastrero, el cual también tiene su propio código moral. Aquí los
enemigos son los terrucos, descritos como los que están peldaños más abajo,
moralmente hablando, dictados por una doctrina que resulta insensata hasta para
el más ignorante o sanguinario delincuente.