Del 18 de junio al 15 de julio, el Centro Cultural de la PUCP presentará Rostros y susurros: Cien años de Ingmar Bergman. La oficina de prensa comparte una reseña que Federico de Cárdenas, fallecido semanas atrás, preparó para este homenaje al director sueco. Este sería el cierre de una larga labor como gestor de cine que el crítico tuvo a través de la Filmoteca del CCPUCP.
Ingmar Bergman (1918 – 2007)
Hijo de un
pastor luterano de marcado rigor y de una madre distante a la que adoraba, con
precoz vocación manifestada en su dominio cuando niño del teatro de marionetas,
Ingmar Bergman siguió estudios en la universidad de Estocolmo y obtuvo una
licencia en literatura e historia del arte con una tesis sobre August
Strindberg, autor teatral que fue con Ibsen una gran influencia en su vida. Su
formación procede de los años en que permaneció ligado al teatro universitario
y posteriormente fue ayudante de dirección del Gran Teatro Dramático de
Estocolmo, donde estrenó una temprana obra, La
muerte de Kasper en 1941. Dos años después la productora estatal Svensk
Filmindustri (SF), que buscaba jóvenes guionistas, lo contrató para su
departamento de guiones.
Un año más
tarde su nombre ingresa a la industria gracias a que la misma empresa produjo
una película a partir de un guion adaptado por el propio Bergman de su novela
corta Tortura (Hets), que dirigió Alf
Sjöberg. Entre 1944 y 1955 fue responsable artístico del teatro municipal de
Helsingborg, etapa en la que también dirigió su ópera prima, Crisis (1946), producida por la Svenks Filmindustri, a
la que siguió una serie de películas para el productor independiente Lorens
Malmstedt, en las cuales aparecen ya sus preocupaciones trascendentales y que
le lograron cierto reconocimiento local. En lo internacional, Bergman es
descubierto a inicios de los años 50 por la crítica argentina y uruguaya, que
se adelantó a cualquier otra.
Sin embargo
no fue hasta la aparición de la comedia Sonrisas de una noche de verano
que el nombre de Bergman empezó a ser conocido a escala mundial. El éxito que
alcanzó esta película en el Festival de Cannes de 1956 lo convirtió en el autor
más apreciado dentro del cine europeo, y ello propició que se recuperaran
numerosos filmes anteriores suyos.
El cine de
Bergman recoge la herencia formal del expresionismo alemán y de la tradición
naturalista escandinava, en especial la de la obra silente de Victor Sjöström
–a quien consideraba su maestro y dirigió en Hacia la felicidad y Las
fresas salvajes-; también destaca por su gran sentido plástico y
aprovechamiento de las posibilidades del blanco y negro y luego del color. Sus
filmes giran en torno a constantes temáticas, en especial la muerte y el amor,
marcadas por las preocupaciones existencialistas y religiosas del autor, y
abordadas con un tono metafísico y una densidad de diálogos insólita para la
época.
En el amplio
conjunto de su obra ha escrito, producido y dirigido películas que abarcan
desde la comedia ligera al drama psicológico o filosófico más profundo. En su
universo de autor el contenido sexual está siempre presente, si bien tratado
con extremo lirismo. Película emblemática dentro de su filmografía por su gran
repercusión entre el público y la crítica, El
séptimo sello (1956) constituye una alegoría que indaga en la relación del
hombre con Dios y con la muerte, para la cual empleó recursos narrativos y
formales tomados de la iconografía cristiana, en esta historia en la que un
cruzado que huye de la peste con un grupo de comediantes reta a la muerte a
jugar ajedrez. Su virtuosismo y sentido poético se hacen evidentes en Las fresas salvajes (1957), recreación
de episodios de su propia infancia para la que utilizó una estructura temporal
de narraciones superpuestas y presentó una de las mejores secuencias oníricas
que pueda encontrarse en el cine.
La posición
de Bergman como director se consolidó plenamente a lo largo de la década de
1960 a partir de su trilogía religiosa (Como
en un espejo, uz de invierno, El silencio). Pero la obra más representativa
de esta etapa es Persona (1966),
donde destacan las simetrías entre las actrices protagonistas, los primerísimos
planos y el empleo evocador del sonido y la música. Bergman continúa explorando
de película en película el alma humana, su incapacidad para la comunicación,
para sentir y recibir amor.
Los 70 son
años de pleno reconocimiento internacional para el director, en que los éxitos
y los premios se suceden: Cannes, Hollywood, Venecia, Berlín... Su dedicación
al cine no le impidió, sin embargo, continuar trabajando para el teatro -su
vocación primera- y la televisión, para la que produce y dirige Escenas de la vida conyugal en doble
versión, elaborando al mismo tiempo
una más concentrada para la pantalla grande.
En 1976
abandonó abruptamente su país al ser acusado injustamente de fraude fiscal y se
instaló en Munich, donde creó su propia productora. El huevo de la serpiente, De la vida de las marionetas datan de
estos años. De retorno a Suecia cuando se le dio la razón, rueda su película
más encantadora, Fanny y Alexander
(1982), una evocación poética de su infancia concebida también como su cálido
adiós al cine.
Poco después
Bergman decidió retirarse “por temor a no poder alcanzar el rigor necesario en
sus siguientes películas”, si bien retornó al cine en ocasiones (En presencia del clown, Sarabanda) que
demostraron que su arte depurado y personal visión del mundo seguían intactos.
Gran director de actores, supo rodearse de un maravilloso grupo hombres y
mujeres que dieron vida a los personajes que su imaginación creaba.
Aislado por
voluntad propia en la isla Faro, donde vivió retirado y siguió produciendo,
publicó sus memorias en dos magistrales volúmenes, Linterna mágica (1988) e Imágenes
(1990), y escribió guiones que cedió a otros directores, entre ellos su
hijo Daniel, su ex esposa la actriz Liv Ullmann y Bille August. Falleció
durante el sueño poco después de cumplir 89 años, cuando era considerado de
forma unánime uno de los cineastas más representativos de la segunda mitad del
siglo XX y uno de los pilares del séptimo arte. Su casa en Faro, convertida en
museo, es lugar de peregrinaje para cineastas y cinéfilos del mundo entero. Federico
de Cárdenas.