Alejandro Amenábar hasta la actualidad ha indagado por las vertientes del género del thriller, el romance –este con unas inclinaciones futuristas –el terror y el drama. Ágora (2009), su última producción, se encuentra ubicado dentro del género épico, más no una épica con deseos de aspirar a ser una epopeya comercial. La trama que se imparte en Ágora es discursiva, ajena a los estereotipos o prototipos pertenecientes al género. Amenábar toma por excusa un suceso histórico para desentrañar la evolución de dos dogmas tradicionalmente opuestos y que lograron sobrevivir al paso de los años. Ágora es el prólogo a estas dos creencias; la ciencia y el cristianismo.
El filme se compone en dos partes: el incendio de la Biblioteca de Alejandría –principal recinto donde se albergaban una gran multitud de manuscritos que contenían los más representativos conocimientos “paganos”, tanto religiosos como científicos –y el ascenso del cristianismo como única creencia dentro de la polis egipcia. Ágora es un relato en tiempos del caos y la violencia. La vida entonces estaba compuesta por continuas afrentas y debates los cuales casi siempre desataban ríos de sangre, masacres y revanchas que parecían no tener fin. Así por igual, se reconoce a estas dos principales creencias, tanto la fe como la ciencia, como dos ideologías que luchan por descubrirse, cada una independientemente de la otra, cada una sobreviviendo o intentando superarse frente a sus enemigos. Será el caso de la ciencia quien se verá superada por el cristianismo, la cual imparte una política de persecución y extinción a las falsas creencias, dicha campaña iniciada con la quema de la Biblioteca de Alejandría, bastión del saber pagano.
En Ágora, los orígenes del cristianismo son duramente expuestos, muy a diferencia de lo que podría ocurrir en una épica de género donde la cristiandad casi siempre es símbolo de libertad, una lucha constante ante fuerzas malignas, sean gobiernos tiránicos o impartiendo una gesta similar al que se dio en las Cruzadas; la fe y el cristianismo reflejados como el “camino correcto”. Amenábar, sin embargo, cuestiona el ejercicio inicial del cristianismo, esta como una ideología que intenta apoderarse de la coyuntura social. Ágora, históricamente, es el antesala a la Edad Media, tiempo donde la fe era un gobierno que restringía cualquier espacio o sentimiento ajeno a su religiosidad. Es por esto que gran parte de sus personajes, todos cristianos, son seres impulsivos y pasionales, siempre con una postura ofensiva e interpretando el lenguaje “del resto” como un gesto subversivo. Lo curioso es que el personaje principal del filme de Amenábar no es un aspirante a santo o un predicador cristiano; es un perseguido más, una bruja, una hechicera, una filósofa.
A pesar de ser un tiempo donde la filosofía era aún una presencia fundamental en todo gobierno, Hipatia (Rachel Weisz) es la única filósofa que interviene en escena. Ella, además de impartir su ideología sostenida por la razón, está obsesionada con los astros, especialmente sobre cómo rige el movimiento de ellos; cuál es el centro del universo, quién rodea a quien, de qué forma lo hace. Hipatia día y noche teoriza y replantea las ideas de Tolomeo y Apolonio; esa es su razón de vida. Hipatia es una mujer que se ha divorciado de su femineidad a expensas de todos. Ha dejado de ser “mujer” para ser filósofa y mujer de ciencia. Esto perjudicará a Orestes (Oscar Isaac) y Davus (Max Minghella), el primero uno de sus aprendices, mientras que el segundo un esclavo suyo. La naturaleza de ambos jóvenes coinciden en amar a la filósofa, ambos se han obsesionado con su propio astro, la bella Hipatia, la inalcanzable e indescifrable. Por otro lado, cada uno confronta con su otra ideología, la fe. Ambos personajes también coinciden en su creencia frente al cristianismo, una cuestionable. Tanto Orestes como Davus fueron a principio paganos, sin embargo, el paso del tiempo los ha inclinado a ser cristianos, el primero representando una labor gubernamental, mientras que el segundo siendo un militante más, un combatiendo en las arenas, decapitando a cualquier pagano o judío que se niegue a aceptar las leyes del cristianismo.
Es así como Amenábar se aprovecha de este seudo-triángulo amoroso para revelar dos formas de asumir las creencias en general, donde se diferencia los deseos de poder y los deseos de entender o aprender (lo que en lenguaje cristiano se entiende como predicar). Por un lado, los cristianos luchan por escalar más allá de lo logrado. Luego de ser la religión oficial, la aspiración deja de ser religiosa para ser política. El personaje de Sinesius (Rupert Evans) es fundamental para entender dicho punto. Él se ubica al límite de su acción política, aunque siempre velando por la representatividad del cristianismo. De otro lado, la ciencia lucha por conocer, más no por destruir a sus “enemigos”. La figura de Hipatia siempre es neutral, guiada por un gesto de sabiduría, muy opuesto al sesgo impositivo de la religión.
Muy aparte de esto, así como ocurre con la religión, la ciencia aún está errada. Si bien el cristianismo para entonces no podía reconocer la manera correcta de propagar su fe, la ciencia no encuentra respuesta a sobre cómo y por qué giran de tal forma los astros. Ágora es la búsqueda incesante a la respuesta; cuál es la forma correcta de la cosas. Davus se pregunta si en realidad el cristianismo es la verdadera religión. Hipatia se cuestiona frente a la ley de los astros. Todos los personajes del filme van girando ante su propio centro, sea la ciencia, la religión o el amor, sean dioses, astros o personas. Orestes se cuestiona el “porqué preguntarnos cómo se mueven los planetas si en el mundo el movimiento es distinto y villano”. El conocer esa respuesta tendría una sola reacción; la indiferencia. Ágora es un mundo que está en continua marcha, en movimiento, en evolución, más ninguno de sus personajes reconoce lo que está provocando. Ni los cristianos saben que están promoviendo una de las creencias que será muy influyente a un futuro ni Hipatia conoce que tanto le servirá a los futuros científicos sus estudios astronómicos. El mundo gira a “revoluciones”, más lo personaje no se percatan de ello.
Un punto controversial sería entender Ágora –o el pensamiento de Alejandro Amenábar –como un gestor anti-cristiano, algo que obviamente así lo interpretaron algunas sociedades de la Iglesia luego de su estreno. Un caso similar había ocurrido con su anterior película Mar adentro (2004), donde se relata la biografía de Ramón San Pedro, un parapléjico que lucha por se le conceda la eutanasia. Desde un perfil agudo, Mar adentro podría pasar como una película que apoya dicha acción, un “no” a la vida, algo que su mismo director negó y que es más bien un “sí” a la vida; observar desde las vivencias de Ramón San Pedro el valor de la vida, una especie de psicología a la inversa que por cierto se puede sostener de varias escenas cómicas y jubilosas que se manifiesta en dicho filme. Pasa lo mismo con Ágora, si bien el cristianismo se ve empañado por un velo oscurantista (sus mismos adeptos visten túnicas negras), la presencia de Hipatia se representa como un símbolo mesiánico. Recuérdese que la religión por muchos años había tomado la figura femenina como símbolo de la perversión, y es más bien una mujer la que proclama igualdad entre todos los seres vivientes. En muchas partes de la película, Hipatia parece patentar frases que en un pasado el mismo Mesías pudo haber citado. Amenábar es irónico desde ese sentido. Encara las ridículas y pasadistas posturas de la religión, sobre el machismo y su afrenta con la ciencia, ambas posturas inmersas en la presencia de Hipatia, quien a final de la película será ajusticiada, apedreada, crucificada.
Alejandro Amenábar desde una perspectiva puede decepcionar para algunos. Sus anteriores películas siempre han contenido un giro motivacional, un suspense, un drama, algún gesto emocional que no provoca un estancamiento de los hechos. En Tesis (1996) una estudiante va descartando posibles responsables de una mafia macabra, en Abre los ojos (1997) el personaje principal se debate entre la realidad y el sueño, en Los otros (2001) una madre de familia intenta resolver el misterio de unos posibles invasores de su propiedad, e inclusive en Mar adentro (2004) no se sabe si Ramón San Pedro logrará su cometido de autodestruirse. En el último filme de Amenábar no se reconoce un propósito argumental, simplemente es la exposición de dos historias en diferentes momentos, ambas interpretando dos hechos en concreto, no originando una trama compleja e inestable. Ágora, sin embargo, es valiosa desde su discurso, desde lo que se quiere decir a través de los primeros pasos de la ciencia y el cristianismo. El director de origen chileno ha optado por un cine más dialéctico y argumental, se ha divorciado de un cine emocional –ese lado hitchcockiano muy bien interpretado en todos sus filmes –pero que le ayudan a replantearse como director.