Luego de Batman Begins
(2005), Christopher Nolan realiza The Prestige (2006), una película erróneamente
calificada como menor, tomando en cuenta que es esencial para poder enriquecer
los patrones argumentales de muchas de sus películas de partir en adelante.
Nolan, hasta antes de su primera parte del personaje del cómic, había realizado
películas que ya ponían en evidencia su otra obsesión: la narración de
estructura no convencional. A esto se sumaba una gran habilidad por apropiarse
del género del thriller que invocaba además al cine negro, a propósito de su
introducción a perfiles engañosos, estafadores o artificiosos. Entonces aparece
su primer Batman y surgió el cuestionamiento: ¿Por qué a Nolan le interesaría
el personaje de un cómic? En esa versión, el británico revisa los antecedentes
del héroe a fin de justificar el nacimiento del mito gótico, no sin antes
enfrentarlo a sus miedos. Es una buena película, pero formidablemente compleja
si es que lo analizamos desde un criterio de los arquetipos de la psicología
analítica, lectura que resultará aún más estimulante en su siguiente parte, The
Dark Knight (2008), en donde se concientiza y personifica el reto del héroe
y, por lo tanto, su razón de ser: el villano o el reverso de su “yo”. Los
arquetipos universales estudiados por Carl Jung son la guía académica para la
trilogía de Batman, pero también Inception (2010), Interstellar
(2014), Tenet (2020) y sobre todo Oppenheimer (2023).
Pero decía, The Prestige
es clave para introducirnos a la mirada del autor. Se podría decir que esta
película fue la respuesta a esa interrogante señalada líneas arriba. Con Batman
Begins, Nolan se zambullía a los modelos del inconsciente universal orientados
por el héroe, el villano, el mentor y demás; pero muchos interpretaron o
redujeron esa producción como un efecto del autor siendo absorbido por el cine
comercial. Pueda que sea la película menos sofisticada entre su filmografía; muy
a pesar, The Prestige debería ser considerada como una obra que robustece
el significado de Batman Begins o un ensayo en el cual por primera vez
expone al espectador sus conceptos a partir de preguntas como qué es un
director de cine, cuál es su meta y qué es lo que lo inspira a hacer películas.
Obviamente, esos planteamientos no son literales. En su lugar, asiste al oficio
de la magia para entender el oficio del cineasta. Recordemos su argumento. Esta
historia inicia con una voz en off. El personaje de Michael Caine expone
los tres momentos de todo acto de magia. La promesa (¿el acto es real o mentira?),
el giro (sucede algo extraordinario), la prestidigitación (o el acto final del
truco). Por su parte, estos tres momentos podrían adaptarse a una película: el
director de cine nos presenta una historia verosímil, lo común se vuelve
extraordinario y, finalmente, el cierre de la historia deja al espectador con
esa sensación de que lo visto fue “casi” real e impredecible. En conclusión,
ambos oficios, además de entretener, identifican a un público que durante todo
el acto busca ser engañado por un secreto (de mago o de director de cine) que
nunca deberá ser revelado. El público siempre deberá de marcharse con preguntas
en su cabeza. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo es que me dejé engañar por una secuencia que
“parece” ser real cuando sé que es un truco o ficción?
Y eso es solo el principio en The
Prestige, pues su argumento es también una guía sobre los arquetipos. Dos
magos, interpretados por Christian Bale y Hugh Jackman, compiten entre sí. Los
dos quieren ser el mejor, pero también quieren descubrir el secreto del otro.
Se boicotean, están dispuestos a ser perversos con el fin de coronarse como el
mejor mago. Es decir; son antagónicos. Desde una lectura de los arquetipos, son
dos personas enfrentadas. Aquí no hay héroes porque ninguno obra por el bien,
sino por el interés personal. Esto no solo descubre la fascinación de Nolan hacia
los personajes tipo que en esencia han trascendido de las mitologías más
antiguas —el germen de los arquetipos—, sino que además complementa sus ideas
sobre la naturaleza y motivación del director de cine. Nolan es un obsesionado
por mejorar su acto. Es también un buscador de secretos y receloso en no poner
al descubierto sus trucos o actos. ¿Recuerdan el final de Inception? ¿El
personaje de Leonardo Di Caprio seguía en el profundo sueño? ¿Cómo asegurarlo? No
se puede. Nolan es hábil cuando se trata de atrapar al espectador en su truco
final. Es la escuela de Stanley Kubrick, quien nos dejó decenas de
interrogantes en el hotel Overlook. Ley del mago: nunca reveles tu truco. Ley
del director de cine: nunca debes de contarlo todo. Es lo que sucede en The
Prestige. Por tanto, resulta inspirador ver de ahí en adelante sus
películas guiadas por los patrones de los arquetipos.
Por ejemplo, los protagonistas de
Inception, Interstellar y Tenet tienen una habilidad,
conocimiento o arma poderosísima en sus manos. De ellos (o de su moral) depende
la destrucción o preservación de las cosas. Dicho en otras palabras, están
inmersos en un dilema similar al que estuvieron Prometeo o el mismo Robert
Oppenheimer (Cillian Murphy). Un poco de mitología griega. Tiempo después de la
génesis de las especies, Zeus privó a los humanos del fuego. Fue entonces
cuando el titán Prometeo decide robar el fuego para entregárselo a los humanos,
lo que equivaldría extenderles un poder o conocimiento sustancial para el
desarrollo de la humanidad, pero que a su vez implicó la condena del titán. En
consecuencia, Zeus ordenó a que Prometeo fuera víctima de un doloroso castigo a
perpetuidad. Oppenheimer inicia con el juicio de los dioses al titán
Prometeo. Esta es la historia del hombre que tuvo en sus manos al “sol” y le
cedió ese conocimiento a la humanidad. Consecuencia de su acto, Robert será
condenado por un tribunal. Se pone en marcha lo que será el martirio del
científico que tuvo como “maldición” saber mucho y compartir esa sabiduría. La
mitología representa a Prometeo como un mártir. Se sacrifica en favor del
desarrollo humano. Un ave gigante devoraría una y otra vez su hígado mientras
estaba encadenado a una roca. Dado que era inmortal, el titán sufriría ese dolor
toda la eternidad. Es una condena similar a la que padece el personaje de
ficción Wolverine. Su cuerpo se regenera, no envejece. Es su superpoder, pero
también su martirio.
Entonces tenemos a un hombre que
tiene como superpoder el conocimiento de la física en tiempos de guerra, o sea,
en tiempos de desconfianza. La paranoia ante los infiltrados o felones que
entregaban información a los nazis o los soviéticos. Y es que era así. Estados
Unidos no estaba en guerra solamente con los alemanes, sino también con los
rusos. Habrán estado en el mismo bando, pero si alguien tenía que ganar la
guerra, ese era Estados Unidos. Por tanto, cualquiera que cedería información
ultrasecreta —que se supone serviría para que Estados Unidos gane la guerra—,
por ejemplo, a los comunistas, era considerado un traidor a la patria y debería
pasar por un juicio o martirio público. Robert, luego de la exitosa prueba
Trinity, o simulacro de la bomba nuclear, será culpado de haber filtrado pruebas
de los ensayos preliminares a los soviéticos. Desde una lectura de la mitología
o los arquetipos, se representa la caída del héroe. El titán que alcanzó el
Olimpo, quien un día fue amigo de los dioses, después de haberle entregado el
conocimiento a los humanos, será castigado públicamente. Ya para el último
bloque de Oppenheimer, la palabra “mártir” será frecuentemente
pronunciada. Es lo que simboliza Robert, o al menos esa es la impresión. A
propósito, no olvidemos que Nolan es un director no solo fascinado con la
naturaleza de los arquetipos, sino también con la magia, los trucos y los
personajes engañosos, lo que conecta con su inclinación por el cine negro. Oppenheimer
tiene de drama judicial, drama histórico, thriller y cine negro. Y es que,
hasta cierto punto de la trama, algunos personajes van descubriendo su
verdadera personalidad.
En medio de esa lucha judicial,
aparece un personaje fascinante. Para este punto, por qué no, podríamos decir
que Robert es un superhéroe. La mitología griega, los arquetipos y los superhéroes.
Así va la secuencia. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. La
historia de Robert es una tragedia. Entonces, no suficiente con un conflicto
moral o interno —algo que padeció Spiderman, Batman e incluso Thanos— aparece
un enemigo. Todo héroe debe tener su villano o antagonista, y eso lo sabe
perfectamente Nolan luego de The Dark Knight. Entra en escena ese
personaje engañoso, esa suerte de mago que como en The Prestige hace
creer a su público lo que ellos quieren creer. ¿Y qué es eso? Tomando en cuenta
el contexto de la guerra y la posguerra: el enemigo está al acecho y puede ser
cualquiera. El antagonista de Oppenheimer se sirve de ese miedo
implantado en el inconsciente social y al igual que el personaje del Scarecrow
aprovecha ello para fabricar su puesta en escena y ascender al podio o el
Olimpo. Él busca trascender, busca su inmortalidad, y para ello tendrá que
destronar o boicotear al otro mago. No es tanto una lucha entre el bien y el
mal, sino una lucha de intereses o egos. ¿Quién ganará la batalla? ¿Quién
saldrá en la portada de Times? ¿Quién será recordado y quién no? Por eso
y muchas cosas más —que no podría develar a fin de evitar los spoilers—
es que Oppenheimer es una película fascinante. Christopher Nolan
revive el mito de Prometeo, regresa a los héroes y antagónicos de las
historietas, a los magos confrontándose, esconde algunos hechos, guarda algún
detalle para sí, lo suficiente para alimentar la sospecha de unos o la fantasía
de otros. No olvidemos que para el director ciertos espectadores buscan ser
engañados.